Es el salón más grande y mejor iluminado de Palacio Nacional. Es uno de los espacios más elegantes, no por su amplitud ni por el suntuoso piso de mosaico, sino por la sobriedad dorada de sus bronces, la proporcionada repetición de sus elementos constructivos y decorativos y la luz natural que se filtra a través del block de vidrio. Ese es el magnífico marco de las conferencias matutinas del presidente Andrés Manuel López Obrador.
Una de las características de Palacio Nacional como edificación multisecular es que el uso de sus espacios ha variado a través del tiempo, definido por las necesarias adaptaciones requeridas por la maquinaria gubernamental. Originalmente, lo que hoy es el Salón Guillermo Prieto, así nombrado desde 1997 en homenaje al liberal decimonónico que ocupó la cartera de Hacienda en breves pero laboriosos periodos durante la segunda mitad del siglo XIX, fue el área de pagos de la Tesorería de la Federación.
Una bella cancelería tallada en caoba con sus respectivas rejillas de caja se alineaba a lo largo del salón. Al fondo, un reloj, hoy sin manecillas, marcaba las horas. Del lado sur se ubicaba el departamento de caja, con mármoles y herrería de estilo italianizante que imitaba, de manera menos ostentosa, la del Palacio de Correos (en la esquina de Tacuba y Eje Central Lázaro Cárdenas, también en Ciudad de México).
El proyecto de Calles
El Estado surgido de la Revolución mexicana fue muy sensible a dejar su impronta material en el mayor edificio del poder nacional: histórica meta, fuente de las ambiciones políticas, templo máximo de los rituales patrióticos.
Plutarco Elías Calles, presidente de la República de 1924 a 1928, emprendió con gran vigor los mayores cambios que conoció Palacio en muchos años. Cuando asumió el cargo, lo hizo con la entera convicción de realizar cambios profundos en el país y, sobre todo, fortalecer al Estado surgido de la Revolución. Parte medular de su política fue el establecimiento de instituciones que dieran solidez y prestigio a México, sobre todo en el ámbito económico, ante un panorama nacional en el que subsistían los estragos de la lucha armada.
Para reactivar la producción agrícola impulsó obras de irrigación y el desarrollo de las comunicaciones terrestres. En el plano hacendario se propuso lograr mayor captación fiscal, formar un sistema bancario para la financiación de proyectos de infraestructura y, sobre todo, crear un banco central como única institución emisora de moneda que a su vez regulara la circulación monetaria. Así surgió el Banco de México, organizado y dirigido por Manuel Gómez Morín.
Estos propósitos del régimen callista fueron posibles gracias a la colaboración de su ministro de Hacienda, Alberto J. Pani. Ambos tenían claro que el Estado debía consolidarse mediante obras perdurables que dieran lugar a la modernización y desarrollo del país. Esta modernización no se limitó a la implementación de medidas y a la fundación de nuevos órganos, pues el cambio también se manifestó en el centro del poder: Palacio Nacional.
La huella porfiriana
Durante el Porfiriato, los edificios gubernamentales proliferaron, sobre todo en el primer decenio del siglo XX, bajo los modelos eclécticos que estaban en boga en Europa. En ese tiempo, la sede del poder Ejecutivo federal fue objeto de cambios significativos en el interior, principalmente en la esquina suroeste, en torno al Patio de Honor; es decir, en las oficinas del presidente. El lado opuesto, el noroeste, también tuvo arreglos importantes con los secretarios de Hacienda Manuel Dublán y José Yves Limantour. Ninguna de estas obras, sin embargo, había alterado de manera importante el viejo palacio de los virreyes.
De cara a la Plaza de la Constitución seguía siendo ese largo y bajo edificio tras del cual salía el sol cada mañana. El aspecto físico no cambió mucho, pero Porfirio Díaz lo dotó de una enorme carga política a través de los años de la dictadura y el aprovechamiento del capital histórico del lugar.
En 1891 se erigió un monumento a Benito Juárez, muy próximo a la habitación donde había muerto, con lo que Díaz rendía homenaje al mayor héroe de la Reforma y materializaba, en un magnífico bronce de Miguel Noreña, su memoria. Cinco años más tarde, la campana de la iglesia de Dolores fue colocada sobre el balcón central de Palacio, con lo que la ceremonia del Grito pasó de la evocación cívica en la Alameda Central a la emotiva recreación patriótica en la que el presidente encarnaba al cura Miguel Hidalgo frente a su feligresía que atestaba la plaza. La natural consecuencia fueron las celebraciones del Centenario de la Independencia en Palacio Nacional. Una fuerza centrípeta accionada por la figura del dictador había convertido a Palacio no solo en el centro del ejercicio del poder, sino en el sitio mismo del que emanaba.
Por lo anterior, en febrero de 1913 la residencia oficial del Castillo de Chapultepec se volvió insustancial ante la rebelión contra Francisco I. Madero, quien se apresuró a llegar a Palacio para tomar el control de su presidencia amenazada, y por eso también Bernardo Reyes cayó bajo la metralla, en un acto suicida, frente a la puerta central de Palacio, al pretender asumir el poder que por años creyó merecer.
