“Ultrapelonicemos la vida”, cortarse el pelo tan corto “no era ya un tema de higiene y comodidad, ni siquiera de estética, sino de paz para la inteligencia y el corazón”. El espíritu de la modernidad que permeaba los hábitos y el pensamiento femeninos resultaba una afrenta al tradicionalismo que las mujeres debían guardar para ser aceptadas socialmente y los agresores asumían el deber moral de “reivindicarlas”.
“Se acabaron las pelonas /se acabó la diversión /la que quiera ser pelona /pagará contribución”, expresaba el sonsonete con el que los enemigos de las flappers o pelonas las abordaban en bola para atacarlas con violencia en plena calle. ¿La razón? El espíritu de la modernidad que permeaba los hábitos y el pensamiento femeninos resultaba una afrenta al tradicionalismo que las mujeres debían guardar para ser aceptadas socialmente y los agresores asumían el deber moral de “reivindicarlas”.
Avanzaban los años veinte en Ciudad de México a la par del fervor por esta nueva oleada femenina que confrontaba las viejas estructuras sociales sobre el aspecto y las conductas con las que los juveniles compartían su presente y miraban al futuro. La economía, la vida nocturna, el entretenimiento, el cine… e incluso la política estrechaban vínculos con ellas. Algunas incluso tuvieron una destacada participación e influencia en los acontecimientos de la época, como en los casos de Elena Arizmendi y Antonieta Rivas Mercado, ambas con Vasconcelos.
Quienes engrosaron este sector de vanguardia en nuestro país imitaban las tendencias europea y estadounidense en cuanto a la elección de sus prendas y pelo corto, maquillaje y accesorios, como collares y sombreros. Solían ser delgadas o con figuras atléticas gráciles; portadoras del “cuerpo déco”. Otras más se imponían autónomas, feministas y modernas; postulaban el voto femenino; fumaban públicamente, mascaban chicle, escuchaban jazz, bailaban los ritmos de moda bajo los reflectores de los salones más populares… Sus consignas y estilo de vida no iban a pasar desapercibidos, pese a que solo registraron una fuerte actividad en aquellos años veinte.
La crítica fue mordaz antes y después de las agresiones físicas de las que los diarios y revistas de la época dieron cuenta, al igual que los argumentos de sus protectores. En 1924 y 1925, por ejemplo, varias notas y caricaturas de El Universal exponían los casos de las chicas agredidas y las cartas enviadas en su defensa. “La tragedia de las pelonas”, publicada en El Universal Ilustrado del 10 de agosto de 1924, relataba con dibujos el “sacrificio” al que eran propensas quienes gustaran de seguir tal moda. El 8 de octubre del año siguiente, aparecía en el mismo medio el desplegado “Ultrapelonicemos la vida”, en el que expresaba que cortarse el pelo tan corto “no era ya un tema de higiene y comodidad, ni siquiera de estética, sino de paz para la inteligencia y el corazón”.
Las muestras de apoyo en las calles también pulularon. “Aparecieron entonces letreros en los camiones: ‘Aquí se protege a las pelonas’, ‘Pelonas: les damos garantías’, ‘¡Les cobramos la mitad!’”. Intelectuales y artistas hicieron lo propio. “La antipatía por las pelonas revela solo espíritu de pesadez. Aun combatidas nos distraen de la fealdad de la vida pública corriente… Oponerse a la tiranía de una moda femenina es el único acto de rebelión que carece de belleza y de cordura”, escribió el escritor saltillense Julio Torri Maynes sobre ellas.
A casi un siglo de estas historias, la vestimenta, forma de ser e ideales femeninos sigue siendo objeto de polarizadas discusiones y violencias entre quienes defienden su derecho y tantos más que lo hostigan, todo ello entre políticas y leyes que existen pero se ignoran, y otras que aún hace falta promover.