Educar: ¡libertar! He aquí la clave de los magnos sistemas educativos: soplo de redención que se escapa de todos los poros de la naturaleza enseñante, pasa a través de los ramajes egregios de las más altas filosofías y va a cristalizarse en los labios admonitores de Zaratustra evangélico, en aquel solo precepto que tiene para el gran rebaño: “Sigue tu carácter personal y llega a ser el que eres”. Educar: ¡libertar! (Alfonso Cravioto, 1908).
Alfonso Cravioto Mejorada fue miembro de una de las familias más encumbradas en la historia del estado de Hidalgo, las cuales eran originarias, a su vez, de Huauchinango, en la vecina Puebla. Nació en Pachuca el 24 de enero de 1884. Sus primeros trece años de vida coincidieron con la denominada “era de los Cravioto”, que comenzó en 1877 con el encumbramiento del general Rafael Cravioto, su padre, como gobernador hidalguense.
Con los revolucionarios
Como muchos ateneístas, simpatizó con el antirreeleccionismo maderista y con la rebelión que derrocó a Porfirio Díaz en mayo de 1911. Cravioto no tomó las armas, pero fue un activo propagandista de la causa.
Meses después de las elecciones que llevaron a Francisco I. Madero a la presidencia del país, Federico González Garza fue designado gobernador del Distrito Federal e invitó a Cravioto a ocupar el cargo de secretario del Ayuntamiento de la ciudad de México en la primavera de 1912. Su ejercicio fue breve, pues para las elecciones legislativas de junio de ese año resultó electo diputado federal por el sexto distrito de su natal Hidalgo.
Así, en septiembre siguiente se integró al llamado Bloque Renovador de la XXVI Legislatura. Sin embargo, en octubre de 1913, cuando aquélla fue disuelta por Victoriano Huerta tras el golpe militar que derrocó y dio muerte al presidente Madero, varios diputados, entre ellos Cravioto, fueron hechos prisioneros en la penitenciaría de Lecumberri. Fue mantenido en cautiverio hasta enero de 1914.
Por la instrucción pública
Ya en libertad y después de vivir varios meses en la semiclandestinidad, se unió al grupo de civiles que integraron el gobierno preconstitucional encabezado por Venustiano Carranza, quien lo nombró jefe de la Sección Universitaria de la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, y poco después titular de la recién creada Dirección General de Bellas Artes, cuya misión era “democratizar el arte”.
El equipo de trabajo de Cravioto era sobresaliente: Luis Castillo Ledón, Gerardo Murillo (Dr. Atl), Luis Manuel Rojas, Juan Sarabia y Alfonso L. Herrera. Parte de sus metas consistía en descentralizar la labor educativa, para lo que se planteó otorgar la autonomía a la Universidad Nacional. Trabajó entonces con José Natividad Macías, director de la Escuela de Jurisprudencia, sobre varios proyectos de ley en educación y cultura.
Instalado el gobierno carrancista en Veracruz en noviembre de 1914, debido a que la capital fue ocupada por los ejércitos de Francisco Villa y Emiliano Zapata, Cravioto formó parte de la Sección de Legislación Social de la Secretaría de Instrucción, al tiempo que se desempeñó como director de Bellas Artes.
y dirigió el Boletín Educativo. La citada sección fue de suma importancia pues, bajo la coordinación de Félix F. Palavicini, se elaboraron en ella varios proyectos que serían la base de un ambicioso plan de reformas que desembocaron primero en las adiciones al Plan de Guadalupe (con el que Carranza se había alzado contra Huerta en marzo de 1913) y finalmente en la propuesta de una nueva constitución.
Constituyente
Además de seguir como director de Bellas Artes, para 1916 Cravioto recibió el cargo adicional de oficial mayor de la Secretaría de Instrucción Pública con el gobierno de Venustiano Carranza, ya establecido de nuevo en la ciudad de México. En octubre de ese año resultó electo diputado por el séptimo distrito de Hidalgo, con sede en Pachuca, para formar parte del Congreso constituyente que se reuniría en Querétaro semanas más tarde.
