La historia de la masonería en el México decimonónico está fuertemente vinculada a la política nacional. Desde su irrupción en el país a finales del siglo XVIII y durante los años posteriores a la proclamación de la independencia, las logias de los ritos de Escocia y de York –en especial este último– se convirtieron en centros de una gran actividad política por los principios que sustentaban, basados en el liberalismo surgido de la Ilustración: el ejercicio de la razón, la libertad de conciencia y tolerancia de cultos; postulados inaceptables para la Iglesia católica pero acordes con la nueva ideología imperante entre los representantes del gobierno del joven México.
Las sociedades masónicas han tenido una extraordinaria importancia en ciertos momentos de la historia de algunos países, particularmente en los momentos de transición o de cambios bruscos en las estructuras de poder y sociales, además de que han motivado conflictos y choques violentos en el sistema político. Los masones han sido forjadores y sostenedores de ideas destinadas a modificar el pensamiento de una sociedad y sus instituciones.
En nuestro país, las sociedades masónicas de York y de Escocia incubaron cambios que aceleraron la destrucción de un sistema mantenido durante trescientos años y dieron las bases, tras lograrse la independencia respecto de España, para el establecimiento de un gobierno federal y una más activa participación de la sociedad en los destinos de la nación; aunque, por otro lado, generaron problemas que pusieron en serio riesgo la integridad de las instituciones en el México de la segunda década del siglo XIX, lo que provocó el Decreto de Proscripción (1828) que las declaraba fuera de la ley y las condenaba a la extinción.
Esta publicación es un fragmento del artículo “El poder de la Masonería” de la autora Elena Díaz Miranda y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 80.
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