El polémico caso Rosenberg

Y la paranoia anticomunista durante la Guerra Fría

Gerardo Díaz

El juicio de los Rosenberg causa incertidumbre hasta nuestros días. Su acusación partió de filtraciones del centro de investigación nuclear de Los Álamos, Nuevo México. Pero no fue con una captura infraganti o con evidencia clara sobre su culpabilidad.

 

A principios de 1953 Ian Fleming dio a conocer al mundo a uno de los personajes más emblemáticos del Reino Unido: el Agente 007, también conocido como James Bond. Aprovechando el contexto de la Guerra Fría, Fleming imaginó el mundo del contraespionaje donde las potencias occidentales tienen que defenderse del enemigo ruso que está siempre al acecho y tentando a sus eslabones más débiles con el fin de terminar imponiendo su autoritario modo de vida en todo el orbe.

Los números hablan por sí mismos. Un público fantasioso, lleno de incertidumbre e incluso nervioso con respecto a lo que podía estar sucediendo en ese mismo instante entre el bloque comunista y el capitalista, agotó muy pronto los estantes. Hasta en Estados Unidos, donde la percepción de los aliados se trataba más bien como un séquito de asistentes, Bond fue adoptado como un superhéroe.

Como en muchos otros casos, la realidad estaba superando a la ficción. Los servicios de defensa de las potencias se las arreglaban para mantener como máximo secreto sus adelantos técnicos. En América, ser nombrado comunista no era sinónimo de una afiliación diferente con respecto a la forma de hacer política, sino de un potencial saboteador. Por otro lado, nadie se encontraba a salvo de la mano de acero de Stalin si este te colocaba en su lista negra. Un ejemplo de ello fue el atentado contra León Trotsky en México y su posterior asesinato en 1940. Las prisiones de varios países albergaban en sus celdas a más de un aspirante a Bond.

Es en esa circunstancia que la sociedad estadounidense asimilaba lo que sucedía con el matrimonio Rosenberg. Una pareja acusada de espionaje que desde 1950 se encontraba detenida. Para muchas personas, Julius Rosenberg y su esposa Ethel Greenglass eran víctimas de una persecución desenfrenada por parte del senador Joseph Raymond McCarthy; para otros, estos eran simplemente traidores encargados de develar a la URSS el arma que terminó con la Segunda Guerra Mundial: la bomba atómica.

El juicio de los Rosenberg causa incertidumbre hasta nuestros días. Su acusación partió de filtraciones del centro de investigación nuclear de Los Álamos, Nuevo México. Pero no fue con una captura infraganti o con evidencia clara sobre su culpabilidad. Su participación fue dictaminada por testimonios de personajes como el sargento David Greenglass, cuñado de Julius, quien tenía acceso a las instalaciones de investigación. Presionado por los servicios de inteligencia, David confesó haber compartido secretos a través del matrimonio Rosenberg.

El Gran Jurado Federal fue designado para examinar este proceso en marzo de 1951. Ante este, David Greenglass y su esposa Ruth juraron haber proporcionado un boceto y una descripción teórica de la bomba en septiembre de 1945, y que las notas fueron mecanografiadas por Ethel. De una forma sencilla, esta pareja recibió una sentencia favorable: quince años para él y total libertad para ella. Mientras, el peso de la felonía caía en un matrimonio que ni siquiera tuvo acceso por su cuenta a los datos que se les acusaba compartir.

De igual manera se implicó a otro personaje de nombre Harry Gold, un espía que tenía meses transmitiendo información del científico atómico Klaus Fuchs a la Unión Soviética, así como de Morton Sobell, un ingeniero militar relacionado con los contratos del gobierno estadounidense con la industria privada, con empresas como General Electric. El primero reconoció el trato con David Greenglass, nunca directamente con Rosenberg, mientras que el segundo admitió que junto con Julius compartió durante el transcurso de la guerra información a los rusos, pero nunca de carácter nuclear y con el objetivo de derrotar a los nazis, con el alegato circunstancial de que Estados Unidos y la URSS eran aliados de una guerra en ese momento.

