Abordar el tema de las mujeres blancas raptadas (léase cautivas) por los indios en el norte de México resulta complicado porque muchos de nosotros hemos ignorado u olvidado que los pueblos indígenas apaches y comanches formaron parte del territorio nacional hasta la década de 1880.
El rapto de mujeres y niños fue una constante a lo largo del periodo colonial y decimonónico en casi todos los territorios americanos.
En el siglo XIX, las mujeres cautivas representaban un valor mayúsculo para los indígenas norteños, pues además de prestar su mano de obra o ser cambiadas en trueques, podían ser esposas o madres.
El famoso caso, por lo que tiene de real, de ficticio o novelado, es el de Lola Casanova y Coyote Iguana, en el estado de Sonora. Ella era una mujer blanca —equivalente en esa época a una fémina no mestiza ni india— que fue capturada a mediados del siglo XIX por ese líder indígena seri, quien incluso la poseyó y la hizo procrear un hijo al que luego —según el investigador Sergio Córdova Casas—, cuando la rescataron los sonorenses que se decían blancos, dejó en manos de los indios debido a la vergüenza que le provocaba el que fuera mestizo.
Los pueblos apaches y comanches formaron parte del país hasta la década de 1880. Desde la época colonial, en la frontera norte, esas tribus se mantenían en constante lucha, defendían su territorio, atacaban asentamientos y a otros habitantes de la región.
Esta publicación es un fragmento del artículo “Las cautivas de los apaches” de la autora Martha Delfín Guillaumin y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 72.