En la extensa obra mural de Diego Rivera destacan Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, El hombre controlador del universo en Palacio de Bellas Artes, así como los murales de Palacio Nacional, la SEP, el Teatro Insurgentes, la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo, entre otros.
Polémico, tenaz y entrañable
El 8 de diciembre de 1886 nació en la ciudad de Guanajuato el inmortal artista mexicano Diego Rivera. Estudió en la Academia de San Carlos, la cual abandonó –según manifestó– por su falta de originalidad, no sin antes aprender las técnicas elementales de la pintura que le permitieron montar una primera exposición de cuadros muy influidos por el paisajista José María Velasco y ganar una beca para estudiar en Europa, a donde llegó en 1907.
Permaneció en el Viejo Continente durante catorce años, con una breve interrupción, convirtiéndose en un reputado pintor influido por las vanguardias europeas, como se aprecia en sus cuadros cubistas que lo acercaron al español Pablo Picasso y a otros artistas de la misma talla.
En 1921 volvió a México, invitado por el flamante secretario de Educación Pública, el filósofo y humanista José Vasconcelos, quien impulsaba algunas de las manifestaciones del renacimiento cultural mexicano que siguió a la revolución iniciada en 1910. Vasconcelos encargó a Rivera la decoración de los muros del recién terminado edificio de la secretaría a su cargo. Al pedirle esto, dio el banderazo de arranque a lo que conocemos como muralismo mexicano o Escuela Mexicana de Pintura.
A la par de Rivera, llegó de Europa un atrabiliario chihuahuense, antiguo oficial revolucionario del ejército del general Álvaro Obregón: David Alfaro Siqueiros. Él y Rivera lanzaron una especie de manifiesto profundamente nacionalista con el que llamaban a los pintores de América Latina a crear arte para el pueblo.
Rivera y Siqueiros encontraron que sus ideas artísticas corrían por el mismo cauce que la de algunos jóvenes poetas como Manuel Maples Arce y Germán List Arzubide, y de pintores como Xavier Guerrero, Roberto Montenegro, Carlos Mérida, Amado de la Cueva, Fermín Revueltas, Ramón Alva de la Canal y, el más viejo, el tapatío José Clemente Orozco, quien con Rivera y Siqueiros formó lo que se ha llamado “los tres grandes”.
Muchos de esos artistas decidieron tomar la Revolución y el arte popular como punto de partida. Así, durante el gobierno de Obregón y con el mecenazgo primero de Vasconcelos y luego de algunos gobernadores estatales, empezaron a llenar de frescos los edificios públicos, a crear un arte nuevo y a involucrarse de lleno en la vida pública del país. Fueron ellos también, sobre todo Siqueiros, Rivera y Guerrero, quienes contribuyeron a hacer del Partido Comunista Mexicano una entidad sólida –aunque la vida política de Diego es material para un texto mucho más extenso que este.
Figura cumbre de la pintura mundial del siglo XX, falleció el 24 de noviembre de 1957 en San Ángel, al sur de Ciudad de México, en su casa estudio. Fue enterrado en la Rotonda de las Personas Ilustres de la capital.