En el verano de 1958 a Henrique González Casanova, primer director general de Publicaciones de la UNAM, se le ocurrió la edición de un nuevo libro. Hasta sus oídos había llegado la noticia de que el pintor Héctor Xavier se encontraba realizando una serie de dibujos bajo la técnica conocida como “punta de plata”, antiguo método de dibujo surgido entre los escribas medievales. Xavier se hallaba trabajando una especie de bestiario, género también de origen medieval que antaño solía coleccionar, y a veces describir, animales fantásticos, quiméricos o reales.
Por esas fechas, el artista, miembro de la llamada Generación de la Ruptura, solía apostatarse ante la jaula de algunos animales del Zoológico de Chapultepec para retratarlos. Cierto día, González Casanova visitó a Xavier en aquel recinto con la noble intención de atestiguar su quehacer. Ahí pergeñó la idea del libro. Al salir del zoológico, Casanova se encontró de sopetón con otro artista, esta vez de la palabra y el lenguaje: Juan José Arreola, que por entonces ya se encontraba organizando el que sería el primer centro cultural extramuros de la UNAM, la Casa del Lago.
El fortuito encuentro con el escritor jalisciense significó para Casanova una suerte de revelación. Tuvo más clara la naturaleza del libro que venía fraguando, urdiendo en su cabeza de editor; los 24 dibujos faunísticos del talentoso Héctor irían acompañados por breves prosas, además de un prólogo, escritas por el maestro Arreola. A los pocos días, González Casanova se presentó ante Arreola para hacerle la propuesta formal del libro. El maestro aceptó encantado. Así, firmaron un contrato y Casanova le dio al autor de Varia invención y Confabulario un adelanto por concepto de cesión de derechos.
Los días pasaron. Las semanas y los meses. El maestro Arreola se gastó en quesos, vinos, libros… la totalidad del anticipo sin escribir una sola línea de los textos que se había comprometido a componer. Los dibujos de Héctor Xavier esperaban impacientes en el escritorio del aún más impaciente editor universitario, que miraba con preocupación cómo se acercaba la fecha límite de entrega, estipulada para el 15 de diciembre.
Algunos dicen que el maestro Arreola estaba pasando por una crisis creativa o que sus preocupaciones por la próxima inauguración de la Casa del Lago, a su cargo, no le habían permitido sentarse a escribir. Sea como sea, a las 8 de la mañana del 7 de diciembre de aquel 1958 –8 días antes de que se cumpliera la fecha límite de entrega– el joven José Emilio Pacheco (JEP) se presentó en el departamento de Juan José Arreola, su maestro, ubicado en la colonia Cuauhtémoc.
JEP había ideado, con sus amigos Vicente Leñero y Fernando del Paso, una estrategia para apremiar a Arreola a que de una buena vez por todas iniciara con la escritura de los dichosos textos. “No hay más remedio –sentenció Pacheco–. Me dicta o me dicta”. Arreola se tumbó de espaldas en un catre, se tapó los ojos con una almohada y le preguntó a su alumno: “¿Por cuál empiezo?”. “Por la cebra”, contestó JEP. “Entonces, como si estuviera leyendo un texto invisible, el libro empezó a fluir de sus labios: La cebra toma en serio su vistosa apariencia, y al saberse rayada, se entigrece…”.
Gracias a ello, el libro –dictado en su totalidad a JEP– fue entregado el día de la fecha límite y apareció publicado en 1959 bajo el título Punta de Plata. Dos años después fue reeditado con el título de Bestiario.
Para conocer más de éste y otros interesantes temas, adquiere nuestro número 204, de octubre de 2025, disponible en nuestra tienda en línea.