La odisea de Pink Floyd

Ismael Villafranco

 

A cuarenta años de la construcción del muro para resistir la vida

 

Hace cuarenta años comenzaba a verterse en los oídos y las mentes del mundo entero la más reciente producción discográfica de la banda inglesa Pink Floyd, que para ese entonces ya podía considerarse acreedora a su lugar en la historia no solo de la música, sino de la humanidad.

La historia de la banda comenzó durante la infancia de sus integrantes, cuando se hicieron amigos. Los lazos que los unieron permitieron la creación de la banda. Durante su primera etapa, en la que quedaron sumergidos en la psicodelia, su líder fundador Syd Barrett perdía la mente durante ese intempestivo oleaje de euforia y excesos; él mismo provocó la adhesión de su amigo David Gilmour como apoyo a sus “ausencias presenciales” cada vez más recurrentes. Aun con esta peculiar situación entre ellos y el resto del grupo, Roger Waters, Nick Mason y Richard Wright, pudieron comprender en su totalidad de qué iba Pink Floyd.

Sus primeros trabajos dieron forma al sonido psicodélico, por el que optó Syd Barrett. Tras la necesaria salida de este, dejó un gran peso que tuvieron que soportar los demás, lo que permitió un escenario apropiado para que cada integrante quisiera tomar la batuta, destacando finalmente Waters. Disco tras disco, él aprovechó para hacer escuchar su mente; sin embargo, esto provocó que años después la agrupación se disolviera.

Para principios de los setenta, Pink Floyd ya tenía la trayectoria necesaria para hacer de su música un empaquetado de experiencias sensoriales a través del sonido, y así quedó demostrado con su producción Dark Side of the Moon de 1973, uno de los discos más importantes de la historia de la música grabada.

Con el paso del tiempo, la banda sumaba ideas, apropiándose de ellas en forma de estilo, lo que provocó un sonido más sensorial, más encarnecido, exquisito en su propuesta y ejecución, pero sin olvidarse de sus raíces. Un claro ejemplo de esto es la canción Wish You Were Here, de su disco homónimo, un evidente tributo a lo que son y lo que fueron, tanto por la letra que era un grito de dolor por la pérdida de la salud mental de Syd Barrett, como por el sonido melancólicamente acústico, viejo, influencia de Pink Anderson, uno de los dos músicos blues de donde tomaron su nombre (el otro era Floyd Council).

Ya con más de una década de trabajo, la banda lanza al mercado británico su álbum The Wall el 30 de noviembre de 1979, y el 8 de diciembre en Estados Unidos. Sin duda, toda una obra de arte. Es una ópera rock que explora todas sus vivencias, no únicamente como grupo, sino como individuos. Fue la conjunción de cuatro adultos creativos dispuestos a hacerse escuchar, incluso desde el silencio. Una odisea cíclica que permite asomarnos a la psique de su protagonista durante cada momento significativo de su vida, lo que hace de la obra una colección ecléctica que no se pierde en su variedad, sino que se mezcla de forma tan orgánica como la vida misma, llevándonos a un reclamo universal perenne para exigir a la humanidad que se deje en paz a la niñez, como la única forma de romper un ciclo viciado lleno de miedo y odio.

La canción The Wall puede estar salpicada con el estigma de representar un discurso demagógico y popular, pero esto no le quita mérito al perfecto resultado de una pieza que bien se puede escuchar de principio a fin, mientras alimenta aquel sentir que compartimos con Pink Floyd.