La histórica calle Madero, entrada al corazón de Ciudad de México

Segunda parte
Guadalupe Lozada León

 

Continuamos con nuestro recorrido por la calle de Madero, en el Centro Histórico de la capital mexicana, que comenzó en el número anterior.

 

 

RECUERDO DE LA GRAN INUNDACIÓN

 

Un detalle interesante en el edificio que hace esquina con la calle de Motolinía, en el ángulo sur-poniente, es una cabeza de león trabajada en cantera que, según cuenta la tradición, fue colocada en la mansión original que ahí se encontraba, sustituida por el inmueble actual en la década de 1940, para señalar el nivel que alcanzó el agua durante la terrible inundación de la ciudad que duró de 1629 a 1634.

 

UN TRÁGICO RESTAURANTE

 

Justo en la acera de enfrente, esquina nororiente de Madero y Motolinía –antes llamadas San Francisco y Callejón del Espíritu Santo–, se ubicó, en la planta baja del mismo edificio que aún existe, el restaurante Gambrinus, famoso más que nada por haber sido ahí donde Victoriano Huerta –uno de los personajes más siniestros de la historia de México– apresó arteramente, el 18 de febrero de 1913, a Gustavo A. Madero, el hermano del presidente que fue traicionado por el mismo Huerta durante la Decena Trágica.

 

De ahí salió don Gustavo, que hasta entonces había sido el líder del maderismo en la Cámara de Diputados, rumbo a la Ciudadela, donde Huerta lo entregó a la tropa que lo torturó salvajemente hasta causarle la muerte. Él fue quien precisamente había alertado a su hermano sobre la posible traición de quien ya para esa fecha era el comandante en jefe de la plaza de Ciudad de México, donde el 9 de febrero había comenzado un cuartelazo contra el gobernante legalmente establecido.

 

Horas eternas de traición, horror y muerte se vivieron en esos días que culminaron con los asesinatos del presidente Francisco I. Madero y del vicepresidente José María Pino Suárez, y que tuvieron también como escenario las calles del centro de la ciudad y la de San Francisco como puntos principales de la felonía.

 

Tiempo después de tan terrible acontecimiento, tras la lucha de facciones derivada de la caída de Huerta en 1914, Félix Fulgencio Palavicini, quien años atrás se había unido a las filas maderistas en su campaña antirreeleccionista, fundó el 1° de octubre de 1916, en el mismo edificio del Gambrinus, El Universal. Diario político de la mañana, mismo que hasta la fecha se publica diariamente desde sus instalaciones de Bucareli, adonde se trasladó en la década de 1920. A través de las páginas de aquel nuevo periódico tuvieron voz pública los postulados del Congreso constituyente de Querétaro (1916-1917), en el que el propio Palavicini fungió como diputado. De hecho, en las prensas de su diario se imprimió el nuevo código que daría al país su filosofía revolucionaria.

 

PALACIO DEL MARQUÉS DE PRADO ALEGRE

 

La casa de don Francisco Marcelo de Tejada, marqués de Prado Alegre y vizconde de Tejada, localizada en la misma esquina pero en el ángulo suroriente, ostenta la clásica portada barroca de principios del siglo XVIII, de tezontle y cantera, en donde es notable el trabajo en piedra que remata el escudo del marqués, arriba del balcón central.

 

Al igual que otros palacios de la época, en su construcción se incluyó una piedra labrada de origen prehispánico descrita por Guillermo Dupaix en su álbum arqueológico de 1794 titulado Descripción de monumentos antiguos mexicanos. La magnífica ubicación de esta casa, además de los títulos de su propietario, permiten presumir que su interior debió ser tan rico y ostentoso como el resto de los palacios de la ciudad. Sin embargo, a mediados del siglo XX fue totalmente transformada en su interior y denominada Pasaje Pimentel, donde se han instalado comercios y oficinas de diversos tipos, lo que borra gran parte de su historia.

 

PLATEROS Y LAGARTIJOS

 

Las dos últimas cuadras de la calle que nos ocupa recibieron desde el siglo XVII el nombre de Plateros. Según José María Marroqui en su obra La Ciudad de México, escrita en 1900, fue a finales del siglo XVI cuando los plateros se organizaron en un gremio y, a iniciativa del ayuntamiento, “se juntaran en una sola calle”. Sin embargo, no hay noticias precisas que confirmen que desde entonces se instalaron en esta vía ya que, a pesar de ser una de las que desembocan en la Plaza Mayor, se encontraba en muy malas condiciones.

 

Tuvo que llegar el virrey Juan Vicente de Güemes Pacheco de Padilla, segundo conde de Revillagigedo, para que esta calle lograra tener un mejor aspecto, merced a los ordenamientos por él dictados. No obstante, fueron necesarios más de cien años para que esta vía alcanzara el rango de una de las mejores de la ciudad. De acuerdo con la Guía general descriptiva de la República Mexicana, publicada en 1899: “Este aristocrático paseo reúne toda la gracia y todo el chic mexicanos y donde ejercen su necia costumbre de interrumpir el tránsito, los lagartijos”, personajes a quienes describe como “pollos cursis que se estacionan delante de los escaparates de Plateros y se entretienen en echar piropos y suspiros, a veces de mal gusto y atrevidos, a las señoras que pasean por las aceras”.

