Gabriela Mistral y Roberto Bolaño, la presencia de Chile en México

Extranjeros perdidos en México
Ricardo Lugo Viñas

 

Bolaño fue de los fundadores del movimiento infrarrealista que influyó de manera significativa en la literatura mexicana y de Latinoamérica.

 

Poesía y enseñanza

El viernes 21 de julio de 1922, la poeta y educadora chilena Gabriela Mistral arribó a México a bordo del barco Orcoma. Fue invitada por el titular de la recién fundada Secretaría de Educación Pública del gobierno de Álvaro Obregón: José Vasconcelos, quien estaba al tanto del trabajo que Mistral desarrollaba en su país en favor de la educación de comunidades indígenas y rurales y también de su sólida producción literaria, de modo que no dudó en considerarla idónea para dictar una serie de conferencias sobre la literatura contemporánea de “la América española”, así como para sumarse al gran proyecto cultural y educativo que el intelectual mexicano estaba por echar a andar: las misiones culturales.

Vasconcelos le confiere a Jaime Torres Bodet y a la escritora y diplomática Palma Guillén la tarea de recibir en el puerto de Veracruz a la poeta. Guillén rememoró: “Fuimos a recibirla al puerto en nombre de la Secretaría. No sé la impresión que Gabriela hizo a Bodet. A mí: que era una muchacha presumida; me pareció mal vestida, mal fajada, con sus faldas demasiado largas, sus zapatos bajos y sus cabellos recogidos en un nudo bajo. Cuando Vasconcelos supo que Gabriela había aceptado la invitación que nuestro gobierno le hizo, me llamó y me dijo: ‘Palmita, va a llegar Gabriela Mistral. Viene a trabajar con nosotros. Yo quiero que conozca bien a México; quiero que vea lo bueno y lo malo que tenemos aquí; lo que estamos haciendo y lo que nos falta. ¿Usted sabe quién es Gabriela Mistral?’. Yo sabía muy poco. Puedo decir, honradamente, que no sabía nada de Gabriela Mistral”.

Quizá será hasta 1945, año en que recibe el Premio Nobel de Literatura, cuando el mundo se entere quién es Gabriela Mistral: maestra rural, productora de pedagogías revolucionarias e incluyentes, pionera del feminismo y del respeto por las comunidades indígenas, diplomática… Además de, por supuesto, poeta.

México representó para la chilena un importante y rico espacio para consolidar su carrera literaria y ejercer su pensamiento como pedagoga. Vivió en el pueblo de Mixcoac, en Ciudad de México, y recorrió –entre 1922 y 1924– el campo y las comunidades indígenas acompañada por Palma Guillén. Se reunió con maestros rurales, visitó escuelas, fundó bibliotecas y diseñó importantes materiales de instrucción, alfabetización, enseñanza y hasta de lectura para gozo y recreación.

Se preocupó, como pocos, por ponderar la importancia de la educación incluyente, subrayando la necesidad de equidad entre mujeres y hombres. Es famoso su libro Lecturas para mujeres, un importante compendio de textos de escritoras y escritores latinoamericanos, obra precursora en difundir en nuestro país una orientación al pensamiento de esta región de América. Dedicó numerosas obras a México, como su poema El paisaje mexicano, además de materiales educativos que aún se utilizan en algunas escuelas del país, como el Himno matinal de la escuela o sus versiones de clásicos infantiles como Caperucita Roja o Blanca Nieves. Mistral nació en el campo chileno en 1889 y fue hija de maestros rurales. Guillén afirma que, lamentablemente, Gabriela también recibió críticas xenófobas y de envidia: “¿Qué venía a enseñar, que no supiéramos ya, esa extranjera; qué novedades había traído? Aquí había muchos buenos maestros”. Y continúa: “Yo hice lo que pude para que Gabriela no se enterara de esas miserias. La sabía unida a nuestro país. […] Pero naturalmente se enteró”. Así lo deja ver en el prólogo que escribió para el libro Lecturas y que tituló “Palabras de una extranjera”. Mistral partió de México en el verano de 1924, antes de lo previsto. Regresaría en 1948, ya con el Nobel a cuestas, y entonces sería recibida como una verdadera celebridad. Murió en Nueva York en 1957, mientras ejercía un cargo diplomático.

