En enero de 1867, casi al final de la invasión francesa a México, el general Miguel Miramón estuvo a punto de capturar al líder de la causa republicana, Benito Juárez, en Zacatecas. Su hermano Joaquín Miramón falló en el intento y de allí en adelante, en especial tras la derrota en San Jacinto, el imperio de Maximiliano se enfiló hacia un precipicio del que nada pudo salvarlo.
En el primer trimestre de 1865, durante la invasión francesa y el Segundo Imperio, la memoria del 5 de mayo de 1862 y el sitio de Puebla en la primavera de 1863 eran solo un bruñido recuerdo para la causa republicana encabezada por Benito Juárez, pues la desventura envolvía a las armas de la República: Porfirio Díaz había capitulado el 8 de febrero en Oaxaca; el 18 de marzo, Nicolás Romero, el León de la Montaña, era ejecutado por los franceses; y el día 29 del mismo mes, los galos ocuparon el puerto de Guaymas, Sonora.
El hado favorecía a la fuerza expedicionaria francesa y a sus aliados en su objetivo de mantener en el trono de México a Maximiliano de Habsburgo. Sin embargo, el agente confidencial de Juárez en Europa, Jesús Terán, creía en la resistencia popular, según manifestó en una carta de julio de 1865: “Este sistema es tanto más temible, cuanto que nunca revela su poder; obtiene la victoria a fuerza de derrotas, y el conquistador cada día cree asegurado el triunfo, hasta que la consumación lenta y el aniquilamiento vienen a sacarlo del error. México hizo su independencia con once años de continuas derrotas; del mismo modo hizo en tres años la Reforma, y así también salvará ahora su independencia y sus instituciones”.
La férrea convicción de Terán en el triunfo de la República era compartida por otros: Mariano Escobedo organizó al Cuerpo del Ejército del Norte; Mariano Riva Palacio resistía en Michoacán; Ramón Corona y Antonio Rosales mostraban firmeza en el noroeste; en la Unión Americana, Matías Romero desplegaba una labor diplomática incansable.
Cambios en el ajedrez mundial
El 9 de abril de 1865, durante la Guerra Civil en Estados Unidos, el general Robert E. Lee signó la rendición de la Confederación esclavista ante el teniente general Ulysses S. Grant, jefe de los ejércitos de la Unión abolicionista en Virginia. Este acontecimiento implicaría el incremento de la presión estadounidense sobre Francia y, en enero de 1866, el emperador Luis Napoleón III, “el lobo grande de las Tullerías”, anunció su decisión de retirarse de México. Juárez expresó al respecto, en una carta de febrero siguiente, que “no es Napoleón el que ha de emprender una guerra” con su gobierno: “Los lobos no se muerden, se respetan”.
Aunado a los recientes triunfos republicanos en Santa Isabel (Matamoros) y Santa Gertrudis (Camargo), ambos en Tamaulipas, un acontecimiento internacional favoreció la causa juarista: el 3 de julio de 1866 las tropas prusianas de Helmuth von Moltke destrozaban al ejército austriaco en Königgrätz. Esta victoria anunciaba el surgimiento de Prusia, bajo la égida de Otto von Bismarck, como el principal rival de Francia en la Europa continental.
La resistencia republicana, la presión estadounidense y la victoria prusiana surtieron efecto: Maximiliano despidió a su esposa Carlota de Bélgica, quien partió hacia el Viejo Mundo para obtener sostén para la causa imperial. Por su parte, los franceses abandonaron México de manera escalonada, mientras Porfirio Díaz triunfaba en Miahuatlán y La Carbonera, en Oaxaca. Finalmente, desde Europa llegó la noticia de que Carlota había enloquecido.
Indecisión y mordisco en Orizaba
Desanimado, Maximiliano se estableció en Orizaba como preludio a su proyectado retorno a Austria. El emperador, quien pasaba su tiempo libre cazando mariposas, parecía una versión austriaca de Hamlet, pues un día amanecía decidido a abdicar y al otro día parecía resuelto a luchar por su imperio. De acuerdo con Justo Sierra, “jamás fue el mismo hombre tres días consecutivos”; al final, fue convencido por los conservadores de permanecer en México y crear, en diciembre de 1866, el Ejército Imperial Mexicano, comandado por los generales Leonardo Márquez, Miguel Miramón y Tomás Mejía, y apoyado por militares austriacos.
