El fenómeno Trotsky en México

Ricardo Lugo Viñas

Una de las distracciones favoritas de Trotsky en México fue la de recolectar cactáceas. Se convirtió en un aficionado coleccionista. Disfrutaba desenterrar algunas y trasplantarlas en el jardín de la Casa Azul y, posteriormente, en el de su casa fortaleza de la calle Viena, en Coyoacán.

 

Carlos Monsiváis, nuevamente, se refirió a la presencia de Trotsky en México como “un hipopótamo en Chapultepec”. Y es que, pese a la aversión política y las notas de odio que la mayor parte de la prensa mexicana le dedicaban, principalmente los periódicos vinculados al PCM, como Futuro, El popular o La voz de México, Trotsky se convirtió en un fenómeno y nacional; todos los medios nacionales cubrían buena parte de su agenda.

Aunque en México muy pocos sabían (y todavía menos entendían) quién rayos era Trotsky, la cercanía con la pareja de artistas Diego Rivera y Frida Kahlo lo nacionalizó de inmediato y fincó el interés de variosmexicanos en aquel político ruso, extravagante, de barbas de patriarca bíblico.

Tras librar el contraproceso –asunto que con seguridad le costó la vida a su hijo Lev, quien acabó muerto en un hospital en París en circunstancias sospechosas– Trotsky se dedicó de nuevo a escribir. Se vio obligado a continuar la biografía de Stalin, pues una editorial norteamericana le envió un jugoso adelanto económico que no pudo despreciar.

Por aquellos días André Breton, el llamado padre del surrealismo, visitó México (ver Relatos e historias en México 159) y se encontró con Trotsky. La presencia de Breton fue un respiro para el viejo bolchevique. Ambos, en compañía de la pareja Rivera y la esposa de Breton, Jaqueline Landa, hicieron un viaje a Pátzcuaro, Michoacán y a Guadalajara, Jalisco, en donde Rivera les presentó a José Clemente Orozco. Trotsky le dirá al oído a Breton: “Este hombre (Clemente Orozco) es el Dostoievski mexicano”.

Finalmente, antes de partir, Breton y Trotsky escribieron conjuntamente el famoso “Manifiesto por un arte revolucionario independiente”, que Rivera firmaría en el lugar de Trotsky, pues este último no quería incumplir las condiciones de no injerencia en la vida política y pública de México, que la ley y el presidente Cárdenas le habían impuesto.

Para finales de ese año, los desacuerdos políticos entre Rivera y Trotsky escalaron hasta territorios insoportables. A finales de febrero de 1939 Jean van Heijenoort consiguió una casona en el número 19 de la calle Viena y, casi de inmediato, Trotsky y Natalia se mudaron hacia allá. Este en apariencia insignificante hecho, representará, quizás, el primer gran avance de la conjura soviética para asesinar a Trotsky. La Casa Azul era un hueso duro de roer para cualquiera, Rivera y Kahlo eran personajes extremadamente públicos y poderosos, en cambio una vieja casona del siglo XIX, en la abandonada calle de Viena, avivó los trabajos de espionaje y acoso hacia el cada vez más solitario “viejo barbitas”. En Moscú las alertas se encendieron.

 

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Un largo y tétrico grito lo invadió todo