En la asamblea destacó por su valiente defensa del grupo al que pertenecía, el cual por sus antecedentes era conocido como el de los renovadores por el ala radical. Asimismo, fueron célebres sus intervenciones en la discusión del artículo tercero y defendió denodadamente las libertades individuales sobre la posibilidad de un Estado omnipresente. Este contrapunteo entre las propuestas del grupo jacobino y las de los renovadores, que fueron radicales en su momento, pintaba a éstos como atrapados entre dos épocas: revolucionarios para los antiguos porfiristas, pero conservadores para los revolucionarios.
De la participación de Cravioto en el Congreso de Querétaro destacaron sus discursos sobre la defensa de credenciales ante el Colegio Electoral para respaldar al bloque de renovadores; sus argumentos en torno al artículo tercero constitucional sobre un tema del cual sabía, la educación, desde un punto de vista liberal; y la lucha que emprendió sobre la libertad del trabajo que llevó al artículo 123. Tuvo serios enfrentamientos, incluso con sus compañeros de bloque, aunque siempre defendió su postura con sólidos argumentos.
El pensamiento de Alfonso Cravioto en torno al Congreso constituyente quedó plasmado de su puño y letra: “La libertad del hombre está en relación directa con su situación cultural y con su situación económica. Por eso venimos pidiendo tierras y escuelas para nuestro pueblo”. Así, su humanismo fue destacadísimo en el Congreso y en la Constitución.
El hombre público y el escritor
Establecido el nuevo marco constitucional, Cravioto se mantuvo en el Congreso, esta vez como diputado en la XXVII Legislatura adscrito al grupo carrancista. Procuró sacar adelante las iniciativas de éste a contrapelo del bloque que se iba definiendo como antagónico, esto es, el obregonista. En las elecciones de julio de 1918 se postuló para representar a su estado en el Senado. Luego, desde ahí apoyaría la candidatura presidencial de Ignacio Bonillas impulsada por el propio Carranza. No obstante esa “incorrección política”, se mantuvo en el Senado tras la caída y muerte del presidente coahuilense en 1920.
Siguió colaborando con crítica de arte y poesía en la revista México Moderno. En 1921 se le veía apoyando decididamente la creación de la Secretaría de Educación Pública, y hacia 1923 los polémicos convenios conocidos como Tratados de Bucareli, entre nuestro país y Estados Unidos.
La llegada de Plutarco Elías Calles a la presidencia llevó a Cravioto por uno de los terrenos más amplios de la diplomacia. Durante el gobierno del sonorense, los años del Maximato y las gestiones de Lázaro Cárdenas y Manuel Ávila Camacho, fue embajador de México en varios países de Europa y América: Guatemala (1925-1928), Chile (1928-1932), Holanda (1932-1933), Bélgica (1933), Cuba (1934-1939) y Bolivia (1939-1944).
En esos años, no se desvinculó del mundo intelectual mexicano, ya que continuó con la promoción y publicación de literatura.
En enero de 1944 regresó al país y quedó asignado a la Secretaría de Relaciones Exteriores, donde laboró hasta 1952, cuando fue electo, por segunda y última ocasión, senador de la República por su natal Hidalgo. En 1950 fue elegido miembro de la Academia de la Lengua, como socio numerario. Además, fue miembro de la Academia Mexicana de la Historia y de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística.
Fue un dedicado estudioso y prolífico escritor, principalmente de poesía. Además de sus numerosas colaboraciones en diversas publicaciones periódicas desde su juventud, publicó varios libros, entre los que cabe mencionar: Germán Gedovius (1916), Eugenio Carrière (1916), El alma nueva de las cosas viejas (1921), quizá el más conocido, y Aventuras intelectuales a través de los números (1937).
Alfonso Cravioto fue un revolucionario modernista que murió el 11 de septiembre de 1955 en la Ciudad de México, cuando se desempeñaba como senador por su estado natal. Sus restos fueron velados en la Casa Carranza, como homenaje por su participación como diputado constitucionalista. También hubo una ceremonia luctuosa por su fallecimiento en las instalaciones del Senado de la República.
Esta publicación sólo es un fragmento del artículo "Alfonso Cravioto. Modernista, revolucionario y constituyente en 1917" del autor Pablo Serrano Álvarez, que se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México, número 103.