El controvertido escudo de armas de Monterrey

El flechador del sol
Enrique Tovar Esquivel

 

¿Mito fundacional?, ¿herencia indígena?, ¿emblema virreinal? El origen del famoso arquero que apunta al cielo en el escudo regiomontano ha estado en el centro de la polémica por siglos, en una historia rodeada por concepciones imaginarias o afirmaciones sin sustento. Esto es lo que conocemos hasta hoy.

 

 

Sobre Monterrey, apuntaba Eugenio del Hoyo, han corrido impresas y con gran fortuna leyendas sin fundamento y grandes mentiras que, a la manera de una tradición oral, pasan de historiador en historiador, reciben en cada paso añadidos fantásticos y nuevos errores hasta formar una enredada madeja que suele desalentar nuevas investigaciones, dejando los relatos como ya han sido contados.

 

Uno de esos relatos trata sobre el remoto origen del diseño del escudo de la ciudad de Monterrey. Historiadores y cronistas afirman que tiene más de 350 años de antigüedad sin mayor evidencia que su férrea creencia. Sin embargo, dicho diseño no tiene similitudes con el de otros escudos conferidos en el siglo XVII por la Corona española. ¿Por qué entonces los historiadores y cronistas asumen su creación en ese periodo? Así comenzó su historia.

 

La autorización del blasón

 

El 12 de mayo de 1666, el capitán don Nicolás Pérez de Azcárraga fue nombrado gobernador y capitán general del Nuevo Reino de León. Entonces era alcalde de la villa de Nejapa y meses atrás, el 7 de noviembre de 1665, había recibido el hábito de caballero de la orden de Santiago.

 

Tardó poco más de un año en llegar y asumir su cargo como gobernador. Cuando lo hizo el 12 de julio de 1667, encontró una localidad cuasi consumida y aniquilada por la guerra constante contra los indios, con una población escasa y pobre que vivía de manera dispersa en casas de poca monta. Ni siquiera la parroquia se encontraba terminada. Aun así, Monterrey ostentaba el título de “ciudad”, nominación que valía mucho para la gente, por lo que Pérez de Azcárraga, al enterarse de que el poblado carecía de escudo de armas, escribió a la Corona española para solicitar el emblema.

 

Recibió respuesta hasta el 9 de mayo de 1672, fecha en la que a la reina regente Mariana de Austria, quien no tenía la menor idea de las proporciones urbanísticas de Monterrey, le bastó su nominación de ciudad – pues las cosas pertenecen al lenguaje– para expedir la cédula real que autorizaba al virrey de Nueva España, Antonio Sebastián de Toledo Molina y Salazar, segundo marqués de Mancera, aprobar “el escudo de armas que la dicha ciudad de Monterrey eligiere, dándome cuenta del que fuere”.

 

Nada hay más al respecto. Ni descripción, ni representación alguna durante el virreinato que diera cuenta de su presencia; solo suposiciones de su diseño en ese periodo.

 

El escudo virreinal de la ciudad

 

No deja de ser controversial la creencia de historiadores y cronistas que remontan el diseño del escudo de armas de Monterrey al siglo XVII, cuando lo único que existía era el permiso para tenerlo. Sorprende, por ejemplo, que el historiador Israel Cavazos señalara que el escudo labrado y colocado en la fachada del Palacio Municipal por el pintor, escultor y arquitecto práctico Papias Anguiano en 1853 se había realizado “conforme al que la reina doña Marina de Austria concedió a la ciudad en 1672”, insinuando que ella proporcionó el diseño o lo vio, cuando lo único que solicitó fue conocerlo cuando lo tuvieran. Por su parte, el gobernador Pérez de Azcárraga no volvió a mencionar el asunto.

 

En el mismo tenor, el historiador Carlos Pérez-Maldonado apuntó en 1944 que el escudo “fue formulado durante el periodo comprendido del mes de mayo de 1673 a febrero de 1676 y que fue el que se usa actualmente, ya que nunca se ha conocido ni hay rastro de que se hubiera proyectado algún otro”; pero tampoco hay evidencia del diseño heráldico en aquel periodo. A esto último, Cavazos añadió de manera tajante: “Aunque se desconocen los documentos relacionados con el blasón elegido por Azcárraga, es indudable que haya sido el actual”. Así no se construye la historia.

 

Si alguna vez Monterrey ostentó un emblema de ese tipo durante el periodo novohispano, fue el escudo real de España que, por cierto, apareció de manera tardía. Esas armas estuvieron labradas en piedra en el remate de la catedral, en la cárcel, las Casas Reales y el Colegio Viejo. En todos ellos fue retirado tras la independencia de México y sustituido por el escudo de la República.

