Los ojos de la extranjería son otros. Modifican geografías, realidades y hasta tiempos, muchas veces a causa de la imaginación, las ideas preconcebidas, la ilusión, los prejuicios, el falso orgullo o los sueños con los que siempre carga un viajero. Para este todo es diferente: plantas, frutos, cielos, lengua, animales y ciudades. La belleza de los lugares que visitan, sus dinámicas, alimentos, trazas, habitantes, fronteras, siempre ha provocado asombro e incomprensión en los extranjeros y muchos de ellos se han esforzado por describir lo que una urbe diferente a la suya les provocó o cómo los conmocionó. A continuación, dos reconocidos escritores que narraron su azoro ante algunas ciudades mexicanas.
Calvino, Uahàca y los sabores
“—¿Sentiste ese sabor? ¿Lo sentiste? —me decía [Olivia] con una especie de ansia, como si en ese preciso momento nuestros dientes incisivos trituraran un bocado de composición idéntica, como si los receptores de mi lengua y de la suya captaran la misma pizca de sabor—. —¿Y el xilantro? ¿No sientes el xilantro? —Insistía, nombrando una hierba nativa que aún no habíamos identificado del todo (¿sería un tipo de eneldo?) y de la que bastaba una brizna en la boca para que se extendiera a la nariz una sensación dulce y picante, una especie de euforia inmaterial”.
Este fragmento corresponde al relato “Bajo el sol jaguar”, incluido en el libro del mismo nombre que el gran Italo Calvino escribió poco antes de morir. Nacido en Santiago de las Vagas, Cuba, en 1923 y muerto en Siena, Italia, en 1985, es autor de libros como Las ciudades invisibles o El barón rampante. La idea de Calvino era incluir en la obra mencionada cinco cuentos, cada uno dedicado a un sentido y que cada historia se desarrollara en un lugar distinto del mundo. Solo alcanzó a escribir tres relatos. “Bajo el sol jaguar” está dedicado al sentido del gusto y a México, particularmente a Oaxaca. “Oaxaca se pronuncia en italiano Uahàca”, dice Calvino en la primera línea de su cuento.
El texto narra la experiencia de una pareja (ella, llamada Olivia; de él no menciona el nombre) que ha llegado a Oaxaca. Se hospedan en lo que fuera el convento de Santa Catalina de Siena y que ahora es un hotel, en el centro de la capital oaxaqueña. Al narrador le llama la atención un cuadro de estilo colonial que cuelga en el bar del hotel. Se trata de una joven monja y un viejo sacerdote, “juntos y de pie, ambos con las manos ligeramente separadas del cuerpo, casi tocándose. […] La pintura lograba transmitir una sensación perturbadora: como un espasmo de sufrimiento reprimido”.
Calvino utiliza esta imagen para ensayar sobre el placer, el amor carnal, la “relación con la comida”, el gusto y “los veniales caprichos de la gula”, tan propios de la gastronomía monástica: “Las monjas solo se afanaban en inventar y preparar, comparar y corregir las recetas que daban expresión a sus fantasías enclaustradas: fantasías de mujeres sofisticadas y brillantes, introvertidas y complejas, mujeres con hambre de lo absoluto y con lecturas que hablaban del éxtasis y la transfiguración, el martirio y el suplicio, mujeres con reclamos contradictorios en la sangre, genealogías donde se mezclaban los descendientes de los conquistadores y los descendientes de las princesas o esclavas indígenas”.
Para Calvino, sabor y saber tienen mucho que ver y en el relato está presente esa suerte de indagación y hambre de conocimiento que el protagonista y Olivia se esfuerzan por alimentar a cada paso y a cada bocado. Visitarán Monte Albán, donde “crecen agaves para el mezcal y el tequila, los nopales, los espinados órganos, las jacarandas de flores azules”. Comen chiles en nogada, guacamole “con crujientes tortillas, que se parten en trozos y se hunden como cucharas en la espesa crema del aguacate, el fruto nacional difundido en todo el mundo con el nombre deforme de avocado”. Beben café “bajo los pórticos del zócalo –la plaza cuadrada que es el corazón de toda vieja ciudad colonial– frente al bien podado verdor de los árboles de poca altura que llaman ‘almendros’”.
Finalmente, luego de que los protagonistas escuchan sobre el rito de los sacrificios humanos en sus incursiones en Monte Albán y Palenque, Calvino juega con el concepto del “canibalismo universal que sella con la mirada toda relación amorosa y anula los límites entre el cuerpo y la sopa de frijoles, el huachinango a la veracruzana, las enchiladas…”.
Cortázar: extrañas avenidas de México
“Absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas”. Así concluye el onírico cuento “La noche boca arriba” de Julio Cortázar, que sucede en un lugar que se asemeja a Ciudad de México: “El sol se filtraba entre los altos edificios del centro y él montó en la máquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas y un viento fresco le chicoteaba los pantalones. […] Ahora entraba en la parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga bordeada de árboles, con poco tráfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras”.
Este relato, contenido en el libro Final del juego, describe una Ciudad de México de mediados de la década de los cincuenta que Cortázar no conoció en persona, pues el autor de Rayuela y de Historias de cronopios y de famas vino al país por primera vez hasta 1975, aunque posteriormente pisó nuestro territorio en repetidas ocasiones.
Según el escritor Ricardo Bada, Cortázar menciona en toda su obra 553 veces a México o a los mexicanos. Pero dicho relato, junto a “Bruja” y “Axolotl”, quizá sean los más notables en cuanto a la alusión del argentino a nuestro país. En “La noche boca arriba” aparece la vanguardia, las calzadas con olor a “pantano”, la modernidad de los semáforos, el caos y los accidentes viales. De hecho, el protagonista sufre un percance al evitar atropellar a una transeúnte. Él es llevado, entre la somnolencia y el desmayo que sucede al accidente, en ambulancia a una clínica. Y ahí comienza el sueño: imagina que los aztecas lo persiguen para cazarlo en esta selva de concreto.
Sin duda, a través de su literatura, Calvino y Cortázar nos ofrecen dos miradas peculiares y desde fuera para observar a México con ojos muy distintos a los que estamos habituados.