Se trata de ¡Que viva México!, documental fílmico del director ruso Serguéi M. Eisenstein. Una obra que, por su temática y con el transcurrir del tiempo, se convertiría en una pieza clásica del cine nacional; y sus propuestas, en estereotipos mexicanos.
Ya he dicho en otros lados que la fiesta de los toros no solo implica la relación de toro y torero. El concepto es más amplio. Me atrevo a señalar que todas las actividades con las que se relaciona el toreo han ido de la mano con el desarrollo y evolución del hombre en la sociedad, incluyendo expresiones artísticas y medios como la radio, televisión, fotografía, pintura, escultura, música, arquitectura y cine, por mencionar algunas.
Y, justamente, es el tema y ejemplo del siguiente ensayo, en el que abordaré un pasaje significativo en la historia de México: la estrecha relación entre la fiesta taurina y la cinematografía. Se trata de ¡Que viva México!, documental fílmico del director ruso Serguéi M. Eisenstein. Una obra que, por su temática y con el transcurrir del tiempo, se convertiría en una pieza clásica del cine nacional; y sus propuestas, en estereotipos mexicanos. Uno de los más importantes investigadores del cine de nuestro país, Aurelio de los Reyes, considera que “han corrido ríos de tinta sobre la película inconclusa de Serguéi Eisenstein ¡Que viva México!, y seguirán corriendo, no cabe duda”.
Los orígenes de la seducción
Por diferentes razones, Eisenstein acrecentó su pasión por nuestro país durante casi todos los años veinte del siglo pasado. A través de imágenes, publicaciones y relaciones personales con el folclor nacional, su idea del mexicanismo casi se convirtió en una obsesión para él, quien en alguna ocasión señaló que “de muy joven había tenido su primer acercamiento ‘indirecto’ con México cuando colaboró como escenógrafo para el montaje de la obra El mexicano, de Jack London”, según anotó De los Reyes.
Todo ello, aunado y facilitado por las relaciones tersas entre México y la URSS, garantizadas por la política nacional de no intervención durante la Primera Guerra Mundial, con las reservas del caso y dadas las semejanzas “en la búsqueda de la utopía de un gobierno más justo”, como expone De los Reyes. Además recrea una cita del historiador moldavo Naum Kleiman –especialista en la obra del soviético–, en la que se puede encontrar la explicación fundamental de Eisenstein sobre México: “el cosmopolitismo pragmático y estilístico de inicios del siglo [...] y al internacionalismo político y estético de la izquierda, propio de los años veinte, que suscitaron en el inicio del artista una gran apertura a las diversas culturas: las percibió como parte orgánica de una única multiforme cultura mundial”.
Sin embargo, Eisenstein quedó prendado verdaderamente de México desde que vio imágenes de la celebración de Día de Muertos, las cuales conocería a través de algunas revistas durante un viaje a Alemania. Ello se le quedó clavado como una espina; dicho en sus propias palabras, “como una enfermedad incurable, el irrefrenable deseo de ver todo eso en la realidad. Y no solo eso. Sino todo ese país que puede divertirse de manera semejante. ¡México!”, refiere De los Reyes.
En 1927, el artista mexicano Diego Rivera viajó a Moscú invitado por Vladimir Maiakovsky. Estaría en la celebración del décimo aniversario de la Revolución soviética. “El poeta y líder de la intelectualidad soviética” había estado en México en 1925 y escribió un libro sobre sus experiencias, las que de igual modo compartió con el cineasta. Maiakovsky presentó a Rivera con Eisenstein y “ello sirvió para que comenzara su amistad con el pintor, quien le contó vivas historias sobre México y le mostró fotografías de sus murales”.
Eisenstein llega a México
Hacia 1930, el cineasta viajó a Estados Unidos y su interés por nuestro país creció desmedidamente, sobre todo a partir de que conoció algunos pasajes más del México tradicional a través de las fotografías de Tina Modotti y Edward Weston publicadas en la revista Mexican Folkways, las cuales, algunas de ellas, también habían sido exhibidas en el libro Idols Behind Altars, de Anita Brenner.
Se puede decir que fue ahí donde cuajó por completo su idea de viajar y hacer un filme sobre la nación nuestra. Además de ello, enriquecido después de una plática con Diego Rivera en San Francisco, California, sobre la posibilidad de llevar a cabo una película a partir de las descripciones e imágenes del libro Life in Mexico, de la marquesa Calderón de la Barca.
Después de un largo peregrinar, por fin, el 7 de diciembre de 1931, Eisenstein llegó a Ciudad de México y tuvo la oportunidad de realizar sus primeros “tiros” fílmicos durante la celebración del día de la Virgen en la Basílica de Guadalupe. Su periplo se logró apenas, pero por lo menos filmó, como anota De los Reyes, “cuatro de los temas que desarrollaría después, relacionados con la política y el folclore popular: el Día de Muertos, la Villa de Guadalupe, el tema de la hacienda pulquera y el título de la película”. Este último confeccionado con paisajes de todo aquel material que iba realizando y que no necesariamente encajaba con los anteriores tópicos.
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Carlos Silva. Doctor en Historia por la UNAM. Ha sido coordinador de Gestión Cultural de la Subdirección General de Patrimonio Artístico del INBAL, director de la colección “20/10: Memoria de las revoluciones en México” y colaborador en los diarios Reforma y Milenio, entre otros medios. Entre sus publicaciones están El diario de Fernando, las biografías de Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles y Gonzalo N. Santos, 101 preguntas de historia de México y La Independencia de México.
¡Que viva México… y la tauromaquia!