Nakayama rompió el lazo de eterna promesa cuando a los veintitrés años logró sendos oros en barra horizontal y en piso durante el Campeonato Mundial de Gimnasia de 1966.
La indiscutible novia de los Juegos Olímpicos de 1968 fue la checa Vera Caslavska, quien se llevó un total de seis preseas (cuatro oros y dos platas); sin embargo, el público tuvo la oportunidad de disfrutar a su contraparte masculina, el japonés Akinori Nakayama, que también logró obtener esa destacadísima cifra (cuatro oros, una plata y un bronce).
Nacido en marzo de 1943, Nakayama rompió el lazo de eterna promesa cuando a los veintitrés años logró sendos oros en barra horizontal y en piso durante el Campeonato Mundial de Gimnasia de 1966. Ahí demostró la capacidad de la disciplina nipona en ejercicios de ejecución magnífica, pero no fue sino hasta las olimpiadas mexicanas que la máxima presión caería sobre sus hombros.
El japonés de apariencia tímida y nulo carisma en ocasiones calló bocas y conquistó aplausos. Una vez comenzados sus ejercicios, su transformación era total. La Unión Soviética también ayudó un poco. Durante el evento olímpico estas dos naciones compitieron por el oro en todos los ejercicios de gimnasia. No había un salto que un “rojo” o un “blanco” no pudieran mejorar.
El público se sorprendió por tal grado de competitividad en la rama varonil de la disciplina. Hubo una prueba de caballo respetable pero nada fuera del otro mundo, un abierto individual digno apenas del bronce y una competencia sobre piso que daba una plata. En apariencia, unos buenos juegos a secas. Pese a ello, en las barras empezó a brotar la magia: ahí donde los rusos fracasaban, el japonés volaba y obtenía los oros.
Pero el momento de la verdadera gloria llegó en la ejecución de los anillos. Giros envidiables y aterrizajes que rozaron la perfección le brindaron a Nakayama no solo el triunfo en México, sino que lo hicieron el amo y señor de dicha disciplina durante los siguientes años, pues repitió ese oro en el Mundial de Gimnasia de 1970 y en las olimpiadas de Múnich en 1972. El público lo comparaba con la checa sin problema.
Tras su retiro de las competencias, Nakayama continuó en el medio gimnástico como vicepresidente de la federación de Japón y entrenador universitario. Más tarde, fue incorporado al Salón de la Fama mundial de esa disciplina deportiva.