José María Iglesias

Cartografía urbana
Gerardo Díaz Flores

Col. San Juan, Tultitlán de Mariano Escobedo, Edo. de Méx., C.P. 54900

 

“Si Benito Juárez lo logró, ¿por qué yo no? Tengo buenos partidarios y excelentes méritos para lograrlo. Incluso Sebastián Lerdo de Tejada tuvo aprobación y respeto en el cargo, tanto que ya se quiere perpetuar en la silla como don Benito”.

Lo anterior son elucubraciones de lo que en su momento pudo haber pensado don José María Iglesias. Pero lo cierto es que en ese año, 1876, Sebastián Lerdo de Tejada terminaba su mandato presidencial y representaba una violación constitucional permitir su reelección.

Así que Iglesias sintió el deber de impedir ese atropello a las leyes mexicanas. Antes que Porfirio Díaz y su Plan de Tuxtepec, don José María, en calidad de presidente de la Suprema Corte de Justicia, optó por descalificar el método empleado por  Lerdo de Tejada para reelegirse, provocando así una división dentro del gobierno nacional.

Esto no fue fácil para el nacido en la ciudad de México en 1823, pues Sebastián era su compañero de profesión y de los pocos liberales que, al igual que él, acompañaron a Juárez por todo el país en los momentos más difíciles de la guerra, manteniéndose siempre fiel a la institución republicana. Sin embargo, una cosa era la amistad y otra las leyes, sobre todo si gracias a ellas podía acceder a la silla presidencial. Don Benito ya había demostrado que los ciudadanos respaldarían definitivamente al hombre que demostrara su fidelidad a la carta magna, y en esta ocasión le correspondía a él combatir a un ambicioso Lerdo de Tejada.

Así que aquel México del siglo XIX, tan acostumbrado a levantamientos y luchas intestinas, fue testigo de cómo se formaban partidos que reclamaban a Lerdo o a Iglesias como el presidente. Sebastián desde la capital del país mantuvo la fidelidad de buena parte del ejército federal, mientras que José María tuvo que trasladarse a Querétaro por cuestiones de seguridad, junto a su gabinete integrado por hombres de la talla de Guillermo Prieto y Joaquín Alcalde.

Ambos sabían que en su nombre se levantaban, a favor y en contra, hombres de todas condiciones. Lo que no consideraron fue que Porfirio Díaz, militar de mil batallas, lucharía por su propia bandera y terminaría por aplastarlos a pesar de que constitucionalmente correspondiese a Iglesias asumir el cargo de presidente interino. A fin de cuentas, José María no era militar, sino un hombre de buena retórica y convicciones en papel, y como demostró Díaz, el país no estaba para ser arreglado por las buenas.

 

“José María Iglesias” del autor Gerardo Díaz Flores y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 80