Doctrina Carranza versus Doctrina Monroe

¿Por qué México fue excluido de la Sociedad de Naciones en 1919?

Veremundo Carrillo Reveles

 

Además de las dificultades con Estados Unidos, la incorporación de México a la Sociedad de Naciones enfrentó un obstáculo notable: el mal estado de las relaciones con dos de las potencias vencedoras: Gran Bretaña y Francia. Por un lado, ambas consideraban que Carranza tenía inclinaciones progermanas, y que por tanto no guardó una estricta neutralidad durante la Gran Guerra.

 

A finales de junio de 1919, la Galería de los Espejos del majestuoso Palacio de Versalles, en las cercanías de París, fue sede de un encuentro en el que participaron representantes diplomáticos de una treintena de países. El castillo, cuya construcción inició en el siglo XVII durante el reinado de Luis XIV, fue escenario, así, de un momento clave en la historia del siglo XX: la firma del tratado de paz con el que concluyó oficialmente la guerra que sacudió al mundo entre 1914 y 1918.

Uno de los acuerdos más importantes fue la creación de la Sociedad de Naciones, que nació con un objetivo específico: evitar que se repitiera un conflicto global. Para ello, se le encomendó promover el desarme, impulsar el arbitraje para la solución de disputas internacionales, favorecer el equilibrio entre las potencias y garantizar la independencia e integridad territorial de todos los Estados: grandes, medianos y pequeños. En pocas palabras, el organismo multilateral, cuya sede se estableció en Ginebra, debía ofrecer las bases para un nuevo orden mundial.

La formación de una liga de naciones era una idea que cobró fuerza desde el siglo XIX, como un instrumento para asegurar la paz y fomentar la cooperación. Su antecedente inmediato eran los catorce puntos que Woodrow Wilson, presidente de Estados Unidos, presentó en 1918 para detener la guerra que desangraba a buena parte del globo. El modelo planteado tuvo como uno de sus referentes a una asociación que funcionaba a nivel regional: la Unión Panamericana. Creada en 1890 –aunque bajo otro nombre– agrupaba a las veintiún repúblicas americanas; una de ellas, la mexicana.

Entre los firmantes originales del Tratado de Versalles estuvieron las potencias que protagonizaron la llamada Gran Guerra –el Imperio Alemán, Francia y Gran Bretaña–, junto con países de los cinco continentes, incluidos casi una docena de latinoamericanos. Pese a que México se mantuvo neutral durante el conflicto y a que el presidente Venustiano Carranza manifestó el interés de su gobierno por participar en las pláticas de paz, no fue considerado para la firma del tratado ni tampoco recibió una invitación formal para incorporarse en lo inmediato a la Sociedad de Naciones, como sí la recibieron otros países de América Latina que no habían acudido al palacio francés.

 

Política de contrapesos

 

El interés de Carranza obedecía a un objetivo prioritario: desarrollar una política de contrapesos que permitiera al país desenvolverse con autonomía en la arena internacional. Era un viejo anhelo de la diplomacia mexicana que, sin embargo, tomó nuevos bríos frente al contexto global. La liga, creada tras la firma del tratado, ofrecía la posibilidad de interactuar con un número importante de naciones, entre ellas las principales potencias, y contar con un foro para equilibrar, en la medida de lo posible, la relación con Estados Unidos.

El país del norte se había convertido ya en una potencia internacional y tenía un peso fundamental en la vida política y económica de México. Sin embargo, la lucha revolucionaria tensó el vínculo bilateral y colocó al vecino del sur en una situación de vulnerabilidad. La Constitución de 1917, que reivindicó la soberanía sobre los recursos naturales, generó una reacción negativa entre petroleros e industriales con altos niveles de influencia en el gobierno estadounidense, a los que se sumaron las reclamaciones de ciudadanos de ese país que exigían compensaciones por afectaciones sufridas durante la guerra y las presiones de banqueros que demandaban la reanudación del pago de la deuda externa.

El cabildeo dio como resultado que, en ese mismo 1919, se formara una comisión en el Senado, encabezada por el polémico legislador Albert Fall, que intentó endurecer la política de la administración Wilson hacia México. Además de las presiones políticas, durante 1918 y 1919 México padeció la entrada de tropas estadounidenses que, bajo el pretexto de perseguir a fugitivos, violentaron de manera reiterada el territorio nacional, tanto por tierra, como por aire. Si bien, ninguna de estas incursiones tuvo la magnitud de la invasión a Veracruz de 1914 o de la llamada Expedición Punitiva de 1916, avivaron el clima de tensión.

Además de las dificultades con Estados Unidos, la incorporación de México a la Sociedad de Naciones enfrentó un obstáculo notable: el mal estado de las relaciones con dos de las potencias vencedoras: Gran Bretaña y Francia. Por un lado, ambas consideraban que Carranza tenía inclinaciones progermanas, y que por tanto no guardó una estricta neutralidad durante la Gran Guerra. La ambigüedad mexicana frente al famoso Telegrama Zimmermann, en el que los alemanes prometieron regresar los territorios arrebatados por Estados Unidos en la guerra de 1846-1848, era una herida abierta. Por el otro, las dos cancillerías europeas consideraban que la nueva legislación y el gobierno emanado de la Revolución mexicana no garantizaban las propiedades ni los intereses de sus súbditos. En el caso británico, sobre todo, influyeron de manera importante las compañías petroleras.

