Los primeros frailes observaron horrorizados algunas costumbres indígenas, como la poligamia, el uso ritual de la bebida y de hongos alucinógenos o la práctica de sacrificios humanos, mismas que al principio toleraron “por la necesidad que tenían de los indios”. Pero en la medida en que el poder español se afianzaba, decidieron actuar más enérgicamente.
Para obligar a los indios a ir a misa y a la doctrina, así como a respetar los sacramentos, se valieron de los llamados fiscales o mandones, en náhuatl tepixqui (“el que cuida a alguien”) o tequitlato (“el que reparte el trabajo por hacer, el tributo”). Ellos ayudaban a religiosos y autoridades civiles a vigilar que los niños fueran bautizados en cuanto nacieran, que los casamientos se realizaran mediante el correspondiente sacramento, que los prometidos fueran solteros y que no se cometieran anomalías en las prácticas religiosas. Asimismo, reprendían a los borrachos, adúlteros y “brujos”, y los denunciaban a los frailes; especialmente reportaban los ritos idolátricos practicados en secreto.
Cuando los indios faltaban de manera injustificada a la doctrina o a las misas los domingos y días festivos, los castigaban, generalmente con azotes. Parece que al principio también los encarcelaron y les colocaron grilletes. Los frailes justificaban estos “piadosos castigos” porque consideraban que los indios tenían una “naturaleza” poco firme, olvidadiza y “descuidada”, y creían hacerles un bien al contribuir a la salvación eterna de sus almas.
Para mostrar su poderío, llevaron a cabo algunos actos ejemplares. Por ejemplo, el primero de enero de 1525, en Texcoco, tres franciscanos, después de un ritual para ahuyentar a los demonios de los templos y de decir misa, solicitaron a los principales dejar los sacrificios humanos, o serían castigados en nombre de Dios y del rey. Como se resistieron, mandaron destruir sus templos, ídolos y códices. Siguieron los de México y sus alrededores, los de Cuautitlán y los de Tlaxcala, al tiempo que se erigían los nuevos templos cristianos.
Asimismo, comenzaron a perseguir y castigar mediante azotes, y en casos extremos, mediante la muerte en la horca o la hoguera, a los antiguos sacerdotes paganos y a todos aquellos que seguían practicando ritos idolátricos. El último caso de pena mortal fue en 1539, cuando se condenó a la hoguera a don Carlos Ometochtli Mendoza (o Chichimecatecuhtli, como él se hacía llamar en secreto), cacique de Texcoco, quien era exalumno del Colegio de Santa Cruz y fue acusado de idolatría y concubinato. Dado que la Corona consideró excesivo este castigo por lo reciente de la conversión del cacique, en adelante prohibió que a los indios se les aplicara este tipo de sentencias.
Cantos, bailes y procesiones
Entre las estrategias que utilizaron los frailes para atraer a los indios al cristianismo, estuvo la de continuar con algunas de las prácticas pertenecientes a su tradición religiosa, dándoles un nuevo contenido religioso. Fray Pedro de Gante fue el primero en darse cuenta de la utilidad de este método para introducir el culto al nuevo Dios católico, y así permitió que los indios danzaran en los atrios de las iglesias. Se pintaban de colores la cara, tal como lo habían hecho en la época prehispánica, y bailaban y cantaban representando pasajes de la historia cristiana, como la danza de los moros y cristianos, pero mezcladas con los antiguos juegos o simulacros de batallas entre guerreros indígenas. Muchos frailes vieron
en esas danzas la representación de la batalla inmemorial entre la fe y la idolatría, entre el bien y el mal; a otros les preocupó que continuara el culto a los ídolos y que entre los cánticos de contenido cristiano se mezclaran plegarias a los antiguos dioses.
Otra innovación de Gante para atraer a los indios a la nueva fe consistió en la organización de grandes fiestas para celebrar el Corpus Christi, la Navidad y los aniversarios de los santos patrones de cada barrio o pueblo. Así, en 1529, los franciscanos convidaron a los indios de la Ciudad de México y sus alrededores para festejar el nacimiento de Cristo mediante bailes y cantos. La estrategia fue todo un éxito. Pronto comenzaron a celebrarse, a lo largo del año, todas las fiestas religiosas con gran esplendor y alegría.Incluían procesiones que pasaban por calles adornadas con arcos y tapetes florales, luminarias y papeles de colores. Los indios iban danzando y cantando, a menudo con máscaras y disfraces, sosteniendo copales y estandartes de plumas. Solían terminar en grandes comidas, donde, muy a pesar de los frailes, se bebía en exceso.
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