Don José de Gálvez y el alzamiento de los indios del Fuerte

Sonora, 1769

José Luis Mirafuentes

La rebelión de los fuerteños se llama así porque las comunidades que participaron en ella estaban asentadas en las riberas del río del Fuerte que proviene desde Chihuahua y desemboca en Sinaloa. Poblados como Charay y Mochicahui, pertenecientes al actual municipio de El Fuerte, desautorizaron a las autoridades españolas y atacaron a las milicias provinciales.

 

Las causas del alzamiento

Las relaciones de los indios del Fuerte con los españoles no parece que fueran distintas de las que estos sostenían con el resto de los grupos indígenas de la región. Sabemos, cuando menos que, además de sus actividades propiamente comunitarias, solían contratarse por temporadas o por trabajos determinados en los distritos mineros sonorenses y aún de Nueva Vizcaya, sobre todo cuando estos se hallaban en bonanza y, por lo mismo, requerían de su trabajo a cambio de buenos salarios. Ello no quiere decir, ni mucho menos, que su situación de subordinación a los españoles fuera en todo punto halagüeña. Por el contrario, por su misma naturaleza, dicha relación estaba entreverada de toda clase de desavenencias y tensiones particularmente graves, como debió ocurrir ya en 1740, cuando los propios fuerteños secundaron el alzamiento general del Yaqui para sacudirse, a su vez, el dominio español en la región. Creemos que en cierto modo actuaron de manera parecida en 1769, aunque por razones un tanto diferentes, de las cuales nos ocuparemos a continuación.

Hacia principios de 1768, los indios del Fuerte de nueva cuenta tenían suficientes motivos para manifestar abiertamente su malestar en contra de los mandos políticos locales. Lo que en esta ocasión los inconformaba, tenía que ver con las innovaciones introducidas por dichas autoridades en sus tareas sociales y económicas, tanto de dentro como de fuera de sus asentamientos comunitarios. Se trataba de su reclutamiento forzado para el desempeño de labores fuera de sus pueblos, entre las que destacaban, al parecer, las relacionadas con la explotación de los yacimientos minerales de California, trabajo que, además de arduo y arriesgado, debía resultar poco o nada gratificante, debido a los bajos salarios, la mala alimentación y la precariedad de los propios campamentos mineros californianos.

Así, hasta para las más altas autoridades de Sonora y Sinaloa estaba muy claro que el resentimiento de los indios del Fuerte hacia sus mandos locales se debía a que estos, tras las “levas” que practicaron en sus comunidades “les llevaron a sus parientes adonde no querían ir”. Para el capitán del presidio de Buenavista, Lorenzo Cancio, el malestar causado a los fuerteños por tal imposición era tan intenso que se extendía a sus vecinos, los indios mayos. Informó: “En el río Mayo también parece que aquellos ánimos estaban inquietos cuando las levas del Fuerte”. El gobernador de Sonora y Sinaloa, Juan de Pineda, incluso señaló que dicho desasosiego de los fuerteños podía llevar a este grupo a una sublevación general. Dijo: “aunque a mi parecer no son muy temibles los indios del Fuerte ni pueden alzarse con facilidad, por no perder sus bienes, para que V. E. forme justo concepto de que si no se castiga a los que hoy son nuestros enemigos [los seris y pimas altos] no es difícil que [estos] tengan muchos aliados”. Es decir que los indios del Fuerte, pese a sus limitaciones, no dudarían en rebelarse y adherirse a los seris y pimas altos alzados si estos grupos se mantenían exitosamente levantados en armas. Más adelante nos referiremos con amplitud a esta cuestión.

Pese a estas observaciones del gobernador Pineda, no parece que se tomara ninguna medida para atemperar el malestar de los fuerteños. De modo que estos, ya en 1769, al tener noticias de la llegada del paquebot La Lauretana al puesto de Ahome, asociaron el regreso de esta embarcación con la obligación que de nueva cuenta se les impondría de ir a trabajar a “las pobres minas de California y, ante esta perspectiva –como se dijo– se alzaron”.

Debemos señalar, no obstante, que el rencor que por esas fechas guardaban los fuerteños hacia los españoles respondía también a otros agravios no menos pronunciados recibidos de éstos. Así, consideramos conveniente referirnos también a esas afrentas a fin de establecer las circunstancias precisas en las que se produjo su rebelión.

