Después de años de retiro obligado, en 1820 Iturbide regresó a la vida militar al ser incorporado a las campañas de pacificación del régimen virreinal. Sin embargo, él tenía otros planes: rápidamente se acercó a los últimos líderes insurgentes y a personajes notables de la Iglesia, las élites y las fuerzas armadas provinciales, allegándose colaboradores que se comprometieran con su proyecto independentista. Los desfiles en Valladolid en honor a él y a su esposa fueron una muestra por demás simbólica de ese asombroso apoyo que en poco tiempo consiguió.
La provincia de Valladolid de Michoacán, antecedente territorial del actual estado de Michoacán, fue la cuna de destacados personajes del proceso de independencia novohispano, contando entre ellos al Siervo de la Nación, José María Morelos, y al firmante de su Acta de Independencia, Anastasio Bustamante. Pero también fue terruño de los que en 1822 se convertirían en los dos monarcas del Imperio mexicano: al coronel virreinal que se convirtió en el consumador de la independencia, Agustín de Iturbide, y su esposa, Ana María Huarte, perteneciente a una de las familias más poderosas e influyentes de la región. Por ello destaca que la capital de esa provincia fuera testigo de dos de las conmemoraciones más simbólicas de todo el proceso de consumación: el ingreso triunfal que hizo Iturbide
a fines del mes de mayo de 1821, una vez que su capital capituló, pero también el que unos meses más tarde, en el mes de agosto, realizaría Huarte; ambos reconocidos como los libertadores vallisoletanos del Imperio mexicano.
La capitulación de Valladolid
Tras varios años de retiro obligado, el coronel Iturbide promovió el 24 de febrero de 1821 su “plan de pacificación”, firmado en la villa de Iguala bajo la bandera de las tres garantías: unión, independencia y religión. Para lograrlo, el entonces comandante del Sur envió comunicaciones privadas a personajes de las regiones de Veracruz, Nueva Galicia, Valladolid y el Bajío con la intención de que se unieran a su proyecto independentista. Hacia mediados de marzo, el movimiento tomó un mayor impulso al apoderarse de ciertas zonas de las provincias de Guanajuato y Veracruz, a partir de lo cual cambió su panorama, pues el Primer Jefe pudo salir de la comandancia del Sur, donde tenía una fuerte presión por parte de las tropas virreinales, para atravesar la Tierra Caliente michoacana hacia el Bajío, ya dominado por las tropas trigarantes. Desde ahí orquestó las próximas medidas a seguir: negociar con José de la Cruz, comandante de Nueva Galicia, y planificar el asedio sobre su ciudad natal, Valladolid.
Para ello, desplegó una campaña de convencimiento que fue acompañada de una fuerte presión ejercida por sus tropas militares, posadas a las afueras de la ciudad. En una proclama dirigida al ayuntamiento el 12 de mayo, llamó a la prudencia y retóricamente preguntó, “¿queréis que invada a fuerza de armas la plaza en que vi la luz primera, y por cuya conservación he despreciado mi existencia?”. Por el contrario, aconsejaba que siguieran la garantía de la unión junto con él. El día 17, junto con varios cuerpos armados, Iturbide avanzó hacia el convento de San Diego, a pocas calles de la plaza, y desde ahí lanzó un ultimátum sobre la entrada de sus tropas. Las deserciones de elementos del ejército virreinal, a las que se sumó la de su comandante Luis Quintanar, pusieron en jaque a las autoridades de la ciudad.
Entre el 12 y el 19 de mayo de 1821, Iturbide y las autoridades militares y políticas de la provincia mantuvieron un intenso carteo con el propósito de llegar a un acuerdo para evitar el derramamiento innecesario de sangre. Finalmente, el convenio se logró en las primeras horas del día 20, cuando el nuevo comandante de la plaza Manuel Rodríguez de Cela y los comisionados de Iturbide (Joaquín Parres y José Antonio Matiauda) acordaron una capitulación con todos los “honores de la guerra” para la guarnición de la ciudad, la que se podría retirar junto con todo aquel que se negara a aceptar la independencia, en tanto que las fuerzas libertadoras tomarían posesión de la plaza un par de días después, cuando estuvo completamente evacuada. Al final, la toma fue pacífica.
La capitulación muestra, por un lado, las propuestas hechas por el teniente coronel Rodríguez de Cela, dando cuenta además de las adiciones y restricciones que impuso Iturbide, por el otro. Ocho puntos más uno adicional en los que se acordaba la retirada de la tropa defensora, asegurando que podrían dirigirse a México siempre que no pasaran por el poblado de Toluca, a cambio de la palabra de honor de Iturbide sobre la formalidad del acuerdo. De igual manera, se estipuló que se abonaría la gratificación correspondiente al mes de junio para facilitar el traslado, a todo elemento que decidiera abandonar la provincia; se podrían mantener en la ciudad los enfermos que existieran en la guarnición sin ser molestados ni incomodados por sus opiniones, ya se tratase de elementos de tropa, familiares o cualquier empleado. Si bien se propuso por Rodríguez que las tropas sitiadoras debían colocarse fuera del tiro de cañón de la garita, lejos del punto de salida de la guarnición, para evitar “acontecimientos desgraciados”, Iturbide protestó y dijo que se mantendrían
en los puntos que ocupaban por ser lo contrario un “agravio notorio a su disciplina”, y en contraste sería enviado un oficial para recibir el parque y artillería.
Para conocer más de esta historia, adquiere nuestro número 191 de septiembre de 2024, impreso o digital, disponible en la tienda virtual, donde también puedes suscribirte.