De Japón a México

La popularización del judo
Gerardo Díaz Flores

Las técnicas orientales de combate cuerpo a cuerpo son sumamente efectivas y muy llamativas para los observadores de esas peculiares prácticas. Dentro de ellas hay muchas variedades según los objetivos, pues existen técnicas que priorizan la defensa y otras que estudian más el ataque o contragolpes. En este caso, el Kodokan Judo fue desarrollado relativamente hace poco, cuando en 1882 Jigoro Kano, su creador, lo pensó como el perfeccionamiento natural de las técnicas de autodefensa ancestrales llamadas jiu-jitsu, practicadas por los guerreros o samuráis.

Desde finales del siglo XIX, con un Japón más abierto al extranjero, varios gobiernos se acercaron en menor o mayor medida a esa nación con el objetivo de conocer dichas habilidades para aplicarlas al adiestramiento físico de sus tropas. El judo rápidamente ganaba adeptos y aceptación como excelente método de defensa, así que pronto se expandió más allá de sus fronteras.

En México se tiene noticia de la llegada de la técnica a principios del siglo XX, pero es hasta el periodo presidencial de Plutarco Elías Calles cuando se logra identificar el nombre de Nabutaka Sataka como un instructor establecido formalmente. A partir de entonces, los grupos de práctica se expandieron lento pero constante y el judo dejó de ser visto como una técnica de defensa para ser admirado por sus cualidades deportivas.

Este proceso culminó en las Olimpiadas de Tokio en 1964, cuando el judo fue introducido como deporte en honor al país anfitrión. Los infortunios de la historia hicieron que en las olimpiadas mexicanas, celebradas cuatro años después, el Comité Olímpico Internacional decidiera aminorar la carga de deportes a sólo 18, valorando los más tradicionales y eliminando al judo de la justa.

Sin embargo, la curiosidad que generaba el judo era mucha, así que se presentó ante el público mexicano al año siguiente por medio del tercer campeonato mundial de la disciplina. Curiosamente, los dos anteriores habían sido realizados en Estados Unidos y Brasil, lo que indicaba el interés de nuestro continente por la entonces novedosa competencia.

Para deleite de nuestros compatriotas, deslumbraron judocas de enorme talla, como Toyokazu Nomura, quien en los Olímpicos de Múnich 1972 se llevó la presea dorada, una vez que fue reinstalado como deporte en la máxima justa deportiva del mundo. Así, los años dorados del judo se observaban en todo el mundo y México se involucraba con entusiasmo para beneficio de su juventud y de las futuras generaciones.

 

“De Japón a México” del autor Gerardo Díaz Flores y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 64.

 

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