Durante el sexenio del presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940), México mantuvo la oportunidad de afianzar su política de solidaridad internacional acogiendo a miles de refugiados españoles exiliados por la guerra civil en su país. La generosidad de las autoridades nacionales, sin embargo, no se expresó de la misma manera con los judíos que, debido a las persecuciones del nazismo, abandonaban Alemania, Austria, Polonia, Rumanía, y buscaban un destino mejor en México.
Inmigrantes consentidos y rechazados
En 1936 comenzó a concretarse la política internacional del gobierno cardenista con la recepción de cientos de niños cuyos padres combatían en el frente republicano español. En 1938 el poeta y escritor alemán Ernst Toller se dirigió a las instancias oficiales solicitando apoyo para una “causa humanitaria” que consistía en reunir cincuenta millones de dólares para apoyar a los españoles.
La propuesta tuvo apoyo amplio de periodistas, escritores, artistas e intelectuales de distintos países, como Dorothy Thompson, José Bergamín, H. G. Wells, Pablo Picasso o Emilio Mira; asociaciones y personalidades religiosas como la Alianza Evangélica (España), el deán de Canterbury (Inglaterra), el arzobispo de Nueva York (EUA); periódicos británicos como el conservador Birmingham Post, el liberal News-Chronicle, The New Statesman and Nation, The Manchester Guardian o The Star, y sindicatos obreros británicos, suecos, noruegos y daneses.
Conforme avanzaban los años treinta, el problema de los refugiados se complicaba porque en Europa la intolerancia se afianzaba y desde 1933 los judíos eran forzados a salir. Muchos de ellos llegaron a México procedentes de Alemania, Polonia, Austria, Rumanía y otros países europeos. Su número en nuestros país ascendía a aproximadamente 24 000, según calculaba el Dr. Salomón de la Selva, director del Centro de Estudios Pedagógicos e Hispanoamericanos de México, creado a instancias del presidente Cárdenas.
Por entonces Adolfo Hitler asumía los poderes en Alemania. Su libro Mi lucha había sido difundido en México y despertado las simpatías de algunos grupos que consideraron que las ideas del nacionalsocialismo permitían encontrar los cauces para la organización obrera en coincidencia con los planteamientos del primer ministro Benito Mussolini, quien, desde Italia, mostraba también sus intenciones expansionistas al invadir Abisinia en 1936 y soñaba, al igual que el líder alemán, en la refundación del Sacro Imperio Romano Germánico.
El compromiso de México con los españoles no se expresó de la misma forma para otros migrantes y en 1936 la política demográfica cambió. La Ley General de Población prohibió el ejercicio de profesiones liberales (aquellas que no implican trabajo manual, consisten principalmente en una actividad intelectual y requieren un título académico para su ejercicio) a los extranjeros y se introdujeron cuotas de inmigración basadas en tablas diferenciales según el interés y las necesidades del país. Se permitía a los inmigrantes trabajar en diferentes ramas de la producción, pero se insistía en ubicarlos en la agricultura y se limitaba la opción de que se considerara a México un país de asilo para los judíos.
Desde 1933 algunos de los miles de judíos que habían llegado a México procedentes de países europeos en los que la intolerancia crecía, establecieron pequeños comercios y talleres de ropa, medias, suéteres y otros productos en la rama de los textiles, en la que también se movían los inmigrantes libaneses con soltura. Ambos grupos vivían en paz y hacían amigos con facilidad, tal como se mostraba, por ejemplo, en su convivencia en el barrio de La Merced, en Ciudad de México. Pero los grupos pronazis difundieron argumentos contra su presencia, como los bajos salarios que pagaban a los trabajadores en sus empresas.
El doctor Salomón de la Selva en un extenso Memorándum confidencial sobre la inmigración de los judíos a México dirigido al doctor Luis Quintanilla, encargado de negocios en la embajada de México en Washington, el 23 de noviembre de 19382 argumentaba a favor de la presencia de los judíos al mencionar a algunos personajes destacados como el crítico musical Salomón Kahn, el editor Harry Block, encargado de un semanario de la Federación de Trabajadores de México, y la escritora y periodista Anita Brenner. Por su parte, los periodistas Nathaniel y Sylvia Weyl se encontraban muy cerca del presidente, según su propio testimonio en el afamado artículo “La reconquista de México (los días de Lázaro Cárdenas)”, de 1955.
Recordaba también en su Memorándum… el antinazismo y la simpatía del régimen con los pueblos oprimidos. Consideraba que México no era comunista ni fascista, sino sinceramente democrático. Reconocía, sin embargo, que algunos judíos que llegaron tuvieron que abandonar el país debido a las protestas que obligaron al gobierno a cerrar sus puertas a los perseguidos en Europa.
El rechazo obedecía a dos argumentos: los judíos representaban una competencia para las empresas mexicanas y por la fuerte recesión del país, motivada por el boicot de los países afectados por la expropiación petrolera del 18 de marzo de 1938. Para México el asunto se complicaba porque tuvo que mantener relaciones diplomáticas con Italia, Alemania y Japón y venderles el petróleo que dejaron de comprar Inglaterra y Estados Unidos, lo que se resolvió hasta 1942, cuando se rompieron relaciones con los países del Eje en medio de la Segunda Guerra Mundial.
En ese contexto político ocurrió el caso del vapor hamburgués-estadounidense Orinoco. El buque procedente de Alemania había hecho escala en La Habana; transportaba a veintiún judíos austriacos y alemanes, y se dijo que se trataba de turistas. Atracó en el puerto de Veracruz contando con el apoyo del Jewish People’s Committee de Nueva York y la Cámara Israelita de Industria y Comercio de México. El licenciado Ignacio García Téllez, secretario de Gobernación, declaró el 23 de noviembre de 1938 sobre los criterios de las políticas de población que impedían dar acceso a ese grupo de refugiados porque solo serían admitidos los extranjeros que hubieran perdido su nacionalidad en “los casos excepcionales de notorio beneficio para el país”. Así que el gobierno los rechazó, no sin antes negar que fuese por perjuicios raciales. Pese a la intervención del embajador estadounidense en México, Josephus Daniels, y de otras instituciones humanitarias, el desembarco no fue permitido.
Esta publicación sólo es un fragmento del artículo "La imposible colonización judía en el gobierno de Lázaro Cárdenas" del autor Carlos Martínez Assad, que se publicó en Relatos e Historias en México, número 115.