 

JOYA VIRREINAL

 

Sin duda el templo de la Profesa, en la esquina de Madero e Isabel la Católica, es una de las mejores muestras de arte virreinal en Ciudad de México, no solo por lo que corresponde a su estampa y al ornato de su interior, sino por su formidable pinacoteca abierta al público, que reúne más de 350 pinturas de caballete de autores tan destacados como Cristóbal de Villalpando, Nicolás Rodríguez Juárez y Miguel Cabrera, entre otros.

 

De sobrio estilo barroco, la Profesa, llamada así por ser contigua a la casa donde profesaban sus novicios, fue construida por los jesuitas, quienes desde 1585 habían adquirido el terreno donde levantaron un primer templo. Dañado por las constantes inundaciones, el recinto fue demolido y en su lugar se construyó uno de grandes dimensiones, obra del arquitecto Pedro de Arrieta, en 1720.

 

Tras la expulsión de la Compañía de Jesús de los dominios de la Corona española, en 1771 fue cedido por el arzobispado de México a los filipenses, orden que había sufrido la destrucción parcial de su templo, ubicado en la actual calle de República de El Salvador, a consecuencia de un terremoto. Fue esta congregación la que solicitó al arquitecto Manuel Tolsá la remodelación total del interior del templo, misma que quedó concluida en 1802 y le dio la estampa neoclásica que hoy ostenta. La casa contigua fue derribada en parte para abrir la calle 5 de Mayo, y el resto del recinto vendido a particulares que le dieron diferentes usos. Hoy en el sitio se levanta el Hotel Gillow.

 

En tiempos novohispanos, fue ahí donde a partir de 1820 se reunieron el alto clero católico, miembros de la milicia y personajes de rancio abolengo social para buscar la manera de independizarse de España, habida cuenta de que el rey Fernando VII se había visto obligado a proclamar la llamada Constitución de Cádiz que mucho mermaba sus privilegios y canonjías.

 

De ahí salió el oficial realista Agustín de Iturbide con la consigna de acabar con el insurgente Vicente Guerrero, que no había cejado en su empeño de lograr la independencia con sus muy mermadas tropas refugiadas en las montañas del sur, justo en el estado mexicano que hoy en su honor lleva su nombre. Bien es sabido que Iturbide decidió proponerle un pacto de unión y que, una vez aceptado por Guerrero, se conformó el Ejército Trigarante que entró triunfante a la capital del país el 27 de septiembre de 1821 y precisamente desfiló por esta calle.

 

LA CONCORDIA Y LA MEXICANA

 

Si bien el edificio de La Mexicana puede considerarse como una buena muestra de la arquitectura de principios de siglo XX, obra del afamado arquitecto Genaro Alcorta realizada en 1906, lo cierto es que lo más destacado de esa esquina frontera a la Profesa, en las calles antes llamadas San José el Real y Plateros, es su pasado.

 

Ahí, en los bajos de una casona colonial que según la mayoría de los cronistas fue propiedad de María Ignacia la Güera Rodríguez, famosa entre otras cosas por su belleza, fortuna y participación en las juntas que dieron por resultado la consumación de la independencia nacional, el italiano Aldo Ormarini estableció en 1865 el recordadísimo Café de la Concordia, que tres años más tarde fue transformado en el mejor restaurante de la capital. Ángel de Campo, Micrós, en su crónica titulada “Adiós a la Concordia” publicada en 1900, comenta:

 

“Lo mismo se preparaba en “La Concordia” el caldo de gallina para la parturienta que los medicamentos cuya fórmula requería de especiales cocimientos. También ahí se organizaban las comidas de postín que ofrecían las mejores familias mexicanas. El consomé para los enfermos ricos se mandaban preparar a “La Concordia”; los brioches para las meriendas finas tenían igual origen, y del propio laboratorio salían los “arlequines” y helados de melón, fresa, mantecados, naranja y otras frutas, hechos como Dios manda y sin intervención de mancebos de botica.”

 

Como tantos otros edificios que hicieron historia, el de la Concordia fue demolido al empezar el siglo XX para levantar el que sobrevive hasta la fecha, que fue sede de la compañía de seguros La Mexicana que le dio el nombre que hasta la fecha conserva. En la planta baja se ha instalado desde hace varios años una famosa tienda de ropa.

 

Fue precisamente en la esquina de este edificio donde Francisco Villa, después de haber entrado a Ciudad de México junto con Emiliano Zapata, decidió colocar una placa que le diera a esta emblemática arteria el nombre de Francisco I. Madero, a partir de aquel 8 de diciembre de 1914.

 

 

Esta publicación sólo es un fragmento del artículo "La histórica calle Madero, entrada al corazón de Ciudad de México" de la autora Guadalupe Lozada León, que se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México número 113