Batalla de Ahualulco

29 de septiembre de 1858

Gerardo Díaz Flores

Durante el inicio de la Guerra de Reforma, poco se esperaba de los contingentes del norte; sin embargo, el gobernador de Nuevo León y Coahuila, Santiago Vidaurri, llevó a cabo una ardua organización de la Guardia Nacional de su estado, la cual logró poner en pie de guerra a una fuerza que fue capaz de vencer en Puerto Carretas –cerca de San Luis Potosí- al general Miguel Miramón (Relatos e Historias en México, n. 172), y posteriormente tomó Zacatecas, como escribimos en el núm. 179.

Los llamados Blusas Rojas, por el color con que los uniformó, pasaron de ser la mofa del ejército conservador, a un peligroso rival no contemplado en sus planes para acabar con el gobierno del presidente Juárez. La prioridad de Miramón fue organizar una tropa capaz de vencerlos en la primera oportunidad y, para ello, dispuso bajo su mando a los experimentados generales Leonardo Márquez y Tomás Mejía, con órdenes de dar prioridad a la campaña en el norte y copar Veracruz, donde se instaló el gobierno liberal.

Consciente del enorme esfuerzo que requería para llegar a Ciudad de México, Vidaurri se hizo de armamento proveniente de Estados Unidos y se dirigió a reforzar al general Juan Zuazua en las inmediaciones de San Luis. Para septiembre de 1858, el Ejército del Norte contaba con, aproximadamente, tres mil hombres, armados y uniformados, y una fuerza de artillería de veintitrés piezas.

Ese fue el momento de máximo esplendor de Vidaurri, quien fue informado que Miramón avanzaba hacia San Luis Potosí con un contingente similar. Al no sentir segura la defensa de esa plaza por consideraciones técnicas como la falta de alimentos y la abierta hostilidad de sus habitantes a su causa, decidió hacerse fuerte en el camino hacia Zacatecas, en las inmediaciones de Ahualulco.

Este movimiento no desanimó a Miramón, quien le dio persecución y entre el 25 y el 28 de septiembre movió sus fuerzas para cercar y a los norteños. Al respecto, los críticos de Vidaurri señalan que fue embaucado por su inexperiencia frente a un comando tan grande y que, en lugar de conceder el liderazgo de la batalla a sus hombres de confianza, se empecinó en dirigir él mismo e improvisar con mandos inexpertos, como la artillería en manos del aventurero británico conocido como Eduardo H. Jordán, a quien le tenía simpatía.

La mañana del 29 de septiembre, todo se derrumbó. Miramón posicionó sus cañones en la cima de un cerro donde disparó al centro de las tropas norteñas. Esto rompió su defensa que no pudo contener el avance de las tres columnas conservadores, muy acostumbradas a ese tipo de carga.

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