Cuando un grupo de conservadores fue a ofrecerle a Maximiliano de Habsburgo la corona del "imperio" mexicano, nunca imaginaron que aquel miembro de una de las casas monárquicas más antiguas de Europa resultaría a la postre un hombre liberal y de ideas avanzadas. Maximiliano tampoco vio —tal vez ni siquiera en el momento en que las balas le cercenaban la vida en el Cerro de las Campanas, en Querétaro— que el país al que había llegado aún no estaba listo para asumir las reformas que quiso implantar por el bien de un pueblo al que llamaba suyo. Cuando el representante del Papa pidió a Maximiliano que suprimiera la tolerancia religiosa —los conservadores querían un imperio totalmente católico— y que le devolviera al clero los bienes nacionalizados por las Leyes de Reforma, Roma y los conservadores se llevaron un gran chasco. El efímero emperador no lo hizo, y a partir de ese desacuerdo los conservadores mexicanos, decepcionados, retiraron su apoyo al Habsburgo. Hubo algunos liberales que se acercaron a Maximiliano, pero su derrota ya estaba signada. El 19 de junio de 1867, después de pagar con una moneda de oro a los integrantes del pelotón de fusilamiento, gritó: "¡Mexicanos, muero por una causa justa, la de la independencia y libertad de México¡ ¡Ojalá que mi sangre ponga fin para siempre a las desgracias de mi nueva patria! ¡Viva México!". Después las balas surcaron el espacio y acallaron la respiración del adversario de Benito Juárez, con quien tantas ideas tenía en común.
"Coincidir con el enemigo" del autor Ramiro Cardona Boldó y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 1.