Sin embargo, Concepción Lombardo de Miramón, observadora acuciosa, dudó de la victoria del imperio, pues, al conocer la misión de su marido, decidió partir a Ciudad de México, ya que “palpaba el laberinto en que se iba a meter”. Al despedirse del Macabeo –como era conocido su esposo–, mordió en la mejilla a “aquel hombre a quien tanto amaba y al cual no pude salvar de la catástrofe que lo amenazaba”, según registró en sus Memorias.
Los Miramón
El 26 de diciembre de 1866, Miramón, vestido con un atuendo de charro de color azabache, salió con cuatrocientos hombres rumbo a Guadalajara. En Querétaro, 192 soldados franceses, pertenecientes a la columna de Armand Alexandre de Castagny, solicitaron incorporarse a sus filas, pues ya habían cumplido su contrato. Escaso de efectivos, el Macabeo los incorporó a sus tropas con el nombre de Gendarmes de la Emperatriz.
Enterado de que Guadalajara había sido capturada por Ramón Corona y que la vanguardia del Ejército del Norte avanzaba sobre San Luis Potosí, Miramón urdió el siguiente plan: el general Severo del Castillo avanzaría con dos mil hombres sobre San Felipe, mientras que él se desplazaría hacia Guanajuato, con el objetivo de bloquear el avance republicano.
En Celaya, Miramón formó una unidad de infantería a la que designó Cazadores y la confió a su hermano, el coronel Carlos. En León, el general, “hombre de gran espíritu, de gran arrojo, de gran poder de fascinación sobre el soldado” –como lo describió Justo Sierra–, arengó a los desmoralizados elementos del general Ignacio Gutiérrez. El Macabeo aprovechó su estancia en esa ciudad para instruir a sus tropas bisoñas: los Cazadores y el 8° Regimiento de Caballería, que colocó a las órdenes de su otro hermano, el general Joaquín.
“El frío de la muerte se acerca ya al corazón del Imperio”
El 10 de enero de 1867, bajo un pálido cielo invernal, el comandante en jefe del Ejército del Norte, Mariano Escobedo, presidía en Saltillo el solemne abanderamiento del Primer Batallón de Coahuila, en el que el gobernador Andrés S. Viesca y el licenciado Juan Antonio de la Fuente le entregaron una bandera bordada por distinguidas señoritas de la localidad.
En el viaje hacia San Luis Potosí, Escobedo fue avisado de que Miramón se desplazaba desde Querétaro con la intención de atacarlos. Entonces recordó las palabras de Viesca: estos norteños estaban destinados a llevar “el frío de la muerte […] al corazón del Imperio”, de acuerdo con el diario El Coahuilense del 29 de diciembre de 1866.
“Juárez se nos escapó de las manos”
El 20 de enero, Miramón llegó a Lagos y se enteró de que Juárez estaba por arribar a Zacatecas. El Macabeo decidió marchar sobre su antagonista para aprehenderlo. Al día siguiente, Escobedo enlazaba, en la capital potosina, con la vanguardia del Ejército del Norte. El día 22, Miramón se apoderó de Aguascalientes. Esa misma jornada, don Benito entró en Zacatecas.
El día 26, Miramón arribó a la localidad zacatecana de Guadalupe. Juárez declinó el consejo de retirarse y, acompañado del gobernador Miguel Auza, recorrió dos veces la línea de defensa. Durante el recorrido, el presidente percibió el ánimo de victoria de las tropas republicanas y del pueblo.
El ataque imperial comenzó en la madrugada del 27, cuando el general Gregorio del Callejo y Carlos Miramón tomaron la hacienda de Bernárdez y ocuparon el cerro de San Martín. Al mismo tiempo, el general Pantaleón Morett, al mando de una columna de ataque, escaló y capturó rápidamente el cerro de la Bufa. Estas maniobras quebraron la resistencia republicana, la cual se transformó en desbandada.
En una carta del 27 de enero a su esposa Concha, el Macabeo expresó: “Juárez se nos escapó de las manos” porque el 8° Regimiento de Caballería, comandado por Joaquín Miramón, falló en su intento de capturar al presidente. El zapoteca y sus acompañantes llegaron así a Fresnillo. Mientras tanto, los Gendarmes de la Emperatriz cometieron asesinatos y violaciones entre la población civil. La ofensiva de Miramón fue calificada por el historiador Victoriano Salado Álvarez como una “hazaña de los Caballeros de la Tabla Redonda”.
Esta publicación sólo es un fragmento del artículo "El día en que Juárez escapó de las manos de Miramón" del autor Soren de Velasco Galván que se publicó en Relatos e Historias en México número 126. Cómprala aquí.