La victoria republicana contra los franceses en la batalla de Miahuatlán, Oaxaca, en octubre de 1866, marcó el principio de la caída del imperio de Maximiliano: un ejército sin disciplina, mal armado, mal alimentado, mal vestido y mermado a causa de una larga travesía por los sinuosos caminos de la Mixteca, pero reforzado con los pobladores de la zona, venció al entonces considerado mejor ejército del mundo, el de Napoleón III.
Del triunfo republicano en la batalla de Miahuatlán, ocurrida el 3 de octubre de 1866 en el marco de la Segunda Intervención francesa (1862-1867), Porfirio Díaz Mori, entonces general en jefe del Ejército de Oriente en Oaxaca, escribiría en sus memorias: “Considero la victoria de Miahuatlán como la batalla más estratégica de las que sostuve durante la guerra de intervención y la más fructuosa en sus resultados, pues ella me abrió las puertas de las ciudades de Oaxaca, Puebla y México”.
Para vencer a la columna de un ejército que, además de su superioridad numérica y en armamentos, contaba con el apoyo de sus aliados mexicanos adeptos al imperio de Maximiliano de Habsburgo, Díaz se apoyó en una base social con el fin de formar su milicia desde al menos un año antes. Eran hombres de las montañas de la Mixteca oaxaqueña, poblana y guerrerense, así como de la propia villa de Miahuatlán y otros lugares; principalmente rancheros, campesinos, indígenas y líderes locales y regionales, curtidos en la lucha de resistencia en las serranías bajo condiciones extremas.
Con escopetas viejas y hombres desnudos
El apoyo popular fue fundamental para combatir a las guarniciones extranjeras en la Mixteca oaxaqueña: en Huajuapan, Nochixtlán, Tlaxiaco, Putla, Teposcolula, Juxtlahuaca y otros lugares respaldaron a los republicanos; sin embargo, los grupos en resistencia carecieron de recursos económicos para sostener una lucha prolongada. En febrero de 1866, Porfirio Díaz le escribió al presidente Benito Juárez desde Atoyaquillo, en el sur de la Mixteca Alta: “Usted debe suponer cómo estoy en cuanto a recursos y lo mucho que podría hacer teniéndolos; pero si la situación de usted también es mala en ese ramo, no pido, sólo quiero que usted sepa para la primera oportunidad que necesito mucho y entretanto yo veré lo que hago con mis escopetas viejas y mis hombres desnudos”.
Desde la Mixteca, Miahuatlán era foco de atención de la resistencia; así lo evidencia otro estrato de la mencionada correspondencia de Díaz a Juárez: “Mi objeto era que la mayor parte de las Fuerzas [enemigas] de Oaxaca se situaran en la Mixteca y lo he logrado, por eso ha podido efectuarse lo de Miahuatlán a donde me dirijo”.
En septiembre de 1866, Carlos Oronoz, jefe militar imperialista en Oaxaca, emprendió uno de sus últimos desafíos: concentrar la mayor parte de sus fuerzas en la Mixteca para sofocar la resistencia y capturar a Díaz. Pero al dejar desguarnecida la capital, Félix Díaz bajó de la Sierra Norte con los serranos y la ocupó temporalmente, con lo que obligó a Oronoz a volver de la Mixteca.
Por entonces, el ejército imperialista empezó a debilitarse rápidamente ante el retiro de los apoyos de Napoleón III, por lo que las guerrillas republicanas aprovecharon y bajaron de las montañas. Desde Chalcatongo, en el sur de la Mixteca Alta, Díaz inició un largo trayecto hacia el norte, por Tlaxiaco y Teposcolula, con la mira puesta en la ciudad de Oaxaca. Los hermanos Díaz se encontraron cerca de Nochixtlán para diseñar una estrategia común: Félix presionaría por el norte de la capital y Porfirio por el sur; si el primero era atacado por Oronoz, el segundo tomaría la ciudad, y viceversa.
