De conspiradores y sociedades secretas

Virginia Guedea

ReH: ¿Los cambios en el entorno militar, político y social obligaron a los descontentos a asumir otras estrategias?

V.G.: Cuando en 1814 se cerraron las posibilidades de acción que habían abierto tanto la insurgencia organizada como las nuevas instituciones, los descontentos recurrieron a esa nueva forma de asociación política en que se había convertido la masonería, siguiendo el ejemplo de España, donde las sociedades secretas se desarrollaron y fortalecieron en la lucha contra el régimen absolutista. El primer grupo masón que se conoce fue el llamado “Partido Escocés” que apareció en la Ciudad de México en 1813 al amparo del sistema constitucional. En sus principios, sus iniciados fueron peninsulares, casi todos oficiales de las tropas expedicionarias, quienes promovieron su difusión, pero poco a poco comenzaron a afiliarse otros novohispanos, los que para 1819 ya eran numerosos. También hubo masonería en Campeche y en Mérida, fundada hacia 1818 por constitucionalistas desterrados de España y que se vio reforzada por varios militares peninsulares, a la que se fueron integrando no pocos yucatecos. En 1820, al conocerse el levantamiento de Rafael Riego en favor de la Constitución, se reorganizó en Mérida la Sociedad de San Juan, que había agrupado a numerosos constitucionalistas y que había sido disuelta en 1814, a la que se afiliaron también numerosos masones. Esta sociedad se conocería con el nombre de Confederación Patriótica y su promotor fue Lorenzo de Zavala, antiguo sanjuanista que había entrado en contacto con varios masones durante su prisión en San Juan de Ulúa.

 

ReH: ¿Puede afirmarse que los masones desempeñaron un papel importante en los cambios políticos que se estaban gestando hacia 1820?

V.G.: Efectivamente, los masones de la Ciudad de México promovieron el regreso al sistema constitucional al obligar al virrey Juan Ruiz de Apodaca a promulgar en 1820 la Constitución de Cádiz, y lo mismo hicieron los masones en Yucatán, donde se juró de nuevo la Constitución a pesar de que se opusieron el teniente del rey en Campeche y el gobernador en Mérida. No obstante, la vuelta al sistema constitucional, si bien deseada por muchos, convenció a la mayoría de que para alcanzar los cambios que deseaban, o para mantener el orden existente, era necesario no estar sujetos a los vaivenes de la península. Así, los descontentos comenzaron una vez más a conspirar, a reunirse, como lo hizo el grupo de peninsulares disgustados con el restablecimiento de la Constitución que en la ciudad de México organizó la Conspiración de La Profesa. La actuación del virrey ante el movimiento independentista, que Agustín de Iturbide inició en 1821, no convenció a los oficiales de las tropas expedicionarias, por lo que los masones capitalinos lo destituyeron; y algo parecido ocurrió en Yucatán, donde los masones hicieron lo mismo con el gobernador y capitán general. A partir de entonces la masonería fue adquiriendo cada vez mayor fuerza y la llegada en 1821 de Juan O’Donojú, último jefe político de la Nueva España y distinguido masón, le dio un nuevo impulso.

 

“Parque Delta” del autor Jaime Bali Wuest y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 25.

 

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