El llamado maderista a sumarse a la revolución también prendió en grupos radicales inconformes con los gobiernos estatales. Los zapatistas se ensañaron sobre todo con las grandes haciendas, quemaron cañaverales y oficinas públicas, aparte de ajusticiar a algunos jefes políticos y capataces.
La larga presidencia de Díaz fue una etapa dorada para las haciendas azucareras morelenses. El auge del mercado de ese producto y el ferrocarril transformaron el paisaje morelense. Los pueblos de la entidad sufrieron una nueva ofensiva de los ingenios, que modernizaron y tecnificaron el cultivo y transformación industrial de la caña, ampliaron la superficie cultivada, aumentaron el control sobre el agua y subordinaron a las poblaciones y comunidades campesinas. Estos últimos, para sobrevivir, como ya lo venían haciendo desde la etapa colonial, tuvieron que emplearse como jornaleros o rentar tierras a las haciendas. En 1883, el pueblo de Anenecuilco tenía solo 333 habitantes y únicamente conservaban 57 hectáreas de lo que había sido el fundo legal original. Pero había sobrevivido. En los 350 años anteriores, muchos pueblos habían desaparecido.
Emiliano Zapata, nacido el 8 de agosto de 1879 en Anenecuilco, conoció, vivió e interiorizó la historia colectiva de su pueblo por resistir y recuperar las tierras que les habían pertenecido y a las que no habían renunciado. En 1908 apoyó la campaña para la gubernatura de Morelos de Patricio Leyva, hijo del primer gobernador de la entidad y quien se enfrentó a la maquinaria porfirista que impuso al hacendado Pablo Escandón en el poder estatal. Al año siguiente, cuando cumplió treinta, Zapata fue elegido por los ancianos y ochenta hombres de su pueblo como el presidente del Concejo de Anenecuilco, con la encomienda de defenderlo y continuar la lucha por recuperar sus tierras. En la asamblea en que lo eligieron, celebrada el 12 de septiembre, los ancianos le entregaron también los títulos de propiedad del pueblo, que habían guardado con celo por generaciones enteras.
Zapata prometió defender con su vida los títulos de Anenecuilco y lo que estos significaban: la recuperación de sus tierras. Por eso entró a la revolución a la que había llamado Francisco I. Madero para derrocar a la dictadura porfirista; atraído, al igual que muchos campesinos morelenses y de otras latitudes, por el artículo 3º del Plan de San Luis, que prometía que los pueblos recuperarían las tierras de las que habían sido despojados por las haciendas.
Junto con un pequeño grupo de rebeldes, Zapata se levantó en armas contra el gobierno de Porfirio Díaz el 11 de marzo de 1911. En pocas semanas, se convirtió en el líder más importante de la revolución maderista en Morelos. Desde el principio, su movimiento se caracterizó por su radicalidad: las tomas de poblaciones y ciudades en la entidad fueron acompañadas por ocupaciones de haciendas, quema de cañaverales, oficinas públicas y archivos, así como liberación de presos y ajusticiamiento de algunos jefes políticos y capataces de haciendas que habían agraviado a los pobladores mediante abusos y malos tratos. La rebelión encabezada por Zapata fue una de las expresiones más radicales de violencia de clase de los sectores rurales bajos morelenses contra las clases dominantes durante la insurrección maderista.
En seis meses, Madero encabezó un levantamiento popular masivo que derrotó política y militarmente a la dictadura porfirista. Su llamado había detonado una revolución popular que sorprendió a Madero mismo y que amenazaba con rebasarlo. Él había planeado no una revolución popular, sino una insurrección controlada, en las principales ciudades del país, con poca violencia, que esperaba fuera respaldada por un sector del ejército federal, que en pocas semanas obligaría a renunciar al viejo dictador. Pensaba, ilusamente, que el amplio movimiento ciudadano de clases medias urbanas, apoyado por algunas élites y obreros, que había apoyado su candidatura presidencial en 1910, detrás del Partido Nacional Antirreeleccionista, se transformaría en un ejército revolucionario.
Sin embargo, la insurrección que realmente ocurrió no fue esa que soñaba Madero, sino una muy distinta, de sectores rurales bajos, agraviados, que no luchaban solamente por la caída de Díaz, sino por tierra, justicia y libertad. En vez de los líderes del partido maderista en las ciudades, que prácticamente estuvieron ausentes en la rebelión, quienes tomaron en sus manos la dirección de esta fueron otros individuos, hasta entonces desconocidos, como Pascual Orozco y Francisco Villa en el norte, y Zapata en el sur, sin vínculos con el maderismo electoral, surgidos de abajo y que representaban un movimiento que tenía objetivos de transformación social y no solo política.
Esta publicación solo es un extracto del artículo "¿Por qué fue asesinado Emiliano Zapata?" del autor Felipe Arturo Ávila Espinosa que se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México número 128.