¿Cómo llegó el Arbolito de Navidad a México?

Ahmed Valtier

Rito pagano transformado en tradición cristiana, la costumbre en la cultura occidental de celebrar la Navidad con árboles decorados llegaría desde su lugar de origen, Alemania, con los primeros emigrantes de ese país que arribaron a México. Sus primeras referencias quedarían registradas en nuestra historia gracias a las cartas de un soldado austriaco durante la Segunda Intervención francesa.

 

Antes de que el cristianismo se extendiera por el mundo occidental, el árbol era un importante símbolo dentro de las culturas paganas. Muchos pueblos de Europa se adhirieron a la creencia de que los árboles volverían a florecer en la primavera solo si se les pagaba tributo en el invierno.

El roble era particularmente venerado por los celtas, así como por los sacerdotes druidas entre los galos y britanos. Los romanos veían en los árboles frutales poderes especiales que simbolizaban el retorno de la vida; incluso, los belicosos vikingos decoraban abetos y fresnos con trofeos de guerra para la buena suerte.

Con el surgimiento del cristianismo y la celebración del nacimiento de Cristo, no es de extrañar que aquel tradicional y popular rito pagano de venerar a los árboles fuera adoptado y transformado en una nueva costumbre cristiana.

La cuna del árbol de Navidad

Suponemos que Alemania fue la cuna del árbol navideño debido al registro dejado por un monje inglés que en el siglo XII visitó la región de Turingia, en el centro-oriente de esa nación. De acuerdo con una crónica, las iglesias eran decoradas con abetos durante la celebración de la Natividad. Por otra parte, cuenta una leyenda que San Bonifacio llevó el cristianismo a aquella región de Alemania usando la forma triangular del abeto para describir la Santísima Trinidad. Los convertidos veneraban el abeto como “el árbol de Dios”.

Hacia 1500, la costumbre de poner árboles en Navidad comenzó a crecer entre los germanos. La gente colocaba dulces y galletas en las ramas como símbolo de plenitud. Se dice que, durante su reclusión en el castillo de Wartburg, en Turingia, el iniciador de la reforma protestante, Martín Lutero, decoró un pequeño árbol de Navidad con pequeñas velas para asombrar a los niños.

A mitad del siglo XVI, mercados navideños eran instalados en las plazas de los principales pueblos alemanes para proveer de toda clase de comida y regalos, incluyendo ornamentos hechos de cera y flores de papel de diversos colores, principalmente de rojo y blanco, que la gente colgaba en su árbol.

La tradición se extiende

En 1846, la reina Victoria y su esposo, el príncipe Alberto, aparecieron retratados en el semanario The Illustrated London News junto a sus hijos alrededor de un árbol de Navidad. A diferencia de sus antecesores, la reina Victoria era muy querida por los súbditos, quienes adoptaron la misma costumbre.

Así, el árbol navideño comenzó a difundirse no solo en el Imperio británico, sino también en parte de Europa, principalmente en el norte. Sin embargo, los países más cercanos al Mediterráneo como España, Francia, Italia y Grecia estuvieron más inclinados a celebrar la Navidad con nacimientos.

A pesar de que el árbol de Navidad llegó a ser popular en Estados Unidos hasta mediados del siglo XIX, las primeras referencias en este país las encontramos en 1776. Durante la guerra de independencia de las Trece Colonias de Norteamérica (1775-1783), los británicos utilizaron numerosos mercenarios europeos, principalmente provenientes del estado alemán de Hesse. Estos arribaron al continente no solo con sus armas, sino también con sus costumbres, convirtiéndose tal vez en los primeros europeos en celebrar la Navidad con árboles en América.

Un éxito comercial

Con la propagación del árbol navideño en la cultura occidental, la gente comenzó a decorarlos con una variedad de artículos “hechos en casa”. Las jovencitas pasaban horas enteras fabricando guirnaldas o estrellas y ángeles de papel.

Hacia 1850 el distrito de Lauscha, una zona de Alemania reconocida por la calidad de su vidrio comenzó a fabricar las primeras esferas navideñas. Importadas en un principio a un alto costo en Inglaterra, las esferas se convirtieron en un símbolo de estatus social en ese país. Entre más esferas se colocaran en el árbol, mayor era el estatus.

En 1880, el comerciante F. W. Woolworth, famoso por su cadena de tiendas que vendían artículos de cinco y diez centavos, comenzó a importar las esferas en gran número a Estados Unidos. Años después, Woolworth aseguró que había ganado veinticinco millones de dólares vendiendo este producto a bajo precio. Tras el éxito comercial, pronto surgirían nuevos inventos en Estados Unidos: en 1882 fueron patentadas las “luces navideñas”, y en 1892 los ganchos de metal para colgar las esferas u otros artículos decorativos en los árboles.

