El monopolio político del PRI

Gustavo Díaz Ordaz: origen y destino

Arno Burkholder

Gustavo Díaz Ordaz llegó al poder con el 89% de la votación. Para 1964 el Estado revolucionario había consolidado su poder y no tenía enfrente ningún otro grupo o movimiento realmente amenazante.

 

Eso era fruto de una serie de medidas con las cuales, desde que el partido de la Revolución compitió por primera vez en unas elecciones en 1929, jamás perdió el poder. No era, para nada, un organismo democrático; era una alianza entre los diversos grupos que habían sobrevivido la guerra civil de principios del siglo XX y que empezaron a construir un país basado en el autoritarismo paternalista y el desarrollo económico. El partido de la Revolución sobrevivió a fuertes crisis internas como el almazanismo (1940) y el henriquismo (1952), y se transformó: pasó de ser un partido de revolucionarios militares, a uno de revolucionarios licenciados, y se legitimó apelando también a una visión lineal y maniquea evolutiva de la historia de México que los convertía en herederos, y en el resultado de todas las luchas y cambios que habían ocurrido en el pasado.

No fue un proceso sencillo ni pacífico. Además de las rencillas internas, los dirigentes tuvieron que enfrentarse a grupos que les disputaron el poder. Para ellos estaba destinada, primero, la represión. Las matanzas de Topilejo, en 1930, y la de León, Guanajuato, en 1946, además de la alianza de los caciques que mantenían en orden sus estados, sirvieron para darle al país la tranquilidad que necesitaban mientras el partido de la Revolución ponía las bases para transformarlo económicamente.

Sin embargo, y a pesar de la consolidación del modelo, las contradicciones en la sociedad mexicana y la imposición del sistema político empezaron a provocar serias grietas. El movimiento de trabajadores de 1958 fue visto como una seria amenaza a la estabilidad que habían construido por décadas, ya que venía de uno de los sectores supuestamente más favorecidos por los gobiernos de la Revolución, pero que ya no querían someterse a las órdenes que les llegaban desde lo más alto del poder. El asesinato de Rubén Jaramillo en 1962 también lastimó las relaciones con el sector campesino, pero fue justo al inicio del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz cuando esa tensión acumulada durante décadas por la falta de alternativas políticas se volvió más peligrosa.

El primer año del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz fue muy conflictivo. La huelga de los médicos de 1965, los cuales exigían que les pagaran mejores salarios y otras prestaciones, ya fue vista por el Estado como una amenaza que debía erradicarse con mano dura: envió al ejército a tomar los hospitales públicos de Ciudad de México y amenazó a los huelguistas con cerrarles todas las fuentes de trabajo. En septiembre de ese año un grupo de maestros y estudiantes de la Universidad de Chihuahua asaltaron un cuartel con la intención de conseguir armas para luego subir a la sierra y comenzar una guerra de guerrillas al estilo cubano. Eso acabó con los universitarios muertos. Años después la fecha daría nombre a uno de los grupos guerrilleros más famosos en la historia de México: la Liga Comunista 23 de Septiembre.

Al interior del partido oficial, su presidente Carlos Madrazo intentó llevar a cabo una serie de medidas para conseguir que al fin las designaciones a los cargos de elección popular se dieran desde la base y no por la imposición de las cúpulas. De inmediato se encontró con la negativa de varios gobernadores y de sectores del partido muy importantes, como la Confederación de Trabajadores de México, quienes veían en las propuestas de Madrazo una amenaza a sus intereses y al pacto de complicidades con el que la “Familia Revolucionaria” se había mantenido en el poder durante décadas. A finales de 1965 Madrazo tuvo que renunciar al PRI y eso impidió que el partido se democratizara.

En los años siguientes hubo conflictos en universidades estatales como Sonora y Michoacán. Los estudiantes protestaban por diversas cosas, como el alza del precio del transporte, pero al mismo tiempo ya había una queja por la opresión del sistema, la cual se reflejaba en el autoritarismo de gobernadores y caciques. Para el gobierno de Díaz Ordaz, ante todo, estaba el orden. No había manera de permitir que el aparato construido durante tantos años se derrumbara por la acción de un grupo de estudiantes que seguían las tendencias que estaban surgiendo en otras partes del mundo. Esas primeras huelgas sentaron las bases para lo que ocurrió durante el segundo semestre de 1968 en Ciudad de México.

El gobierno de Díaz Ordaz tenía una meta particular por la cual era especialmente necesario mantener el orden: los Juegos Olímpicos de 1968. Para México, las Olimpiadas tenían la función de demostrarle al mundo que nos habíamos convertido en una potencia media y como país éramos un éxito: una de las pocas naciones latinoamericanas gobernadas por civiles que vivían en paz desde hacía décadas.

Para alcanzar esa estabilidad también había sido necesario tener una buena relación con el exterior. Desde 1945 el gobierno mexicano decidió que era necesario dejar atrás las rencillas con Estados Unidos y había que alcanzar un nuevo entendimiento que permitiera al país crecer económicamente amparado por el vecino del norte. A pesar de tener una economía controlada por el Estado, México era un país capitalista que atraía inversiones fundamentalmente de Norteamérica y luego de la mayoría de las potencias occidentales.