La estrategia
La marcha hacia los valles centrales de Oaxaca, con un pequeño ejército que probablemente superaba setecientos hombres de las montañas de la Mixteca, partió de Tecomatlán en el distrito de Nochixtlán, sin seguir el camino más obvio y menos sinuoso por el valle de Etla. La estrategia fue atraer y enfrentar a los franceses establecidos en la capital hacia un lugar con ventajas geográficas y con adhesiones. Porfirio Díaz optó por seguir una larga ruta escabrosa hacia el sur-sureste, pasando por San Pedro Teozacoalco y San Miguel Peras hasta ubicarse en Zimatlán, a sólo veintidós kilómetros de la capital.
Según el parte de guerra de Porfirio Díaz sobre la batalla de Miahuatlán, al descubrir el movimiento, el jefe imperialista avanzó hacia Zimatlán con una columna de 1 100 hombres de las tres armas. Por su parte, los provenientes de Tecomatlán realizaron un movimiento táctico y se desplazaron 33 kilómetros al sur para ocupar Ejutla. Cuando Oronoz se dirigió a esta última localidad, Díaz y los mixtecos continuaron su marcha por el sureste treinta kilómetros más, hasta establecerse en Miahuatlán.
Los enemigos ocuparon sus respectivas plazas durante tres días. En Miahuatlán, Díaz recorrió e identificó las características del lugar y el sitio más adecuado para hacer frente a un eventual choque: optó por una loma prolongada conocida como de los Nogales, al noroeste de la localidad.
La batalla
Con base en los datos aportados por Porfirio Díaz y Manuel González en sus respectivos partes de guerra, el 3 de octubre de 1866, entre las 3:00 y 3:30 de la tarde, cuando no se esperaba algún movimiento extraordinario del enemigo y se realizaban labores de mantenimiento de las armas, los republicanos fueron sorprendidos por los franceses a las órdenes de Oronoz, quienes entraban por el cerro del Zopilote.
A una distancia aproximada de un kilómetro de la población, en la colina de una loma conocida como de los Zavaleta, la escolta y el Estado Mayor de Porfirio Díaz trataron de detener el avance francés. Poco después se sumó Vicente Ramos con su Escuadrón Tepeji de caballería, con 280 elementos.
Díaz ordenó a González mover a la infantería por el camino que sube a Santa Catarina Cuixtla, localidad ubicada en el suroeste, para aparentar que los republicanos se retiraban sin dar batalla, aunque la mayor parte empezó a ocupar con gran discreción la loma de los Nogales. Los batallones fueron divididos y colocados estratégicamente: a la derecha quedaron cien hombres del batallón Morelos de Tlapa, bajo el mando de Juan José Cano. El batallón Tiradores de la Montaña, también llamado de montañeses, uno de los grupos más numerosos, se fraccionó en tres partes: la primera, con 230 elementos bajo el mando de Felipe Cruz, fue ubicada en una cerca de piedra; la segunda, sin precisarse el número de sus integrantes, quedó a cargo del miahuateco Feliciano García, y un tercer grupo de entre cuarenta y cincuenta miembros, dirigido por Felipe Rojas, fue seleccionado para tender una emboscada a la caballería francesa en la entrada del pueblo.
En el extremo izquierdo de la loma de los Nogales se colocaron 96 elementos del batallón La Patria de Huajuapan, con su jefe Segura y Guzmán, y otros del batallón Fieles de la Patria con su jefe Carbó. El lado contrario fue reforzado con ochenta miembros de la Compañía de Chiautla, con Félix Rivera a la cabeza.
Las fuerzas imperialistas tomaron posiciones en las lomas del Yolveo y el Matadero. Los dos ejércitos quedaron frente a frente, con un río de por medio. El combate inició por el cerro del Panteón cuando la caballería francesa desató la persecución de su contraparte de la loma de los Zavaleta hacia el centro de la población y sus equipos de artillería rompieron el fuego contra las posiciones republicanas.