 

Primer diseño

 

Cuando las Casas Reales fueron sustituidas por un nuevo edificio municipal a mediados del siglo XIX, se culminó la obra con el labrado del escudo de armas de Monterrey en su fachada, encargo hecho a Papias Anguiano, quien presentó el diseño el 14 de marzo de 1853. El cabildo aceptó la propuesta el 11 de abril siguiente, con la condición de que se le añadiera un asta bandera.

 

El contrato se firmó del 19 de abril y Anguiano se comprometió a esculpir en piedra el escudo de acuerdo con el “diseño que tiene presentado”. ¿Quién determinó el contenido del campo del escudo y sus figuras tenantes? ¿Acaso fue Anguiano? No es posible saberlo, lo que sí consta en las cláusulas del contrato es que su altura sería de cuatro varas (3.34 metros), que debía fijarse en lo alto del Palacio Municipal y pintarse en aceite, y que el trabajo concluiría el 15 de junio de 1853, con un pago de doscientos pesos.

 

La cláusula 3 devela un dato que, a pesar de ser tan claro, no se le prestó atención: el escudo estaría timbrado con un águila tallada en madera de sabino “por no poderse construir de otra materia que preste más solidez”. ¡El remate era un águila! ¡No una corona! ¡El escudo de armas de Monterrey se diseñó en una nación independiente!

 

El diseño que presentó Anguiano tenía dentro de su campo oval al cerro de la Silla como elemento de fondo; detrás de él, un sol naciente que es saeteado por  un indígena en primer plano y ubicado entre dos árboles. Este campo oval es sostenido por dos indios con penacho, descalzos y armados con arco y carcaj. Tras de ellos hay tres banderas y a sus pies se observan cañones, tambores y balas.

 

Los indios tenantes

 

Existen al menos dos referencias iconográficas anteriores que muestran indios tenantes en un escudo de las posesiones españolas en América. El primero y más antiguo es el escudo de armas otorgado a la ciudad de Tzintzuntzan (Michoacán) por la Corona española hacia 1593; aunque no usan penachos, están calzados y uno de ellos lleva una rodela en el brazo.

 

El segundo fue otorgado a la provincia de la Luisiana (Archivo General de Indias, Mapas y Planos-Escudos, 129) por la Corona española en 1786. Su iconografía coincide más con el escudo regiomontano, no solo por los indios tenantes armados con su arco y carcaj, descalzos y con grandes penachos, sino por un detalle peculiar: que dentro del campo se halla un indio cuasi recostado con un arco en la mano derecha y una olla derramando agua en la izquierda, que si bien nos recuerda al indio flechador del escudo de Monterrey, es más bien la sustitución de la figura de Neptuno del escudo de la Compañía Francesa de Indias Orientales fundada en 1664 y que comerció en las costas occidentales de África, los mares orientales y en toda la India hasta disolverse 105 años después. En la misma posición, el Neptuno sostenía en la mano derecha su tridente y en la izquierda un cuerno de la abundancia derramando el vital líquido.

 

¿Dónde entonces buscar la imagen de nuestro indio flechador?

 

El indio flechador

 

La imagen del indio flechador existe en un gran número de lienzos virreinales, pero arqueros flechando hacia las alturas solo se han registrado dos. El primero forma parte de El octavo mandamiento: “No levantarás falsos testimonios ni mentiras” (Museo de Arte Religioso Ex Convento de Santa Mónica, Pue.), realizado por Joseph Ortiz, pintor poblano del siglo XVIII. En este se presenta de manera marginal a un hombre que, con arco en mano, lanza una flecha con seis alas que se eleva rebasando incluso al Sol; le acompaña la letra E que se identifica con la frase “La detracción y la murmuración”.

 

El segundo flechador, igualmente marginal, se encuentra en lo alto de una de las columnas (en forma de pirámides) de Hércules, en un grabado donde se representa a América, trabajo “inventado y hecho por Emmanuel Villavicencio” y salido de la Imprenta de Hogal en 1770. Allí, el hombre levanta su arco y apunta su flecha al cielo antes de lanzarla.

 

Difícilmente la imagen del indio flechador en el escudo regiomontano nació de alguno de estos dos arqueros. Menos aún salió de la imagen central del sello del primer obispo de Linares en el Nuevo Reino de León, don fray Antonio de Jesús Sacedón. La escasa claridad de esa imagen y la abundante imaginación del padre Aureliano Tapia hizo que este viera en ella al “cerro de la Silla, con un sol que surge tras su silueta, y al pie un indio flechando al sol”, cuando en realidad se trata de una imagen de San Francisco recibiendo los estigmas; raro sería que un fraile franciscano se identificara con una imagen pagana. Así, lo más probable es que el diseño del flechador haya nacido de una leyenda.

 

 

Si quieres saber más sobre la historia del escudo de armas de Monterrey, Nuevo León, busca el artículo completo “El flechador del sol” del autor Enrique Tovar Esquivel que se publicó en Relatos e Historias en México número 119. Cómprala aquí.