En un mar de psicodelia hippie en donde destacaban The Doors, Jimi Hendrix y The Rolling Stones, el rock altamente instrumental de la Santana Blues Band era también música para bailar; jazz con ritmos latinos, blues y rock pesado que podían acelerar las pulsaciones de cualquiera.
Para un emigrante de diecinueve años, fregar las ollas y sartenes de la hamburguesería californiana que lo empleaba no podía ser nunca la única aspiración, y menos cuando contaba con un gran talento para tocar la guitarra, además de una herencia musical asimilada desde casa, en su natal Autlán de Navarro, Jalisco. Y es que su papá, diestro violinista de un mariachi, le inculcó el gusto y el arte de su instrumento, aunque Carlos Humberto prefirió colgarse a la guitarra desde los ocho años. Por ese tiempo su familia mudó a Tijuana, donde permaneció algunos años, para en 1961 desplazarse al Distrito Misión, el barrio mexicano de la ciudad de San Francisco, en Estados Unidos.
Carlos se encontró de golpe en la meca del movimiento hippie, al que se adhirió convencido de que ahí encontraría el cauce ideal para su desarrollo artístico. Entonces se acercó a las improvisaciones musicales que pululaban por aquellas calles, en las cuales también destacó por algunos años, además de sumar importantes contactos. A la vez, canalizaba lo mejor de sus influencias (Ritchie Valens, John Lee Hooker, James Brown, Miles Davis) para encontrarse con su estilo.
También conoció el Auditorio Fillmore, al que se colaba por una ventana para poder escuchar a los ídolos del momento. Alguna vez alguien lo sorprendió y, tomándolo por los hombros, lo llevó con el dueño, Bill Graham, quien se convertiría en parte impresicindible de su llegada a la industria del rock y su posterior despegue.
Entonces todo ocurrió de súbito. En 1966 el Fillmore organizó una sesión para estrellas y un amigo logró que Graham invitara a Carlos. “Muerto de miedo”, se vio tocando junto a miembros de Grateful Dead y Blues Image. La eufórica respuesta de la oleada hippie reunida en el recinto no se hizo esperar. Luego le pidieron un solo que terminó por explotar el ambiente. Posteriormente, Graham lo contactó, pues necesitaba a alguien que abriera los conciertos de The Loading Zone y The Who, aunque también le preguntó si contaba con una banda, a lo cual Carlos dijo que sí, si bien apenas se disponía a reunirla.
Con él como guitarra líder, la Santana Blues Band reunió un crisol de personalidades de diferentes orígenes y talentos musicales, entre los que también destacaron el cantante y tecladista Gregg Rolie (luego fundador de Journey) y los percusionistas Michael Carabello y Chepito Areas. El ascenso empezaría en 1967, tras su participación en el primer “Verano del Amor”, como parte del Monterey International Pop Music Festival, y siendo teloneros de The Who. Entonces, comenzaron a sonar en la radio.
En un mar de psicodelia hippie en donde destacaban The Doors, Jimi Hendrix –a quien Carlos calificó como “el Da Vinci” de la guitarra eléctrica– y The Rolling Stones, el rock altamente instrumental de la Santana Blues Band era también música para bailar; jazz con ritmos latinos, blues y rock pesado que podían acelerar las pulsaciones de cualquiera. Por su parte, Carlos se perdía en las armonías, enfrascado la mayoría de las veces en un vertiginoso solo que parecía eterno y que se convertiría en el sello de su música a partir de entonces.
Sin duda, había llegado a San Francisco para seguir siendo latino y, además, aún faltaba el momento cumbre de sus inicios: su exitosa participación en el Festival de Woodstock de 1969. (Continuará…)
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Carlos Santana