La desecación de los Llanos de Apan

Historia socioambiental de una gran riqueza natural

Rodolfo Ramírez Rodríguez

Casi ningún habitante del centro de México y menos aún del resto del país puede imaginar que alguna vez la antigua cuenca de México (mal llamado valle de México) fue un gran conjunto de lagos de aguas dulces y salobres que se extendía desde las riberas del Ajusco hasta los Llanos de Apan. Lo que encontraron los españoles en 1519 era ya una superficie reducida si se compara con la existente en la época de Teotihuacan o más aún en la edad de los cazadores de mamuts.

Los cambios ambientales han sido vertiginosos no sólo a lo largo de los milenios, sino también en los últimos cinco siglos. Cualquier visitante que salga de la Ciudad de México por avenida Insurgentes hacia el norte, hacia Ecatepec, y de allí a Pachuca, Tulancingo o Apan, creería que siempre han sido llanos resecos por el sol, cuando en realidad están viendo los efectos de la desecación continua de cuerpos lacustres que se extendían de la capital al norte y al oriente, bordeando el Tepeyac, en dirección a Santa Lucía y Tecámac,  y a Teotihuacan, Otumba, Zempoala y Apan. Nos enfocaremos en los Llanos de Apan –que en su nombre en náhuatl detenta el significado de la región: atl-pan, “sobre el agua”– y describiremos a grandes rasgos lo que aconteció en su historia socioambiental centenaria. Esta región –que se extiende en la encrucijada geográfica de las entidades de México, Hidalgo y Tlaxcala– fue lacustre hasta al menos dos siglos atrás y aún contaba con remanentes y espejos de agua hasta mediados del siglo XX. De hecho, en un antiguo escudo diseñado para el municipio de Apan se observa un cerro (altépetl) rodeado por cinco lagunas que existieron a su alrededor (Singuilucan, Irolo, Apan, Tochac y Tecocomulco), de las cuales las últimas dos aún cuentan con cierta extensión en superficie y biodiversidad.

Estos llanos son una cuenca endorreica (sin salida al mar) que se abastecían de escurrimientos de los montes que hay a su alrededor, a una altura media de 2,500 m s.n.m. Su nombre náhuatl se debe a los primeros habitantes de esta lengua que arribaron en el Posclásico, pero hubo asentamientos otomíes desde el Clásico, mas había sido habitada desde la época de los cazadores-recolectores. Por su aspecto plano ha sido un corredor comercial desde la antigüedad al ser la ruta más corta entre el altiplano y la costa del Golfo de México. Existen sitios y yacimientos arqueológicos sin explorar en donde las deidades principales están asociadas al culto de la fertilidad y a la cuenta del año que se lee en sus nombres nahuas, en donde sobresale el nombre de tochtli o conejo (algunos nombres que llevan esta raíz son las localidades de Tochatlaco, Tochac y Ometuchco u Ometusco).

Al arribo de los españoles, esta zona era una región limítrofe entre las federaciones de la Triple Alianza (que resguardaba Texcoco, con los sitios de Calpulalpan y Tepeapulco) y la confederación de Tlaxcala, cuyo señorío guardián era Hueyotlipan. En medio se encontraba una región en disputa, que al estar ocupada por el agua una mitad del año dejaba una zona pantanosa en la otra mitad, regia zona fronteriza, por la que travesaron los hispanos en su Noche Triste. Sin embargo, en la época colonial la desecación centenaria había formado una apariencia de valle o más bien altiplano, la cual fue aprovechada por ellos desde un inicio para la incorporación de la ganadería mayor en las primeras décadas de dominio colonial, hasta que fueron removidas las manadas equinas y bovinas más allá del Valle del Mezquital hacia la Gran Chichimeca, puesto que causaron importante daño a los sembradíos de los naturales. Más tarde, esta zona fue aprovechada para la agricultura de cebada de temporal, a la que se asoció la ganadería ovina/porcina para el abastecimiento de carne o cebo, y frutos de la tierra para los reales mineros alrededor de Pachuca.

En un primer momento, la congregación de pueblos bajo la dirección de la orden franciscana, tuvo importantes frutos sobresaliendo las parroquias y conventos de Otumba, Calpulalpan, Zempoala y Tepeapulco (la última fue anexada a Apan a fines del siglo XVI). Sin embargo, tras la debacle demográfica debido a las epidemias recurrentes, entre los siglos XVI y XVII, estas cabeceras, así como muchos otros pueblos, se redujeron tanto en población, que incluso muchas localidades dejaron de existir, tras lo cual se comenzó el proceso de adjudicación formal o informal, legal e ilegal, de tierras por parte de colonos españoles, los cuales aducirían que se apropiaron de vastos terrenos de tierras de labor y monte porque no había quien las beneficiara.

La región entonces tenía dos contrastantes épocas del año, de abril a septiembre era la época de lluvias y de siembra en las laderas de los montes ocupadas por las poblaciones de la zona, era la época de verdor y abundancia; de octubre a marzo
la región se desecaba, la vegetación mudaba o desaparecía, los montes amarillaban y tras la cosecha como ranchos y haciendas, experimentaron con el cultivo del maguey de aguamiel, que además de enfrentar con éxito la sequedad y los cambios bruscos de la temperatura, proporcionaba un líquido dulce que era usado para consumo humano, el cual podían fermentar en una bebida ligeramente embriagante que tenía gran demanda tanto en los reales mineros como en las grandes ciudades.

La incorporación y experimentación del maguey de aguamiel fue un éxito en la región; el saber pudo haber sido traído de las zonas vecinas del Mezquital y de la región agrícola entre Pachuca y Zempoala, y fue bien adaptada a un suelo de una antigua cuenca lacustre. Es posible que las sales y minerales de siglos hayan beneficiado la obtención de un líquido o savia más azucarada. Asimismo, el maguey dejaba de ser aprovechado en los montes para ser plantado en las llanuras. En un informe de 1791 se tenía la creencia de que la calidad del pulque no consistía tanto en los cuidados mínimos que se invertían en su cultivo sino más bien en el tipo de suelos (“tepetatosos”, arcillosos o de laderas con escurrimientos) en que se desarrollaba la planta del maguey; asimismo el clima requerido podía ser cálido o frío, pero siempre seco en la zona productora, puesto que si crecía en tierras húmedas, el aguamiel obtenido era de inferior calidad y era llamado “tlachique”. Así los pulques consumidos entonces se diferenciaban como los vinos, según la región de origen, siendo más estimados los del Mezquital y Zempoala, pero ascendiendo rápidamente los de Apan.

Para conocer más de esta historia, adquiere nuestro número 191 de septiembre de 2024, impreso o digital, disponible en la tienda virtual, donde también puedes suscribirte.