En su primera visita a México, en 1919, pudo percatarse la assoluta de que el público popular mexicano es uno de los más querendones y sensibles del mundo. Desde la época prehispánica los espectadores mexicanos saben “apreciar lo bueno”. Durante la Colonia la técnica clásica (traída a América por maestros europeos como Marani) se dio a conocer en los escenarios populares transfigurada en tonadillas, revistas, sketches, obras netamente mexicanas. Cuando en la capital de la república se corrió la voz de “¡Viene la Pávlova!”, todavía asentándose la Revolución mexicana, los críticos, periodistas, “señoras y señoritas, caballeros y bolitas”, literatos y cronistas, sacaron a relucir sus conocimientos e interpretaciones de “la mejor bailarina del mundo”. Pávlova era una artista obsesionada y literalmente “enferma” de danza. Tal sabiduría hizo que ella y su contingente montaran una Fantasía mexicana en la que se incluía un Jarabe tapatío bailado en puntas. Asesoró a la diva la mexicana Eva Pérez. Después de los escenarios del Arbeu y del Principal, el 16 de febrero la gran bailarina tuvo que bailar ante 16 000 personas que retacaron el Toreo de la Condesa.
Pávlova llegó a México tras una prolongada gira sudamericana. Viajó en barco desde La Habana y los miembros de la trupé habían incluso dormido hacinados en la cubierta. Para que nada desagradable ocurriera, el presidente Carranza ordenó que doscientos soldados se apostaran alertas en el techo de los vagones del ferrocarril que transportó a los artistas a la Ciudad de México. Aunque el periodista Carlos González Peña alertó con anticipación dudas acerca de la Pávlova y de su arte (poco desenvuelto en México, cuyas obras, según él, “podrían encontrar los mexicanos un tanto frías”) el público nacional percibió “lo extraordinario” en montajes como Orfeo, Copos de nieve, La flauta mágica, Muerte del cisne (fue ovacionada hasta el delirio), Siete divertissements y demás obras del repertorio.
Esta publicación es un fragmento del artículo “Anna Pávlova en México” del autor Alberto Dallal y se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México, núm. 14.