En las milpas que se encontraban a la orilla del camino que conduce al centro del poblado fueron ocultados los montañeses dirigidos por Rojas, escogidos especialmente por su alta precisión en los tiros. De manera espontánea se sumó un pelotón miahuateco a las órdenes de Apolinar García, al que Díaz denominó “paisanos de Miahuatlán”; era un grupo del que no se tenían noticias previas. Cuando la caballería francesa estuvo cerca, montañeses y miahuatecos dispararon a quemarropa, obligándola a retroceder, aunque después contraatacaron para rechazar a los miahuatecos hasta el centro de la población con un alto número de bajas.
González reforzó la avanzada en la loma de los Nogales con veinte integrantes del batallón La Patria y veinticinco de la Compañía de Tlaxiaco con Isaac Narváez al frente; del otro lado del río, ubicó en una pequeña loma a veinte de la Compañía de Chiautla. En el momento más reñido del combate entró para reforzar también a la Compañía de Peras –del grupo de los montañeses–, cuyo jefe era Carlos Martínez.
Al avanzar la tarde, el combate se generalizó y la batalla se tornó complicada para los republicanos, dado que sus municiones se agotaron –o estaban a punto de– y los tiradores enemigos aumentaban la intensidad de sus disparos. Mientras la infantería republicana se movía para intentar cruzar el río, el Escuadrón Tepeji de Vicente Ramos se movió para tratar de llegar por la retaguardia de Oronoz.
Ante la emergencia, Díaz tenía que tomar una decisión rápida y definitiva. El batallón Fieles y el Escuadrón Lanceros de Puebla, con él al frente, cargaron por el centro sobre la artillería enemiga en combinación con los demás batallones que recibieron la orden de avanzar en una carga completa desde todas las posiciones y cruzaron el río. El movimiento envolvente de Vicente Ramos con su caballería sorprendió a los franceses, ocasionando que la caballería imperialista derribara accidentalmente los cañones. Con el empuje de los republicanos, éstos lograron capturar dicho armamento. Ese hecho decidió el curso de la batalla a favor del Ejército de Oriente. Entonces, Oronoz inició el repliegue hacia Oaxaca; la mayor parte de su infantería y caballería se dispersó y fue capturada.
La lucha popular
Quince días después de Miahuatlán, el 18 de octubre, la mayor parte de esos hombres volvió a salir victoriosa en otro combate: la batalla de la Carbonera, al derrotar a un refuerzo austriaco de más de mil hombres que iba de Puebla en auxilio de Oronoz, quien estaba sitiado en los conventos de Santo Domingo, el Carmen y Santa Catarina, en la ciudad de Oaxaca. En la Carbonera se sumaron otros grupos con condiciones sociales similares: serranos de la Sierra Norte al mando de Fidencio Hernández y Félix Díaz de la brigada de la Sierra; gente de la cañada encabezada por Luis Pérez Figueroa y milicianos costeños del batallón Costa Chica de Manuel López Orozco.
La resistencia popular no sólo resultó victoriosa en Miahuatlán y en la Carbonera. El 5 de septiembre, en el istmo de Tehuantepec, hombres y mujeres zapotecas de Juchitán y de los pueblos aledaños, armados con escopetas viejas, palos, machetes y hondas, dirigidos por Máximo Pineda, habían asestado el primer gran golpe contra un batallón imperialista, denominado La Cola del Diablo, compuesto por zuavos, húngaros y adeptos istmeños a la causa imperial.
En suma, lo que debemos destacar es la importancia y los aportes de las fuerzas populares en la lucha contra la invasión francesa y el imperio de Maximiliano, que finalmente fue derrotado en junio de 1867.
Esta publicación sólo es un extracto del artículo “Resistencia popular contra la invasión francesa” del autor Javier Bautista Espinosa, que se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México número 101: http://relatosehistorias.mx/la-coleccion/santiago-vidaurri-entre-la-repu...