¿Cuándo dejamos de usar el sombrero?

En el siglo XX perdimos la mejor prenda

Pablo Dueñas

La necesidad de cubrirse del sol, pero también de portar un símbolo de poder o distinción, hizo florecer en todo el mundo la cultura de una prenda que corona al cuerpo humano: el sombrero.

 

Para fines prácticos, nos ubicaremos en los últimos cien años de su uso masivo en México, es decir, de 1847 a 1947, a partir de la apertura de una sombrerería que sería llamada El Castor, a la que luego se unió El Sombrero Colorado (que hasta la fecha existe como sombrerería Tardan, a un costado del Zócalo capitalino). Tal delimitación se debe a que después de los años cincuenta del siglo XX la utilización de esta prenda fue decayendo en todo el mundo occidental.

 

El comercio abundante

Dicha sombrerería abrió sus puertas en 1847, cuando México estaba en una etapa muy difícil, pues enfrentaba la invasión de las fuerzas estadunidenses. Una tienda más de este tipo en el Portal de Mercaderes, a un costado de la Plaza de la Constitución, no era algo digno de destacar durante una época en que lo más común era utilizar sombrero; de modo que este negocio se sumó a los muchos que ya existían, la mayoría de propietarios extranjeros.

Siete años más tarde, en 1854, la ciudad de México contaba con 53 establecimientos dedicados a la fabricación y venta de estas prendas. Estos negocios propiciaron que durante la segunda mitad del siglo XIX aumentara la oferta de sombreros “finos” de fieltro, aunque los tejidos o de “obra corriente” (como los sombreros de palma que utilizaba la clase baja) y los llamados “ordinarios” de lana se vendían en mayores proporciones.

En ese tiempo, la gente aseguraba que el único oficio donde no se requería cubrir la cabeza con sombrero era el de aguador o “chochocolero”, porque utilizaban una gorra de cuero para cargar la enorme tinaja llena al tope del líquido recogido en las fuentes públicas para después distribuirlo casa por casa a la clientela; al respecto, el dibujante italiano Claudio Linati escribió en 1828: “El aguador es la única alma en México que usa gorra”.

El campo y las ciudades marcaron sus diferencias en cuanto al tipo de sombrero. Los tejidos de palma de soyate (la fibra más común) correspondían a la gente de rancho, para la faena diaria, y no necesitaban expenderse en una sombrerería especializada; para eso estaban los mercados que ofrecían todo tipo de estilos, precios y calidades, y hasta en las banquetas se colocaban pilas de sombreros de palma para su venta. Por otra parte, los sombreros de vestir, más propios de las ciudades, se expendían en las correspondientes sombrererías. 

 

Esta publicación es un fragmento del artículo “Dejamos de usar el sombrero” del autor Pablo Dueñas y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 93.