Para reconducir las relaciones diplomáticas, entre mediados de 1918 y comienzos de 1919, Carranza envió distintas misiones diplomáticas a Francia, Gran Bretaña e Italia –otra de las naciones victoriosas–, encabezadas por personajes como Alfonso M. Siller, Eduardo Hay, Alberto J. Pani y Rafael Nieto. En casi todos los casos, los logros fueron limitados. Semanas antes de la firma del Tratado de Versalles, Francia otorgó el reconocimiento diplomático al gobierno carrancista, pero Gran Bretaña mantuvo la cerrazón. La oposición británica se sumó a la de Estados Unidos. Los diplomáticos de este último país consideraron que la participación de México en la Sociedad de Naciones solo se podría analizar a comienzos de 1920, después de que el órgano multilateral quedara formalmente establecido.

 

Crítico de la Sociedad de Naciones

 

La exclusión representó un golpe moral para el México que emergía de la Revolución. Desde sus tiempos como jefe del ejército constitucionalista y encargado del poder Ejecutivo, Carranza demostró consciencia plena de la relevancia del ámbito internacional para la estabilidad interna. Al asumir como presidente constitucional, en mayo de 1917, una de sus prioridades fue definir con claridad las líneas de su política exterior y fortalecer la posición de México. La llamada Doctrina Carranza, que enunció formalmente en su informe de gobierno de 1918, contiene una serie de puntos que revelan sus aspiraciones para la relación con el exterior: el respeto a la soberanía de los Estados, el repudio a la intervención de un país en otro y la igualdad de nacionales y extranjeros ante la ley.

Estos principios no eran genuinos en un sentido estricto, toda vez que formaban parte de un imaginario sobre el derecho internacional que compartían la mayor parte de los países hispanoamericanos. De hecho, ya habían sido debatidos con anterioridad en la propia Unión Panamericana antes de la guerra mundial. La importancia de la Doctrina Carranza, sin embargo, radicó por el momento en el que fue expresada, cuando se discutía a nivel global la construcción de un nuevo orden. La Doctrina ofrecía una carta de navegación que tenía muchos puntos de encuentro con los ideales que originaron el multilateralismo ginebrino.

Lejos de refugiarse en una postura aislacionista, el gobierno de Carranza optó por asumir una posición crítica frente a la manera en la que nació la Sociedad de Naciones. En el artículo 21 del pacto constitutivo de la misma, que formó parte de los acuerdos firmados en Versalles en junio de 1919, se reconoció a la Doctrina Monroe como una forma de “inteligencia regional”. La inclusión de este controvertido punto obedeció a los intentos de la administración Wilson por vencer la fuerte resistencia interna para que su país se sumara al flamante organismo multilateral. Los opositores consideraban que Estados Unidos tenía que evitar involucrarse en los constantes conflictos europeos y que, por tanto, debía mantener como un interés fundamental de su política exterior al continente americano.

Aun sin ser invitado, México repudió públicamente el reconocimiento de la Doctrina Monroe en el pacto de la Sociedad de Naciones. Si bien en Versalles no se señaló con claridad qué se entendía por aquella –toda vez que sus interpretaciones fueron variando desde que se enunció en 1823–, para la diplomacia mexicana el artículo 21 era contrario a los principios de la Doctrina Carranza y una afrenta contra un multilateralismo que garantizara la igualdad jurídica de los Estados. La interpretación, que coincidiría con los planteamientos de los movimientos antiimperialistas de los años 1920, era que la liga ginebrina parecía reconocer el derecho de tutelaje de los estadounidenses sobre el resto de América.

El polémico artículo 21 se convirtió en una bandera del carrancismo para contrarrestar el desaire por la exclusión, sobre todo, hacia la opinión pública interior. Se promovió la idea de que México no deseaba involucrarse en un organismo que no reconocía los derechos de los países pequeños y medianos. Paradójicamente, Estados Unidos no ingresó jamás a la Sociedad de Naciones. El Senado de ese país rechazó ratificar el pacto. Wilson, que sufrió un derrame cerebral en septiembre de 1919, poco pudo hacer al respecto. Durante los años de entreguerras, el foro principal de interacción multilateral entre los dos vecinos de América del Norte fue la Unión Panamericana.

 

Protagonismo internacional

 

Durante la década de 1920 hubo diversos intentos por incorporar a México a la Sociedad de Naciones, pero ninguno tuvo éxito ni generó entusiasmo en los gobiernos de la época. El país ingresó formalmente hasta 1931, gracias a gestiones de la República española y bajo la guía de Genaro Estrada, quien, al igual que Carranza, vio en la liga ginebrina un espacio para buscar contrapesos frente a Estados Unidos.

Si bien no fue uno de sus fundadores, México se convirtió en protagonista de la Sociedad de Naciones en la década de 1930. Fue una tribuna que se utilizó para atacar el avance de los totalitarismos. En ella, la diplomacia mexicana condenó las agresiones de Japón a China, la invasión de Italia a Etiopía, la anexión de Austria a Alemania y el apoyo de nazis y fascistas a los golpistas españoles. La liga le permitió a México involucrarse como mediador en los conflictos sudamericanos del Chaco y de Leticia. Finalmente, la Sociedad de Naciones desapareció en los años cuarenta, reemplazada por la Organización de las Naciones Unidas.