Esta obra, la primera con la que empezó su exitosa carrera de dramaturgo el médico José Peón Contreras en la Ciudad de México, fue muy comentada en el medio artístico y cultural de aquellos días. José Martí, pensador y periodista cubano que asistió al Teatro Principal el día del estreno, escribió entre otras alabanzas, lo que sigue, en este fragmento de su crónica [1]
[…] Un Virrey de México amó a una mujer y pagó a un malvado para que diese muerte a su esposo: el secretario del Virrey que sabe del crimen, pero (esto) no es conocido del alto personaje, ama a una joven que se educa en un convento, por el Virrey cuidada y protegida. El asesino ya Marqués, ha exigido al Virrey la mano de la joven, que pasa por su pupila y es su hija.
El secretario ha de estorbar el matrimonio: sabe que el pretendiente es el que mató a su padre: logra de Blanca una cita en el aposento: obsérvalo el Marqués y entra tras de él: véase Blanca con Sancho, y el escudero de este, mata en riña de espadas al malvado.
Así pasan los dos actos primeros, y llega con el tercero un acto tal, que acabó toda crítica y comenzó toda alabanza.
Blanca está en casa de Sancho, y el Virrey viene a dolerse con su secretario de su pérdida. El hijo quiere vengar al padre muerto, y hay en el amor de Blanca pretexto de venganza. Con enunciar la situación, se da a entender lo que ha hecho de ella el talento de un hombre que no sabe escribir sin poner en cada frase el latido de su corazón. Blanca oye que no es amada. El Virrey declara que los amantes son hermanos: él tuvo a Blanca en la madre de Sancho: todo dolor estalla; toda desventura es cierta: ya no han de verse nunca: ella irá a un convento: el no sabe dónde irá: adiós se dicen… Hasta el cielo.
En este acto el ánimo suspenso pende de cada palabra de los personajes: crece el interés por la proximidad del desenlace: se ha sospechado éste quizá en los dos primeros actos, pero en el tercero se le olvida: a una escena bella. Sucede otra más bella: el amor es allí dolor: la venganza es fiera e imponente. La desgracia irremediable despierta simpatías hacia aquellas dos nobles criaturas. Tan hermoso es este acto, que el público no siente la repugnancia instintiva que inspira el amor entre dos hermanos. Se ha vencido a la verdad, se ha cautivado completamente a la razón…
Esta publicación es un fragmento del artículo “¡Hasta el cielo!” del autor Jaime Bali Wuest y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 15
[1] Revista Universal, 15 de enero de 1876; O.C., t. 6, pp. 423-427.