Se comprobó que los datos más valiosos de espionaje fueron dados por Fuchs, quien como científico sabía lo que compartía. Sin embargo, fue condenado a solo catorce años, mientras que Sobell pasaría encarcelado tres décadas. Por su parte, un escarnio ejemplar sería impuesto al matrimonio Rosenberg, finalmente condenado a la pena de muerte. Eran castigos asombrosamente desiguales. El juez Irving R. Kaufman justificó la sentencia de la pareja con respecto a las presuntas muertes que resultarían por revelar este secreto.

Con la apertura de archivos estadounidenses y soviéticos en décadas posteriores, se ha detectado que la KGB desestimó a Julius como fuente de información después de 1945. También que las aportaciones hechas antes contenían, como lo indicó Sobell, información totalmente alejada de lo nuclear. Por lo tanto, lo realizado a los Rosenberg fue una simple demostración pública de lo peligroso que podía ser tener un partidario comunista en tu barrio y de lo hipócritas que podrían llegar a ser estos rojos camuflados para cumplir con sus objetivos.

De 1951 a 1953 su abogado presentó múltiples apelaciones, pero la indiferencia hizo que la mayoría de la población aceptara la sentencia creyendo firmemente en la imparcialidad de la justicia, mientras que los más patrióticos pedían sus cabezas como si de una cacería se tratara. También hubo valientes estadounidenses –porque se les podía tachar de comunistas– que salieron a las calles manifestando su apoyo a la pareja.

En última instancia quedaba la Casa Blanca. Pero los dos habitantes que coincidieron en el lapso del juicio, Harry S. Truman y Dwight Eisenhower, no solo negaron el indulto, sino que estaban convencidos de la total culpabilidad del matrimonio. Por su parte, Ethel pedía clemencia indicando: “No somos mártires ni héroes, ni aspiramos a serlo. No queremos morir”. Pero la declaración final de Eisenhower fue lapidaria:

“Estoy convencido de que […] los Rosenberg han recibido los beneficios de todas las salvaguardas que la justicia estadounidense puede brindar. No tengo ninguna duda de que su juicio original y la larga serie de apelaciones constituyen la medida más completa de justicia y el debido proceso legal. A lo largo de las innumerables complicaciones y tecnicismos de este caso, ningún juez ha expresado jamás duda alguna de que cometieron los actos de espionajemás graves.

“Por consiguiente, solo las circunstancias más extraordinarias justificarían la intervención del Ejecutivo en el caso. No soy ajeno al hecho de que este caso ha despertado una gran preocupación tanto aquí como en el extranjero […].

“A este respecto, solo puedo decir que, al aumentar inconmensurablemente las posibilidades de una guerra atómica, los Rosenberg pueden haber condenado a muerte a decenas de millones de personas inocentes en todo el mundo. La ejecución de dos seres humanos es un asunto grave. Pero aún más grave es la idea de millones de muertos, cuya muerte puede atribuirse directamente a lo que han hecho estos espías.

“Cuando los enemigos de la democracia han sido juzgados culpables de un crimen tan horrible como [por] el que fueron condenados los Rosenberg; cuando los procesos legales de la democracia han concentrado su fuerza máxima para proteger la vida de los espías condenados; cuando en su juicio más solemne los tribunales de los Estados Unidos los ha declarado culpables y la sentencia es justa. No intervendré en este asunto.”

El final de esta historia no contó con ningún invento genial que los salvara de último minuto, ni infiltrados que los ayudaran a escapar de la muerte por un túnel secreto de la prisión. A las veinte horas del 19 de junio de 1953, Julius Rosenberg fue ejecutado en la silla eléctrica y diez minutos más tarde murió Ethel.

Llevar esta historia a una lucha entre buenos y malos es muy sencillo en novelas. La realidad es que el mundo de los espías no es un exótico claroscuro y hace 68 años ejecutaron a los Rosenberg por odio y fantasía, no por un verdadero crimen. El caso se ha simulado con los estándares actuales de los juzgados estadounidenses y en ninguno la sentencia los ha encontrado culpables.

Pero una supuesta amenaza del exterior fue el pretexto de muchos países para realizar cosas indebidas en nombre de la legalidad y la democracia. México no fue la excepción y en las décadas posteriores la paranoia del espionaje, de los infiltrados de la CIA, la KGB y demás agencias causaron más decesos reales que las hipotéticas que condenaron a muerte a los Rosenberg.

 

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