Quintana (1889-1969) se convirtió en una leyenda del mundo policial mexicano de la primera mitad del siglo XX. Ejerció su profesión hasta el final de sus días.
Era un auténtico perro de caza. Valente Quintana fue la gran figura detectivesca en el mundo policial del México de los años veinte del siglo pasado. Su tenacidad, la variedad de sus recursos y la mente analítica que leía los indicios que un criminal deja tras de sí, lo convirtieron en la encarnación de la eficacia policiaca.
Tamaulipeco nacido en 1889, se contaba que, apenas con la primaria terminada, había cruzado la frontera. En Brownsville (Texas) fue acusado de robo por un estadounidense, dueño de la tienda de abarrotes donde trabajaba. Para probar su inocencia, investigó y señaló al verdadero ladrón. Así, limpió su nombre y encontró su destino.
La leyenda lo ubica como alumno de la Detectives School of America. También habría trabajado con las autoridades estadounidenses. Para nombrarlo comandante de grupo, se requería que renunciara a su nacionalidad mexicana. Entonces decidió volver a su patria. Era 1917.
De gendarme a detective
Solicitó empleo en la Inspección General de Policía y, al principio, fue policía de crucero. Solicitó su cambio a la Comisión de Seguridad que, con los años, se convirtió en el Servicio Secreto. Allí pudo desplegar sus habilidades.
Cuatro años después de su ingreso, detuvo a los autores del atraco de un tren que iba a Laredo, notorio por el enorme botín –nada menos que cien mil pesos en oro y plata– y por la gran violencia con que se había cometido. Resolver el caso le valió a Quintana ascender a la jefatura de la Comisión de Seguridad de la Inspección General de Policía del Distrito Federal.
Algunos casos sonados, como el robo al hogar de los descendientes del marqués de Jaral de Berrio; el de los “Corta Mechas”, banda de violadores que atacaba en Otatitlán, Veracruz, o la captura del banquero J. L. Armfield, culpable de un fraude por trescientos mil dólares, hicieron crecer su fama en ambos lados de la frontera: ya era el Sherlock Holmes mexicano.
“Balmoreado”
Quintana se enfrentó a los más extraños criminales. Incluso tuvo un insólito “mano a mano” con la anciana señorita Concepción Jurado, creadora del rico y majadero Carlos Balmori, engañador de políticos, artistas y generales, a los que tendía crueles trampas, tentándolos con dinero. A sus pesadísimas bromas se les llamaba “balmoreadas”, y a las víctimas, “balmoreados”.
El detective se convirtió en un “balmoreado” al no poder identificar, en una fiesta, a una mujer “disfrazada de hombre”, quien robaba al falso millonario. Al verlo derrotado, Balmori lo regañó a gritos, mientras se despojaba del sombrero, la gabardina y el mostacho: apareció ante Quintana una viejecita muerta de risa que celebraba su victoria.
Asesinatos políticos
En 1926 dejó la policía para establecer su despacho privado: el Bufete Nacional de Investigaciones, con oficinas en la céntrica avenida San Juan de Letrán. Muchas veces fue llamado para colaborar en casos importantes, como el asesinato del revolucionario cubano Julio Antonio Mella, o el atentado contra Álvaro Obregón en 1927, del cual hizo una investigación paralela a la de la policía y no halló pruebas de la responsabilidad del jesuita Miguel Agustín Pro.
Al año siguiente, cuando asesinaron a Obregón, el presidente Plutarco Elías Calles solicitó que participara en la investigación. Disfrazado como un preso más, Quintana permaneció horas junto a José de León Toral y logró que confesara su nombre y los de sus “inspiradores”.
A veces polémico, su eficacia nunca estuvo en duda. Creó el primer cuerpo policial femenil y hasta poco antes de su muerte, en 1969, seguía resolviendo crímenes y era una leyenda viviente, tanto como su contemporáneo, el médico y criminólogo Alfonso Quiroz Cuarón.