Ya libres de conservadores e invasores franceses, en el México del último tercio del siglo XIX emergió una generación de críticos que denunció ante la sociedad los errores de los nuevos gobiernos y sus colaboradores. A través de sus caricaturas, Alamilla satirizó los vicios políticos tanto de Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada como de Porfirio Díaz.
Durante la década de 1860, México fue testigo del surgimiento de una generación de caricaturistas talentosos como Constantino Escalante, Santiago Hernández o José María Villasana, quienes afilaron sus lápices y cargaron sus armas de fuego contra la invasión francesa y el imperio de Maximiliano (1862-1867). Tras el triunfo liberal, con la República restaurada, nuevos dibujantes se incorporaron a las lides políticas y Jesús Alamilla fue el más destacado de un grupo que incluyó a Manuel Blanco Limón, Juan B. León, Manuel Moctezuma e Ignacio Tenorio Suárez.
A diferencia de sus antecesores, las trayectorias de estos jóvenes fueron cortas: algunos murieron a temprana edad, en un contexto en que la situación de prensa comenzó a ser inestable, tanto en su publicación como en su circulación, así como por el corto tiempo de vida de varios periódicos. Sin embargo, sus trabajos son de una notable calidad artística y política; además, ya no dirigían sus dardos contra los conservadores, sino contra los excesos del nuevo gobierno liberal.
Alamilla murió a los 34 años, en 1881, y tres años después el poeta cubano José Martí lo recordaba como “un gran artista, indio, de ojos pequeños, desgarbado, feo, el pobre Alamilla, un genio muerto”, de acuerdo con el historiador Luis Argüelles Espinosa en su libro Martí y México: historia y cultura (México, UNAM, 1998).
Los inicios y la crítica a Benito Juárez
Alamilla nació en Ciudad de México el 13 de abril de 1847 y fue hijo de Nicolás Alamilla y Juliana Cortés. No se sabe si cursó estudios en la Academia de San Carlos, pero sí que, dado su talento para el dibujo y la escultura, se preparó junto a los caricaturistas y litógrafos más importantes, como su maestro en el arte José María Villasana.
A los veintidós años, colaboró en Fra-Diávolo, un bisemanario que publicó veintiún números entre marzo y mayo de 1869, cuyo editor fue Hilarión Frías y Soto. En sus páginas, el caricaturista cuestionaba algunas disposiciones del gobierno de Benito Juárez, como el mal manejo de los recursos públicos, así como a los congresistas por su incompetencia.
Al igual que Villasana, con quien tenía una estrecha relación dada su afinidad de ideas políticas en favor del grupo liberal porfirista, colaboró en La Linterna Mágica hacia 1870, editada por el escritor José Tomás de Cuéllar del grupo Bohemia Literaria, conformado por literatos y combativos liberales de renombre como Ignacio Ramírez el Nigromante, Ignacio Manuel Altamirano, Guillermo Prieto, entre otros. Ahí también trabajó el maestro Alejandro Casarín en la realización de las ilustraciones.
Alamilla adquirió experiencia y popularidad en 1871 en El Padre Cobos, una publicación liberal abiertamente porfirista, inaugurada en 1869 por Ireneo Paz (abuelo de Octavio, nuestro célebre nobel de Literatura). Aunque las caricaturas no aparecen firmadas, el investigador Rafael Barajas atribuye a Alamilla algunas de las que satirizan la contienda electoral presidencial entre Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada y Porfirio Díaz.
Allí, don Benito es frecuentemente representado de una forma grotesca y en tamaño colosal. El caricaturista también lo criticó por los malos resultados en materia económica, pero sobre todo por su insistencia de permanecer en el poder político. Tras el triunfo juarista en las elecciones de 1871, El Padre Cobos dejó de publicarse en septiembre de manera temporal, pero el potencial artístico de Alamilla comenzaba a causar admiración entre la sociedad.
La crítica a Sebastián Lerdo de Tejada
Tras el fallecimiento del presidente Juárez en julio de 1872, Lerdo de Tejada, por ser presidente de la Suprema Corte, fue designado presidente interino. Entonces Alamilla se convirtió en uno de sus más férreos opositores. Lo representaba como un individuo enclenque, de rostro grotesco, ojos grandes y saltones y una gran nariz aguileña; en varias ilustraciones, lo hace sonreír maquiavélicamente, cual villano despótico. Lo dibuja con su traje de levita y la corona como símbolo del poder unipersonal y autoritario.
