Educación indígena y conquista ¿Civilizar o someter?

Pablo Escalante Gonzalbo

En el mundo nahua existía la enseñanza escolar, la autoridad de los maestros, los ejercicios de memoria, el uso de imágenes en las lecciones o la disciplina. De manera que la educación que los frailes pretendían impartir a los indios tenía aspectos compatibles y cercanos a las costumbres antiguas.

 

Cuando los españoles llegaron al valle de México, hacía tiempo que los pueblos indígenas contaban con instituciones políticas y urbanas que estructuraban la sociedad y fortalecían el orden existente. Entre estas instituciones se encontraban las escuelas, especialmente bien descritas en las fuentes nahuas.

Había escuelas dedicadas a instruir a los jóvenes plebeyos de los barrios (los macehuales) para que pudieran cumplir adecuadamente con las obligaciones que el reino o tlatocáyotl imponía a las comunidades: recibían adiestramiento militar, aprendían a organizarse en cuadrillas para participar en las obras públicas y practicaban los bailes y cantos que tendrían que ejecutar en las grandes fiestas públicas del calendario religioso. Esta escuela recibía el nombre de telpochcalli, “casa de jóvenes”.

El plantel al cual se les trasladaba en la tarde para la enseñanza de la danza era la cuicacalli o “casa del canto”. Había muchas de estas escuelas en la ciudad, diseminadas por los barrios. También sabemos que había algunos lugares de recogimiento e instrucción religiosa para las mujeres, adjuntos a algunos templos, conocidos como ichpuchcalli, “casa de doncellas”.

A los jóvenes nobles, hijos de la clase gobernante, se les educaba en una institución llamada calmécac que, según Alonso de Molina, quiere decir “corredores largos”. La congregación de los jóvenes nobles en pasillos y vestíbulos los mantenía cerca de las reuniones en las que se tomaban las decisiones y se planeaban asuntos como la recaudación de tributos o las campañas militares. La proximidad de las bibliotecas palatinas facilitaba la enseñanza con códices; así los jóvenes nobles comprendían el vínculo entre la tradición oral y las secuencias pictográficas.

En algunas fuentes se describe a las escuelas nahuas como internados, aunque tenemos algunas dudas al respecto; no queda claro si todos los niños estaban sujetos al régimen de internamiento o sólo los nobles. En cualquier caso, la disciplina era estricta y madrugar era algo habitual; muchos desvelos y esfuerzos estaban ligados a la limpieza de los templos y la presentación de ofrendas, incluso a medianoche y en las frías cumbres de los montes aledaños.

Dicho lo anterior, podemos afirmar que no eran extraños para los indios, y en especial para los pueblos nahuas del valle de México, la enseñanza escolar, la autoridad de los maestros, los ejercicios de memoria o el uso de imágenes en las lecciones; tampoco la disciplina, ni siquiera el régimen de internado, los horarios exigentes, madrugar o ensayar las actividades propias del culto religioso.

De manera que la educación que los frailes pretendían impartir a los indios apenas dos años después de la conquista de Tenochtitlan, tenía aspectos compatibles y cercanos a las costumbres antiguas. Incluso el trato diferenciado de las clases sociales había ocurrido antes de la conquista y seguiría ocurriendo después.

En cuanto a los artesanos, vale la pena aclarar que tuvieron una instrucción especial que no correspondía con el formato de las escuelas de nobles y plebeyos: aprendían los oficios practicándolos, siguiendo a maestros expertos, dentro de sus barrios, en los que todos los miembros se dedicaban a las mismas tareas. Tal enseñanza artesanal especializada tuvo continuidad también en el proyecto de los frailes mendicantes.

 

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