Agustín Lara, el poeta músico y no al revés

Ismael Villafranco

 

Las primeras veces que escuché con atención a Agustín Lara no fue en compañía del amor, sino de un diccionario. Canción tras canción, aquello que inició como un asunto de curiosidad por todo lo que escuchaba de él en reuniones familiares, terminó siendo un involuntario estudio de su trabajo.

 

A Lara se le puede leer en dos direcciones: a través del personaje que se construye a partir de las anécdotas que rodean su existencia desde el momento de su nacimiento, que resulta tan discutido como sus andares en la vida, que terminaron forjando al poeta en una leyenda del mundo de la música; la otra forma, que puede presentarse también llena de neblina, es mediante el análisis de su magnífica obra.

 

Desde muy temprana edad, Agustín sintió la necesidad de vivir en compañía del arte, pues aprendió a tocar el piano a los siete años. Tiempo después estudió en un liceo francés, lo que le permitió leer a escritores galos y así incubar al poeta que años después –por recomendación de otros literatos– ofrecería a los ojos públicos su trabajo en todo su potencial.

 

El maestro Lara fue un creador en la música popular de inicios del siglo XX. Desempeñó sus talentos con naturalidad en distintos estilos y géneros musicales, además de vivir como lo haría una estrella pop en la actualidad: dedicando gran parte de su trabajo a existir en los límites de la moral y las buenas costumbres de su época.

 

El poeta comienza su existencia dentro del alma de cualquier artista en el preciso momento de su nacimiento. Se nace poeta, por lo que aprender tal arte puede resultar demasiado difícil. Y no es por subordinar la música ante la sabia utilización de la palabra, pero incluso la historia del universo, según algunas religiones, comenzó con el poder de su uso; un poder que durante el trayecto de la humanidad nunca ha perdido fuerza en ningún sentido.

 

El maestro Lara reconocía ese poder y lo ocupó en favor del amor, beneficiando a las mujeres que se lo hacían sentir con nitidez y exaltación. Así, utilizó la palabra correcta para marcar sus almas de forma permanente, logrando llegar incluso a la de la mujer más inalcanzable del México del siglo XX: la diva María Félix, con quien se casaría.

 

En México es muy sencillo averiguar sobre la vida de Agustín Lara, pues su presencia no ha dejado de esparcirse entre la historia viva de la música, tal como el humo de su cigarro lo hacía entre las cuerdas de su piano. Es suficiente con hurgar en las colecciones de álbumes de música de nuestros familiares o amigos para no tardar en encontrar cuando menos un escrito suyo musicalizado o interpretado por alguien más, y en el mejor de los casos, una producción completa suya.

 

Si este último es el caso, haga lo posible por escucharlo en su formato original, en el que incluso el silencio tiene una marcada evocación a nostalgia. Permítase recordar palabras extintas y aprópiese de ellas para no dejar de sublimar, por ejemplo, la perfección de la mujer, ya que cada vocablo es permanente, a diferencia de cualquier otro método existente para enamorar.

 

 

La breve "Agustín Lara, el poeta músico y no al revés" del autor Ismael Villafranco se publicó en Relatos e Historias en México número 129. Cómprala aquí