Durante el siglo XX el árbol navideño, ya popularizado en casi todos los hogares, sufrió transformaciones y modas. El estilo alemán se perdió con la Primera Guerra Mundial y en los años treinta la nostalgia por Charles Dickens y su Cuento de Navidad resurgió. En los años sesenta, en una época de constantes transformaciones y caracterizado por la carrera espacial, crean el pinito de aluminio. En la década siguiente aparecen los árboles de plástico y para los noventa, con las modas ecológicas, regresan los pinos naturales victorianos.

Con el cambio de milenio, las luces, esferas y ornamentos de bajo precio fabricados en China dominaron el mercado internacional y por ende la decoración. Finalmente, para la segunda década del siglo XXI, en un mundo dominado por internet y la transmisión de datos a alta velocidad, surgen los primeros árboles iluminados con fibra óptica.

El árbol navideño llega a México

A pesar de su propagación en la cultura occidental y de que esta costumbre ya había cruzado el océano Atlántico hacia América y Estados Unidos, el árbol navideño continuó siendo una tradición más sajona que latina. Se ha sugerido que el emperador Maximiliano de Habsburgo trajo la usanza de poner árboles en Navidad, pero existen referencias de que esta práctica ya era realizada cerca desde una década antes por algunas familias europeas, principalmente alemanas, establecidas en México, desde principios del siglo XIX.

Hacia 1850 se registró un nuevo movimiento migratorio proveniente de los estados del suroeste de Alemania. Familias de clase media y pequeños propietarios llegaron a la capital y a otras ciudades mexicanas por motivos políticos, dada la situación general en Europa. Estos inmigrantes alemanes contribuirían de forma importante en el desarrollo económico de México instalando comercios e integrando a la cultura local algunas de sus costumbres.

Una referencia de una celebración navideña en México con un árbol decorado proviene de una carta que el teniente Ernst Pitner escribió durante la invasión francesa de 1862-1867. El joven austriaco, de veintiocho años, se vio forzado a pasar la Navidad de 1866 en Monterrey. Originario de Viena y oficial del ejército imperial austriaco, se unió en 1864 a los más de seis mil hombres que habían decidido acompañar al archiduque de Habsburgo, en su aventura mexicana. Él, a bordo de la fragata Brasilian, zarpó de Trieste junto con un contingente de 1 100 soldados que, tras cruzar parte del mar Mediterráneo y el océano Atlántico, desembarcaron un mes y medio después, en enero de 1865, en Veracruz.

Como miembro de la Legión Austriaca, el teniente Pitner se unió a la campaña militar que, a la par de las tropas francesas, luchaba en contra del ejército republicano del presidente Benito Juárez. Luego, en enero de 1866, junto con dos compañías de su batallón, partió rumbo a Matamoros para reforzar a la guarnición imperial mexicana que se encontraba bajo constantes ataques.

Pitner tenía la costumbre de escribir con cierta frecuencia cartas a sus familiares y amigos en Austria, principalmente a su madre, a quien tras su llegada a Matamoros le comentó: “Fuimos extremadamente muy bien recibidos, ya que nuestro arribo ha sido muy oportuno. La ciudad ha estado recientemente en una situación de severo peligro”. Sin embargo, el teniente Pitner pronto se encontraría en el norte de México con la única realidad y el destino que tendría la intervención militar francesa en nuestro país.

El 16 de junio de 1866 las tropas austriacas, junto con una considerable fuerza imperialista mexicana al mando del coronel Feliciano Olvera, cayeron en una emboscada realizada por las tropas republicanas del general Mariano Escobedo en las lomas de Santa Gertrudis, cerca de Camargo, Tamaulipas. La batalla resultó en un triunfo para el ejército juarista y Pitner fue hecho prisionero y conducido a Monterrey junto con otros 142 de sus compatriotas, ciudad en donde pasaría los siguientes siete meses.

En una carta escrita el 15 de enero de 1867, durante los días finales de su cautiverio en la capital de Nuevo León y dirigida a su madre en Viena, Pitner hizo los siguientes comentarios, relatando como había celebrado la Navidad de 1866 en México:

“No dudo que has pasado contenta esta época de fiestas. Yo también aquí en Monterrey, e incluso hasta con un árbol navideño, algo que durante algún tiempo no había visto. Fui invitado para esa ocasión por tres familias alemanas establecidas aquí y la pasé con cada una de ellas. Los alemanes locales son ricos comerciantes y gente culta que nos han recibido muy amigablemente en sus casas. Bailamos y nos divertimos [...] creo que no podemos quejarnos a pesar de nuestra condición de prisioneros.”

Sin proponérselo, el teniente Pitner dejó un registro sobre esta tradición ya integrada a la cultura mexicana; y aunque no mencionó los nombres de aquellas familias alemanas, es muy probable que fuesen de apellidos Holck, Bremer, Buchard o Langstroth que aún hoy perduran en Monterrey y constituyen una muestra representativa de algunas de las primeras familias de emigrantes alemanes que introdujeron en México la tradición del árbol navideño.

 

Si desea saber más sobre la historia de las fiestas decembrinas, dé clic en nuestra sección “Navidad”.