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Ocultismo y adivinación con varitas en la Nueva España

Héctor Strobel

La adivinación con varitas consiste en buscar metales y líquidos con ramas de madera. Surgió en el siglo XIII en la actual Alemania y se extendió rápidamente por toda Europa. El Gran Grimorio, obra anónima de brujería de la Alta Edad Media, explica que las varitas tienen que cortarse de un avellano al amanecer, retirando sus hojas con un cuchillo con el que se sacrificó un animal mientras se pronunciaba: “Te ruego, oh, gran Adonai, Elohim, Ariel y Jehová, que des a esta vara la fuerza de las de Jacob, Moisés y el gran Josué”. Otra versión alemana afirmaba que debían cortarse de espaldas, por debajo de las piernas. En la actualidad sigue practicándose, aunque con cambios sustanciales, con el nombre de rabdomancia o radiestesia; continúa arraigada en la creencia popular y se hace referencia a ella en series animadas e incluso en el cine. En México, a quienes la practican se les llama vareros y los hay en todo el país.

En el siglo XIX se descubrió que el movimiento de las varitas en las manos se produce en realidad por el efecto ideomotor, es decir, la influencia de la expectativa sobre la conducta motora. Es inconsciente, automático e involuntario. Lo mismo ocurre con el juego de la ouija. Aunque por siglos no se supo esto, sí se sospechó que no era verídica. Voltaire, por ejemplo, la ridiculizó: “se descubren fuentes de agua y tesoros por medio de una varita, una varita de avellano, que no deja de forzar la mano a un idiota que la aprieta con demasiada fuerza, y gira con facilidad en la del bribón”.

Sin embargo, la opinión de otros científicos fue diferente. Georgius Agricola, padre de la mineralogía moderna, pensaba que las varitas adivinatorias funcionaban, pero por intervención de Lucifer, por lo que desaconsejó utilizarlas. El clero católico y protestante también atribuyó su funcionamiento a obra demoniaca y consideró que era un pecado usarlas. Estas opiniones, sin embargo, no evitaron que fueran utilizadas y que nobles, académicos y algunos sacerdotes las defendieran. De la segunda mitad del siglo XVI a inicios del XVII Jean du Châtelet y Martine de Bertereau, barones de Beausoleil, supuestamente descubrieron 150 minas en Francia con varitas. Asimismo, científicos de universidades prestigiosas de Inglaterra, Alemania y Francia atribuyeron su funcionamiento al “poder” de atracción de metales y líquidos, amplificado por las varitas.

Persecución inquisitorial
En la península ibérica los círculos letrados no debatieron el tema y la postura de las autoridades se mantuvo inapelable: la adivinación con varitas debía de mantenerse prohibida. Desde el siglo XIII Alfonso el Sabio estipuló que los adivinadores provocaban “muy grandes males a la tierra” por intentar “tomar el poder de Dios”, por lo que debían castigarse con pena de muerte. Las Cortes de Madrid ratificaron esta orden en 1604 y la Inquisición se encargó de perseguirla como delito de fe, pero las clases populares no dejaron de practicarla. Se extendió incluso a los dominios de ultramar de la Corona durante las primeras décadas del siglo XVII, cuando miles de españoles llegaban al Nuevo Mundo en busca de riquezas.

Se sabe del uso de varitas adivinatorias en Nueva España gracias a las denuncias e interrogatorios del Tribunal del Santo Oficio de México, cuya documentación resguarda el Archivo General de la Nación. Pese a las disposiciones dictadas, ningún varero fue condenado a muerte; antes bien fueron regañados e incluso ridiculizados. A diferencia de Europa, en Nueva España no predominó el uso de una sola vara en forma de “Y”, sino de cuatro pequeñas que dos personas con cada mano debían unir por su punta horquillada para interpretar su movimiento.

El primer registro de adivinación con varitas en Nueva España data de 1607. Lope Ruiz de Talavera, español empobrecido de 48 años, viajó a Guanajuato para conseguir dinero y aseguró a los mineros que podía saber dónde había plata, su distancia, cantidad y calidad. Fue denunciado ante el canónigo Diego Gómez, comisario del Santo Oficio de Guanajuato, quien lo mandó llamar y le hizo una prueba: escondió un cubilete de plata y Ruiz de Talavera aceptó develarle su “secreto y ciencia”. Sacó cuatro varitas, entregó dos al comisario, las unieron y susurró el inicio del Evangelio de San Juan en latín para que indicaran el sitio del cubilete. Ruiz de Talavera no pudo encontrarlo y el comisario lo regañó, exigiéndole que dejara de practicar su “ciencia”, porque carecía de “fundamento”. Ruiz de Talavera aceptó, pero se negó a reconocer que estaba equivocado: alegó que sus varitas no habían funcionado porque la punta de una de ellas era tan gruesa que “descompuso la indicación”.

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