Desde los años cincuenta México había fluctuado entre una postura claramente anticomunista y una cierta tolerancia ante los movimientos de izquierda (siempre y cuando no se salieran de los linderos marcados por el gobierno). En esa relación con Estados Unidos la oficina de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en nuestro país jugaba un papel muy importante. Winston Scott, el jefe de la estación de la CIA, se dedicó a construir muy buenas relaciones con los políticos mexicanos más importantes de ese tiempo. Llegó a ser amigo personal de Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz, al punto tal que los dos firmaron como testigos de su boda en Ciudad de México en 1962. Scott creó una red de informantes llamada LITEMPO en la que estaba incluido Díaz Ordaz; eso le permitió darse cuenta de qué opinaban en Palacio Nacional sobre el conflicto estudiantil de 1968 y cómo poco a poco perdían el control sobre los acontecimientos, hasta que todo desembocó en la matanza de la Plaza de las Tres Culturas.

Además de su acercamiento con la CIA, Díaz Ordaz buscó al gobierno norteamericano para resolver problemas que ya eran comunes como los migrantes y el creciente tráfico de drogas hacia Estados Unidos. En la medida de lo posible, México mantuvo una postura separada a la de Norteamérica. Eso era parte de un pacto tácito entre los dos gobiernos por el cual el gobierno mexicano solo respaldaría incondicionalmente a Estados Unidos en casos de extrema gravedad, mientras que en la mayoría de las situaciones se mantendría aparte de las decisiones tomadas por el gobierno de Washington. Eso le servía al gobierno mexicano para mantener una imagen autónoma al interior y al exterior del país. Cuando en 1965 Estados Unidos intervino en la República Dominicana, México rechazó la medida, dio asilo diplomático a los opositores dominicanos y propuso crear una comisión mediadora entre las partes en conflicto. Con respecto a Cuba, siempre mantuvo relaciones diplomáticas con la isla y rechazó cualquier agresión aunque al mismo tiempo considerara que el comunismo era incompatible con las democracias latinoamericanas. Al final uno de los momentos más importantes en la historia de las relaciones internaciones de México ocurrió en 1967 cuando el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz consiguió, mediante la firma del Tratado de Tlatelolco, que Latinoamérica fuera una zona libre de armas nucleares.

Al gobierno de Díaz Ordaz le tocó realizar los funerales de Estado de Adolfo López Mateos y de Lázaro Cárdenas. En el primer caso, Díaz Ordaz no solo estaba despidiendo a alguien que fue su jefe y su antecesor en el cargo. Principalmente había sido su amigo. Los dos fueron senadores de la república y luego crecieron políticamente a la sombra de Adolfo Ruiz Cortines. Díaz Ordaz fue el Secretario de Gobernación de López Mateos y con ese cargo se encargó de asuntos muy complicados como las elecciones estatales de San Luis Potosí y la crisis de los misiles en Cuba. También se rumoraba que don Gustavo fue cómplice intelectual en el asesinato de Rubén Jaramillo en 1962.

Díaz Ordaz nombró a López Mateos presidente del Comité Organizador de las Olimpiadas de 1968, un cargo que don Adolfo ya no pudo cumplir debido a su enfermedad. Cuando falleció en 1969, Díaz Ordaz fue a velarlo a su casa de San Jerónimo. Estuvo muy serio y silencioso el tiempo que permaneció junto a la familia de López Mateos. Al final se retiró diciendo: “un presidente no tiene derecho a enfermarse. Ni a acompañar a un amigo”.

Al año siguiente murió Lázaro Cárdenas. La relación entre los dos había sido compleja durante el movimiento estudiantil de 1968. Cárdenas era espiado por la CIA y Díaz Ordaz recibía un informe de los movimientos del General. Pero cuando éste falleció en 1970 era obligatorio hacerle un enorme funeral de Estado. Con su muerte terminaba oficialmente la Revolución Mexicana. Por eso Díaz Ordaz decidió que el general solo podía reposar en el sitio pensado para conmemorar a los participantes en esa guerra que había transformado a México: el Monumento a la Revolución. Acompañado de los expresidentes Emilio Portes Gil y Miguel Alemán; y del presidente electo Luis Echeverría, Díaz Ordaz y la Familia Revolucionaria despidieron a Cárdenas en un momento en el que el Estado revolucionario necesitaba la certidumbre de la historia y de los símbolos, luego de haber vivido los momentos de crisis de 1968.

El conflicto estudiantil de ese año fue el más grave que vivió el Estado mexicano desde que los trabajadores salieron a las calles una década antes. Pero las circunstancias eran diferentes. Los telefonistas, electricistas y ferrocarrileros exigían mejoras salariales y su derecho a organizarse fuera de los órganos sindicales que estaban controlados por el Estado. Los estudiantes querían otra cosa.

Eran producto de esa generación con ganas de volver a comenzar la historia y que disfrutaba de la rebeldía de salir a las calles a gritarle al poder que no estaban dispuestos a someterse más ni a seguir el camino que les habían marcado desde antes que nacieran. No todos sabían que los representantes del Consejo General de Huelga habían redactado un pliego con una serie de exigencias muy concretas, como la destitución del jefe de la policía capitalina, la desaparición del Cuerpo de Granaderos, suprimir el delito de disolución social, indemnizar a las familias de los estudiantes lesionados o muertos durante las operaciones policiacas y liberar a los presos políticos. Algunos conocían todo el pliego petitorio; otros solo recordaban uno o dos puntos; pero a todos les parecía necesario manifestarse, siguiendo el ejemplo de sus contemporáneos en París y Checoslovaquia.

Al principio fue una fiesta, pero siempre estuvo presente el peligro de la represión. Primero los policías, luego los granaderos, el ejército y al final el Batallón Olimpia (formado por miembros del Estado Mayor Presidencial y de otras corporaciones). El gobierno de Díaz Ordaz siempre los vio como una amenaza. Simplemente no entendía que toda esa generación, quizá la que tuvo el mejor nivel de vida en toda la historia de México, se sublevara contra las autoridades imitando ideas provenientes de otros lugares.

 

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