La infinita variedad del sombrero femenino

Pablo Dueñas

Las mujeres del pueblo cubrían su cabeza con el rebozo, por lo cual para ellas no era necesario el uso del sombrero; en ciertos casos, recurrían a los modelos de palma diseñados para el hombre. Sin embargo, este aspecto fue muy distinto para la mujer “de sociedad” –¡valga la expresión!–, que desde siglos atrás utilizó el sombrero no para protegerse del sol, sino como un aditamento para embellecer su imagen; los modelos más vistosos provienen del último tercio del siglo XIX.

Los años porfirianos, con su consabido afrancesamiento, tuvieron como distintivo el sombrero femenino recargado de plumas y flores; indudablemente bello, pero también molesto para quienes lo portaban o estuviesen en su derredor, sobre todo en un teatro. El cronista Alfonso de Icaza mencionó al respecto: “Los sombreros de las señoras constituían por aquel entonces un verdadero problema para el público del lunetario. Eran gigantescos, de caprichosas formas y no se ‘usaba’ el quitárselos, de manera que en no pocas ocasiones constituían verdaderos ‘muros’ entre el espectador y el foro”.[1]

En 1914 se dio un cambio radical en la moda femenina al volverse menos complicada: las faldas subieron de nivel y se puso de moda el corte de cabello “a lo garzón” (de influencia francesa), muy corto, lo que provocó que se les apodara “pelonas” a quienes usaban ese estilo. En consecuencia, también cambiaron los sombreros para mujer, cuya publicidad de la época muestra algunos con líneas y diseños muy simples, aunque muy de acuerdo con el estilo art déco imperante.

 

Esta publicación es un fragmento del artículo “La infinita variedad del sombrero femenino” del autor Pablo Dueñas y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 93.

 

[1] Alfonso de Icaza, “Así era aquello. Un domingo en el Principal”, Revista de Revistas, México, núm. 1345, 23/feb/1936.