Estas lecciones de historia las comprendió perfectamente el maestro de escuela Plutarco Elías Calles, quien, al momento de poner pie en el despacho del ala sur, emprendió la transformación del recinto. Y Pani –el ingeniero, el embajador en Francia, el genio de las finanzas– supo cómo modernizar Palacio sin alterar su esencia ni los fundamentos de su conformación arquitectónica.
El antiguo patio de Arista
Para fines del siglo XVI, diversas accesorias para talleres y tiendas se alineaban a lo largo de la calle del Arzobispado (hoy Moneda). El cerco constructivo de Palacio Nacional facilitó las condiciones de seguridad para ubicar la cárcel de corte en el cuadrante norponiente, de tal manera que la extensión necesaria para separar a los prisioneros de los empleados alojados con sus familias en la crujía norte del patio mayor daría lugar a un espacio generoso en dimensiones, luz y ventilación que dio cabida a actividades domésticas. A fines del siglo XVIII, debido a que fue ocupado por un cuerpo de caballería, fue conocido como patio de los Dragones.
En la cuarta década del siglo XIX, al mudarse la prisión a otro edificio, los militares también tomaron posesión de los destartalados cuartos para oficina y casa, así como del patio para sus prácticas castrenses. Efectivos y equipamiento resultaron insuficientes contra el ejército invasor estadounidense que se instaló en Palacio durante varios meses entre 1847 y 1848, pero una vez recuperado el recinto por las fuerzas nacionales e ingresar a las arcas el dinero de la indemnización por los territorios que se apropió Estados Unidos, el presidente Mariano Arista impulsó una serie de arreglos en el ala norte. Unos cuantos fueron suficientes para mejorar el aspecto de la fachada: la puerta norte ganó en señorío al hacerla semejante a la sur. La puerta nueva recibió el nombre de Mariana y el patio objeto de este artículo, el apellido de Arista.
Años después, los uniformados fueron desalojados por los togados, quienes ocuparon la crujía norte del patio para los Juzgados de lo Civil. Cuando estos aumentaron y se mudaron a su propia sede, en 1880 la crujía alrededor del patio de Arista fue ocupada por la imprenta y oficinas del Diario Oficial.
La Tesorería de la Nación
Debido a la importancia que adquirió la Secretaría de Hacienda alojada en el piso superior de la esquina noroeste del Palacio bajo la gestión del secretario Manuel Dublán y la presidencia de Porfirio Díaz, esta se benefició con el mejoramiento y ampliación de sus oficinas. En 1889 inició la construcción del corredor poniente para comunicar el patio principal con dicho ministerio. Se erigieron dos arcos, más otros dos en el muro de la fachada del patio que en adelante se llamó de la Tesorería. El corredor entre ambas áreas fue nivelado y la guardia de los Supremos Poderes, instalada en los patios marianos, fue desalojada para extender las dependencias de Hacienda. Las obras fueron inauguradas el 21 de marzo de 1891 con la develación de la estatua de Benito Juárez.
La Tesorería General de la Nación, dependencia medular de la Secretaría de Hacienda, se localizaba en el patio central y, con el aumento de sus actividades, se extendió hacia el patio de Arista, por lo que debió techarse.
El proyecto fallido de Boari
Mientras el país se encaminaba a los cien años de su independencia, bajo el mandato del general Díaz fueron construidos importantes edificios públicos en Ciudad de México. En ellos se emplearon novedosas técnicas y materiales de construcción, así como los estilos eclécticos que aplicaron arquitectos e ingenieros de origen europeo, así como mexicanos formados en las escuelas del Viejo Continente.
El arquitecto italiano Adamo Boari llegó a nuestro país a principios del siglo XX y recibió diversos encargos; entre otros, el del Gran Teatro Nacional (luego Palacio de Bellas Artes), cuya edificación no se terminó, y el Palacio de Correos, ejecutado por el ingeniero militar mexicano Gonzalo Garita y concluido en 1907. El estilo definido como plateresco isabelino y gótico veneciano era una combinación de elementos decorativos aplicados tanto en muros de cantería como en las estructuras ornamentales interiores y muebles de bronce dorado fabricados en la fundición de Pignone, en Florencia, Italia.
Esa obra causó tan grata impresión al ministro de Hacienda, que desechó un proyecto del arquitecto Ángel Bacchini para cambiar la fachada de Palacio Nacional y pidió a Boari uno nuevo, el cual fue presentado en abril de 1908. Además del plan de la fachada, fue aprobado el diseño de una escalera monumental para el lado oriente del patio central, todo imitando el estilo del Palacio de Correos. El ingeniero Gonzalo Garita, designado director de obras en Palacio, dispuso la ejecución de las obras para 1911, año en que la revolución maderista ya había interrumpido el gobierno de Díaz y sus propósitos.
Esta publicación sólo es un fragmento del artículo "En las entrañas de Palacio Nacional" de la autora Carmen Saucedo Zarco que se publicó en Relatos e Historias en México número 126. Cómprala aquí.