El primer libro dedicado al cultivo del maguey en México se publicó en 1837 con el título Memoria instructiva sobre el maguey o agave mexicano; su autor, un heredero de la antigua aristocracia pulquera novohispana, cuya familia detentaba el título nobiliario del condado de Santa María de Guadalupe del Peñasco, firmó como José Ramo Zeschan Noamira (anagrama de su nombre real, José Mariano Sánchez Mora), quien debía ser el tercer conde, pero con la extinción de los títulos nobiliarios tras la independencia de México, prefirió usar su nombre de pila alterado. También fue vicepresidente del Banco de Avío en 1830 y propietario de varias haciendas agrícolas y ganaderas del centro-norte del país.
Dicho librillo advertía en un largo subtítulo: “Contendrá los nombres con que se conocen treinta y tres variedades en los Llanos de Apan, su cultivo, duración, usos, virtudes medicinales y preparación de la bebida que de él se saca, llamada pulque, puesto en idioma al alcance de todos, y un estado al fin y dos láminas litografiadas, con sus hojas dibujadas en perfil para conocer mejor la dicha planta”. La obra, escrita en un lenguaje jovial y coloquial, se divide en los siguientes apartados: preparación del terreno para el cultivo; elección de la planta del maguey; trasplantación; época de hacer el trasplante; poda, recorte o escarda; capazón del maguey y sus instrumentos; raspa; extracción del aguamiel, sección que también incluyó la manera de elaborar el pulque, usos medicinales del maguey y de la bebida, usos comestibles y utilidad de sus partes.
El último apartado se intitula “Método en que se manejan a los arrieros pulqueros fleteros, para la conducción de pulques de las haciendas de los Llanos de Apan a México”, el cual resulta muy interesante, pues refleja las condiciones del ancestral trabajo de esos transportistas, quienes serían el principal medio para distribuir la bebida, en algunos tramos, desde tiempos virreinales hasta los comienzos del uso del ferrocarril, en 1866.
Otra aportación de la obra fue la utilización de la litografía (una novedosa técnica introducida en México, en 1826, por Claudio Linati) para ilustrar bellamente las siluetas de las pencas de los diversos magueyes de Apan, con sus diferencias en tamaño y en la conformación de las espinas. Tal fue el acierto de incluir dos páginas litografiadas que dichas imágenes serían tomadas como un catálogo visual durante todo el siglo XIX en obras donde se daba a conocer la diversidad de subespecies de lo que se llamaba el “maguey pulquero”, aunque es más correcto denominarlos agaves aguamieleros (Agave salmiana, A. atrovirens, A. mapisaga, A. americana, etcétera).
El conocimiento expresado en la obra se había transmitido por generaciones de agricultores interesados en mejorar el cultivo del agave de aguamiel en la Nueva España. La información se debía, tal vez, a un manual familiar que el abuelo del autor, José María Sánchez Espinosa, había realizado para el mejoramiento del cultivo del maguey y de la fermentación del pulque, pues, de acuerdo con la historiadora Doris Ladd, en 1816 se encargó de supervisar catorce “plantaciones de maguey”. Esta acumulación de saber empírico, obtenido por varias generaciones de “cosechadores de pulque” en el Altiplano central de México, a su vez había sido tomado del discernimiento de los pueblos originarios que cultivaron los magueyes por milenios.
El interés ilustrado de la época se expresó en la necesidad de hacer visibles los estudios empíricos de la agricultura que cambiarían el saber de una sociedad –que aún conservaba muchas de las actividades, normativas y gustos de un antiguo régimen– y que debían colocarse en un ámbito de la apenas vislumbrada modernidad a través del conocimiento de su pasado, su capital natural y patrimonial, y sus expectativas de engrandecimiento económico. Además, el maguey de aguamiel y la elaboración del pulque representaban un medio efectivo de desarrollo y riqueza.
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