Hacia mediados de 1769, cuando ya las autoridades regionales temían que los fuerteños pudieran secundar el movimiento de rebeldía de los seris y pimas altos, en el pueblo de Charay, una de las comunidades del río del Fuerte, se produjo un incidente menor pero que terminó provocando el descontento general de los indios de dicho establecimiento. Ocurrió que varios de esos indios, presos por algún delito de poca gravedad, sin mayor razón aparente, fueron puestos en el cepo. La aplicación de este castigo provocó al instante el malestar unánime de los lugareños, los cuales descargaron su indignación en los guardias de la cárcel y, tras liberar a los reclusos y prender fuego a los cepos, huyeron a los montes. No obstante, luego de escuchar los oficios de intermediación de un religioso, depusieron su rebeldía y se reintegraron sin mayor novedad a su pueblo, pero la impunidad en la que por consecuencia quedaron no pudo menos que dejar muy mal paradas a las autoridades locales, lo que, al parecer, les sirvió de impulso para emprender una acción más amplia en su contra. Porque no mucho tiempo después, amotinados, acabaron por hacerse de los cargos del gobierno local.

Para Gálvez, esas acciones fueron, por así decir, los prolegómenos de la rebelión del Fuerte. Dijo: “no tomaron otro pretexto los indios del Charay, donde empezó el alboroto, que el de pretender con su general se les mudara de gobernador y, con efecto, eligieron ellos tumultuariamente otro de su parcialidad”. Gálvez, no obstante, acabó por tener como una de las causas inmediatas de la rebelión un problema por entonces latente a nivel regional. Se trataba de las actividades subversivas que promovían en el río grupos de “vagos” y “forasteros” yaquis y mayos, como Gálvez los llamó. Estos indios, sin embargo, y el propio Gálvez así lo reconocería implícitamente, tenían mucho más de rebeldes que de vagos.

Porque, como él mismo señalaría, se hallaban detrás de los indios tumultuarios que en el pueblo de Charay depusieron a sus gobernadores. En carta al virrey marqués de Croix, dijo:

 

“El 13 de julio próximo pasado di cuenta a Vuestra Excelencia del alzamiento de los indios del río del Fuerte a sugestiones de algunos forasteros ladrones, salteadores que les hicieron creer que las naciones Mayo y Yaqui estaban de acuerdo en tomar las armas al propio que ellos empezaban las hostilidades. Y en efecto, con pretexto de hallarse disgustados de los gobernadores de Charay y Mochicagui, hicieron la azonada: quitaron dichos gobernadores y pusieron otros de su particularidad y atacaron luego a las milicias de caballería provincial.”

 

Debemos señalar, asimismo, que Gálvez no pasó por alto el hecho de que los grupos de yaquis y mayos “forasteros” iban encabezados por un indio pima “de los antiguos rebeldes”, en alusión a los pimas bajos del vecino pueblo de Suaqui, muchos de los cuales, como se verá, se hallaban por entonces en rebeldía en alianza con los seris y pimas altos alzados. Para Gálvez, además, dicho indio, en sus arengas a los fuerteños les hacía creer “que se sublevaban al propio tiempo todas las demás naciones de indios”.

Consideramos conveniente añadir que Gálvez, por otra parte, no ocultaba su temor de que los yaquis y mayos no fueran ajenos del todo al movimiento de los fuerteños o, cuando menos, no lo mirasen con indiferencia, debido a la vecindad que tenían y por el hecho de ser indios como ellos. Decía:

 

“Me estoy recelando por instantes que en los pueblos de estas dos naciones haya algún movimiento hijo de la natural inconstancia de los indios, aunque trabajan los capitanes y los gobernadores de ambos ríos para mantenerlos en tranquilidad.”

 

A Gálvez, en consecuencia, siempre quedaba la sospecha de que las partidas de yaquis y mayos que llamaban a los indios del Fuerte a la rebelión no lo hacían solo por iniciativa propia, aisladamente, sino en representación o como parte indisociable de un movimiento antiespañol más amplio, como era el de los seris y pimas altos rebeldes. En nuestra opinión, en efecto, habrían sido esos llamados los que, en las circunstancias que venimos tratando, detonarían el estallido de la sublevación de los indios fuerteños en 1769.

A continuación, nos ocuparemos de las razones por las que el movimiento de los seris y pimas altos pudo ser visto por los indios del Fuerte como un medio oportuno para levantarse con éxito contra el dominio español en la región.

 

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