 

Un poeta “infra” y salvaje

Existe una emblemática fotografía para la historia de la literatura mexicana fechada en 1975. En ella se observa, al pie de la rutilante escalera de la casona estilo francés conocida como Casa del Lago (centro cultural perteneciente a la UNAM ubicado en el Bosque de Chapultepec), a un grupo de jóvenes que sonríen con desparpajo y posan para la cámara. Son jovencísimos poetas en ciernes que acaban de salir de dicho recinto después de una lectura pública de sus poemas; pronto serán conocidos como los “infrarrealistas”. Algunos destacarán en el universo de las letras de nuestro país y también del mundo, como Roberto Bolaño.

Este último, nacido en 1953 en Santiago de Chile, llegó junto con su familia a México en el convulso 1968, a la edad de quince años. Vivió en las colonias capitalinas Lindavista, Nápoles y Guadalupe Tepeyac. Ingresó a la preparatoria, pero al pasar un año abandonó la escuela para siempre. Lector voraz, solitario empedernido, genio de la escritura y del autodidactismo, recorredor de calles del centro de Ciudad de México y de sus librerías, Bolaño se descubrirá aquí como poeta y fundará el movimiento conocido como infrarrealismo, junto a poetas mexicanos como Mario Santiago Papasquiaro (José Alfredo Zendejas), José Vicente Anaya, Pedro Damián, los hermanos Cuauhtémoc y Ramón Méndez, Jorge Hernández Piel Divina, José Peguero y las hermanas Mara y Vera Larrosa, así como el chileno Bruno Montané, entre otros.

Los infrarrealistas, o simplemente “infras”, era un grupo “no grupo”: punks, radicales, anarquistas y libertarios que reventaban presentaciones de libros en recintos oficiales y que si se les preguntaba cuál era el fin del movimiento, algunos solían contestar: “Partirle su madre a Octavio Paz”. Cosa que estuvieron casi a punto de hacer. El infrarrealismo –aunque comúnmente ignorado– es icónico para las letras en México, pues son muy pocas las vanguardias literarias de corte radical que han surgido en el país; si acaso el estridentismo o el poeticismo, aunque en estos casos al final la mayoría de sus integrantes terminó renegando e incorporándose al aparato oficial del Estado.

Cuatro son las obras en las que Bolaño pone a México como escenario protagónico: Amuleto, en la que evoca a la poeta y activista Alcira Soust Scaffo, quien permaneció atrapada doce días tras la ocupación militar de Ciudad Universitaria en 1968; Los detectives salvajes, con la que ganó el Premio Herralde en 1998; y las novelas póstumas 2666, que aborda los crímenes y feminicidios en Ciudad Juárez, y El espíritu de la ciencia, dedicada a sus periplos en Ciudad de México. “He sido cordialmente invitado a formar parte del realismo visceral. Por supuesto, he aceptado. No hubo ceremonia de iniciación. Mejor así”; de ese modo comienza la novela Los detectives salvajes, que es una suerte de mito o relato fundacional del movimiento infrarrealista.

En 1977 Bolaño partió de México y se desmarcó del movimiento infra. Sin embargo, fue de los pocos que redactó un manifiesto en el que llamaba a alejarse del buen sentido, de la lógica del arte predominante, de la cultura oficiosa, y a ir en busca de una nueva forma de lirismo: “Poetas, suéltense las trenzas (si tienen). Quemen sus porquerías y empiecen a amar hasta que lleguen a los poemas incalculables […] Soñábamos con utopía y nos despertamos gritando […] Subvertir la cotidianidad. […] Déjenlo todo, nuevamente láncense a los caminos”.

Murió en 2003, en plena cumbre de su trayectoria y como el escritor latinoamericano más importante de su generación.