En noviembre de 1833 llegó a Monterrey José Eleuterio González, un médico jalisciense que apenas pasaba los veinte años edad y ya había tenido prácticas de cirugía en San Luis Potosí. En esta ciudad le tocó enfrentar la última etapa de la terrible epidemia de cólera que entró por la frontera norte del país y pronto se había extendido por el territorio nacional para asolar a miles de mexicanos.
Pocos meses después, el joven José quedó a cargo del Hospital de Nuestra Señora del Rosario, en la capital de Nuevo León. Luego conoció a Carmen Arredondo, con quien se casaría en 1836. Al lado de esta bella mujer solo duraría seis años, pues en 1842 lo abandonó para irse con el general Mariano Arista, aunque al parecer desde un año antes habían acabado con su relación.
Preocupado por la educación y la salud de la gente, González abrió cátedras y cursos de medicina, aparte de impulsar la fundación de instituciones cuyo legado llega hasta nuestros días, como el Colegio Civil, la Escuela de Medicina y el Hospital Civil, que nacieron con el objetivo de acercar este tipo de servicios a la mayor cantidad de personas posible.
Atendía por igual a ricos que a pobres y se hizo célebre la frase con que siempre recibía a los enfermos: “¿Qué te pasa, criatura?”. Su actitud humanista y abnegación en beneficio de sus pacientes y de la sociedad nuevoleonesa le hicieron merecedor del respeto y cariño de los pobladores, quienes lo comenzaron a llamar Gonzalitos.
En 1864, durante la invasión francesa, atendió el parto de doña Margarita Maza, esposa del presidente Benito Juárez. También fue diputado y llegó a ser gobernador de Nuevo León, aparte de publicar tratados de medicina –entre los que destacan sus Lecciones orales de moral médica (1878)–, estudios técnicos y científicos, así como obras históricas sobre la entidad donde pasó la mayor parte de su vida.
En gratitud por su labor en beneficio de la sociedad nuevoleonesa, en 1867 fue nombrado Benemérito de la entidad, en atención a su papel en favor del progreso de las ciencias, las mejoras materiales del estado, la educación de la juventud, la fundación de instituciones de salud y, sobre todo, por su “asistencia filantrópica y desinteresada que imparte a cuantos le ocupan en su profesión […] con particularidad a los pobres y desvalidos”.
Aquejado en los últimos años de su vida por una ceguera provocada por cataratas, no dejaba de recibir homenajes y muestras de cariño. Hasta que el 4 de abril de 1888 la capital de Nuevo León se puso de luto: Gonzalitos había muerto. Cientos de personas acudieron a su sepelio para darle el último adiós a aquel hombre que representó “un consuelo para la humanidad doliente” –como escribiera Guillermo Prieto– y que dejó consignado en su testamento: “Todo Monterrey sabe que yo nunca he cobrado nada, que todo lo que tengo ha sido por regalos y donaciones que me han hecho” y, en una postrera obra benefactora, estipuló que su patrimonio fuera vendido para destinar esos recursos al Hospital Civil y a la Escuela de Medicina. Así se iba de este mundo José Eleuterio González.
Si quieres saber más sobre Gonzalitos, busca el artículo completo “El affaire de Mariano Arista y Carmen Arredondo”, del autor Edwin Alcántara que se publicó en Relatos e Historias en México número 118. Cómprala aquí.