Desde el primer sorteo en 1771 hubo niños gritones, aunque fue hasta 2001 cuando participaron niñas.
La llegada de los Borbón y sus reformas a territorio novohispano, al inicio del siglo XVIII, fueron un aliciente que personajes como Francisco Xavier Sarria aprovecharían para solicitar a la Corona el permiso de probar nuevas medidas para incentivar la economía. En su caso, utilizar los populares juegos de azar en favor de la Hacienda Real.
Carlos III aprobó “el convenio tácito entre 50 000 sujetos que poniendo $20 cada uno, formen el fondo de $1 millón”. Cinco mil afortunados serían premiados con un total de 860 000 pesos repartidos en diferentes cuotas, siendo el premio mayor de 50 000 y el menor de 30, con la debida recaudación del catorce por ciento para las arcas reales; es decir, 140 000 pesos.
Fue una obra titánica, considerando que se vendieron boletos hasta en Guatemala y Cuba, además de que el precio no fue el mejor: las clases bajas no pudieron darse ese lujo y los ricos compraron pocos. Entonces apareció un fenómeno presente hasta nuestros días: el fraccionamiento de los boletos en cachitos. Esto rebajaría el costo, pero de resultar ganador, solo se recibiría la fracción correspondiente del premio.
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La antigua lotería