Se desconocen los motivos por los que Alamilla colaboró por tres meses, en 1872, para el bisemanario Juan Diego, una publicación abiertamente lerdista. Aunque en esas páginas no atacó al presidente, no cesó en sus críticas a los ministros del gabinete, cuya incompetencia –consideraba el caricaturista– hacía un gran daño a la nación. Asimismo, manifestó su rechazo a la ley de amnistía aplicada a los porfiristas involucrados en la revuelta de la Noria (1871) contra la reelección de Juárez, así como a la inequidad en las elecciones presidenciales extraordinarias de octubre de 1872, luego de la muerte del mandatario, en las que se anticipaba el triunfo de Lerdo. El artista renunció al Juan Diego bien pronto.
Luego Alamilla cobró enorme fama gracias a su trabajo en dos periódicos liberales: La Orquesta, el más longevo e importante de la época –donde sustituyó a su maestro Villasana–, y El Padre Cobos, en el que fue el principal caricaturista hasta julio de 1876. En La Orquesta publicó alrededor de sesenta cartones entre noviembre de 1873 y mayo de 1874. Veía al gobierno de Lerdo como un circo que conducía al país a la ruina y pronosticó su desprestigio por la subordinación de sus ministros y de buena parte de la clase política a sus designios, así como por los continuos autoelogios y por el gasto del erario en cuestiones mundanas personales. No le perdonó la amnistía otorgada al general Antonio López de Santa Anna en 1874, ni su incapacidad para combatir a los grupos delictivos que azotaban a Ciudad de México.
En El Padre Cobos, Alamilla invitó al presidente Lerdo a no repetir las prácticas autoritarias de su antecesor. Sin embargo, pronto notó que el mandatario hacía oídos sordos a las críticas y consideró que designaba funcionarios a su conveniencia, se entregaba a los vicios políticos y a la obtención de su provecho personal. Todo ello fue denunciado a la sociedad a través de sus caricaturas. El artista sabía que pronto caería el peso de la justicia sobre Lerdo.
Paralelamente, en 1874 halló en El Ahuizote otra trinchera, en donde se reencontraría con su maestro Villasana y por lo cual a este se le adjudica la autoría de las caricaturas, pese a que Alamilla fue coautor, pues hacía bocetos preliminares o afinaba detalles, e inclusive caricaturas completas, tal y como lo constataría la publicación en su último número de diciembre de 1876.
Para 1875 las críticas contra Lerdo se agudizaron. Para Alamilla, el gobierno era una carga para el pueblo e impedía su progreso. Denunció el sufrimiento y las condiciones de miseria en que se encontraban los mexicanos que no podían cubrir sus necesidades básicas ni tener una vida digna. Dicho panorama le indicaba al artista que el país se encaminaba irremediablemente hacia un futuro poco alentador.
En 1876, la rebelión de Tuxtepec liderada por Porfirio Díaz infundió esperanzas de cambio positivas en los críticos de Lerdo. En esa campaña fue muy importante el desprestigio del gobierno impulsado por la prensa, lo que produjo una reacción autoritaria del presidente contra los opositores. Desde la trinchera de El Padre Cobos, Alamilla se burló del temor del mandatario por la revuelta, de su debilidad política y militar para sofocarla y de las falsas noticias del supuesto triunfo del gobierno sobre los alzados. Las elecciones de 1876 donde Lerdo resultó triunfador sellaron la irremediable caída del régimen.
En septiembre, en plena revuelta tuxtepecana, Alamilla decidió colaborar en La Metralla, un bisemanario en el que elogió a Díaz como el candidato ideal contra la no reelección presidencial. Para noviembre, el mandatario renunció y se exilió en Nueva York. Llegó 1877 y las burlas de Alamilla contra los lerdistas e iglesistas –José María Iglesias ocupó dos meses la presidencia a la caída de Lerdo– continuaron en el semanario Mefistófeles y en La Tertulia, principalmente por sus fallidos intentos de rebelión, cuya cabeza más visible era el general Mariano Escobedo.
Si quieres saber más sobre la crítica de Jesús Alamilla a Porfirio Díaz, busca el artículo completo “La crítica política de un caricaturista liberal”, del autor José L. Cervantes García que se publicó en Relatos e Historias en México número 118. Cómprala aquí.