Un negocio nacido en 1928 que fue rebasado por la era digital.
Supongamos que vivimos en Ciudad de México en la época virreinal. Hablamos de ir el fin de semana al pueblo de Coyoacán, o incluso a uno más alejado como Tlalpan. El centro de la urbe puede identificarse plenamente con algunas de sus calles, las principales casonas y hasta con señas sobre la morada de algún vecino destacado. Los principales caminos externos son salidas bien conocidas por los cuatro puntos cardinales, que básicamente llevan a los puertos de Veracruz y Acapulco, así como a las ciudades que quedan a su paso, al igual que los principales asentamientos urbanos contiguos al centro del país.
Pasan los años y si bien hay un crecimiento de la capital, esta todavía nos orienta con su retícula principal, con las iglesias que destacan en todo lo alto y los tradicionales paseos que conglomeran a la población. “¿Sabe dónde está la casa del funcionario Chacón?”, “Derechito, no hay pierde”. “¿La casa del doctor tal?”, “¡Pues junto a la del abogado Lerdo, faltaba más!”.
Se tienen mapas de Ciudad de México prácticamente desde su creación. Sin embargo, durante el Virreinato nada hay de novedad para su uso práctico entre los habitantes. Se aprecia su limitado crecimiento y ni con la independencia se modifica en gran medida esta situación. Las generaciones cambian, pero el corazón urbano no.
Es hasta el Porfiriato cuando se inicia una expansión liderada por una nueva clase política y económica que predominará gracias al presidente Díaz. Se trazan nuevas calles, se crean colonias, se crece casa tras casa con modernos serviciosincluidos. De pronto la ciudad se torna insólitamente irreconocible.
Terminado el movimiento armado revolucionario, al iniciar la década de 1920 el poder se consolida en la capital de la República. Llegan nuevos actores políticos provenientes de otros estados con conceptos nuevos de urbanización, se exige la creación de escuelas, hospitales, más viviendas. De a poco, las localidades de la periferia como San Ángel o Tacubaya se vuelven parte de la ciudad. El automóvil cambia la manera en que se transportan los ciudadanos. Las distancias se hacen pequeñas. La tradicional manera de indagar sobre una dirección también va perdiendo el sentido. Ya pocos conocen la casa de los duques que ya no son nobles, la bonita referencia de la casona blanca que a todos lados conducía y mucho de los nuevos hombres en el poder ya no viven en el centro.
Nace Guía Roji
Fue en 1928 cuando un amante de la ciudad como Joaquín Palacios Roji Lara creó un producto práctico y necesario para cualquier visitante o habitante de la capital: el recorrido de la ciudad misma en la palma de la mano; una guía basada en su experiencia por las calles y el transporte público; una obra cartográfica de bolsillo con un trazado comprensible para el usuario.
Nacida prácticamente como pasatiempo, el autor supo que había encontrado una nueva profesión cuando las ganancias fueron tales que dejó su modesto negocio original como sastre para continuar perfeccionando los mapas de su Guía Roji, nombre utilizado tanto por el color de la edición, como por su apellido: “la Rojita”, le dirían al cuadernillo.
Poder recorrer toda la urbe como un niño que se aprende las calles de la manzana donde vive fue todo un éxito. No solo era un mapa. Eran instrucciones para facilitar el reconocimiento de la metrópoli y ahorrar tiempo a las personas, permitiendo llegar a alguna cita laboral, visitar al pariente en la capital o incluso otorgar el placer de encontrar atajos para la vida cotidiana. Con el paso del tiempo, los usuarios hasta tachaban en la guía un restaurante que les llamaba la atención o alguna visita a una buena cantina digna de repetir.
Pero si el origen fue simple, continuarlo no tanto. La familia Palacios Roji tuvo que dejar de caminar en algún momento y adaptarse a las nuevas tecnologías. Con todo, seguía siendo un arte y, en la segunda mitad del siglo XX, su principal apoyo para el trazado fueron las aerofotos, las cuales tenían que ser perfectamente recortadas e interpretadas de acuerdo con el clima, hora y dirección en que fueron tomadas. Por ejemplo, una sombra bien acomodada podría confundirse con una nueva calle; una densa y gran nube prolongar un parque; la penumbra de un alto edificio podría ocultar un callejón por todos conocido y, con ello, darlo por extinto.
La era satelital
Ya en el nuevo siglo, el apoyo fueron las fotografías satelitales, que evidentemente fueron proveídas por terceros. Esto comenzó a minar lo artístico del trabajo original. Si bien los recorridos a pie siguieron haciéndose para verificar calles o corregir errores, la guía de pronto perdió aventura. Sí, era impresionante observar los cambios de la ciudad, pero el público estaba interesado en lo práctico, no en la evolución misma de la mancha urbana.
Concebido originalmente por el departamento de Defensa de Estados Unidos para uso estratégico, en 1995 el llamado Sistema de Posicionamiento Global, conocido por sus siglas en inglés como GPS, se oficializó para su uso civil. El mundo estaba al tanto de sus ventajas, pero hasta entonces privado de su servicio. De la noche a la mañana, se estableció una constelación de satélites al servicio de receptores adquiribles capaces de determinar en tiempo real nuestra posición con margen de error de pocos metros.
En México, pasaron algunos años para que comenzaran a aparecer estos pequeños aparatos que, una vez instalados en los coches, indicaban la dirección a seguir para llegar al destino. La acogida también fue lenta, pues ¿cómo superarían a la Guía Roji de siempre? ¿Qué pasaría si se caía la red o se agotaba la batería? Sin embargo, al bajar los precios y convertirse en prácticamente un sistema global, los mexicanos le dieron una oportunidad.
El final de una historia
Empresas de todos los continentes comenzaron a vender sus GPS. Muchos automóviles los incorporaron a sus flamantes consolas de navegación y con el auge tecnológico de los teléfonos inteligentes, su uso se hizo prácticamente cotidiano. En la actualidad es muy difícil encontrar a alguien que pregunte por una dirección. Menos a un transeúnte con su Guía Roji en la mano. Tampoco hay una calle en México que lleve el nombre de esta brújula de papel, o de su creador, que por décadas hizo mucho más fácil recorrer las vías, avenidas y carreteras de un país tan grande como el nuestro.
El negocio casi centenario de los Palacios Roji no pudo competir con monstruos de la informática como Google o la generación de programadores que inventaron otro tipo de arte para transitar una capital como la mexicana mediante aplicaciones como Waze, usadas por muchos, más que para disfrutar de la ciudad como lo hizo don Joaquín, para escapar de ella. Y es que una cosa es verdad: el trazado y tamaño de esta urbe se nos fue de las manos; y si no, habrá que consultar la Guía Roji de 1928, que ahora ya es parte de nuestra historia.
El artículo “La muerte de la Guía Roji” del autor Gerardo Díaz Flores se publicó en Relatos e Historias en México número 119. Cómprala aquí.