Manuel M. Ponce, el compositor que dio una “Estrellita” a la música universal

Un compositor de estatura mundial
Ricardo Lugo Viñas

 

Todas las enciclopedias y diccionarios de música del mundo que se jacten de su seriedad, indudablemente dedican un espacio para este pianista, compositor y director de orquesta, pilar del desarrollo de la música mexicana, el primer connacional en ser aceptado en el Conservatorio Stern de Berlín, quien reinventó varias veces la música de concierto en nuestro país, considerado el primer etnomusicólogo de estas tierras y quien otorgó un lugar preponderante a la tradición musical de los pueblos originarios de la República, y el que fuera también el primer compositor mexicano en ingresar a la historia de la música universal: Manuel M. Ponce.

 

Asimismo, es uno de los compositores de música de concierto más evocado en el orbe; su célebre Estrellita, compuesta dentro de la más exquisita tradición de los lieder alemanes (piezas líricas breves en las que la letra suele ser un poema musicalizado al piano e interpretado por una voz solista), a la manera de Schubert o Beethoven, ha sido intrepretada por numerosos artistas de talla universal, como el español Plácido Domingo o la estadounidense Beverly Sills; los jazzistas Charlie Parker, Lloyd Ellis y Benny Goodman; el violinista Jascha Heifetz, o el Trío Calavera, así como en diversos géneros musicales que van desde el bolero al pop y la ópera.

 

El sarampión y la capital

 

Manuel María Ponce Cuéllar pertenece a esa pléyade de artistas nacidos en Zacatecas a finales del siglo XIX, como el poeta Ramón López Velarde, el músico Candelario Huízar o el pintor Francisco Goitia. Inició su andar en esta vida en 1882, el 8 de diciembre, en el pequeño y bello pueblo de Fresnillo. Fue el menor de una estirpe de doce hermanos.

 

Muy, muy pronto su familia se traslada a la ciudad vecina de Aguascalientes, donde el joven Ponce permanecerá hasta la edad de trece años. Ahí comienza sus estudios musicales, desde temprana edad, como suele ser en estos casos. Primero aprende de sus hermanos –particularmente de su hermana mayor, Josefina–, y luego bajo la férula, la instrucción y el cobijo del maestro Cipriano Ávila. Pronto destaca en el piano y en el arte de la composición. A los nueve años cae en cama a causa del sarampión, suceso que le orillará al reposo, además de otorgarle al jovencísimo Manuel el momento perfecto para detenerse a componer. Así nacerá su primera obra: La danza del sarampión, lúdica pieza para piano.

 

Ponce siempre se dijo acalitense de corazón. De dicho estado saldría y regresaría constantemente a lo largo de su vida. Fundaría en él instituciones y academias, y promovería conciertos. La primera vez que dejó Aguascalientes fue en 1900, cuando decidió que se matricularía en el Conservatorio Nacional de Música (CNM), en Ciudad de México, pues a los trece años ya había escalado hasta ser el organista titular de la parroquia de San Diego de su entidad, título al que muchos aspiraban a llegar de adultos.

 

Su hermano Antonio gestionó su arribo a la capital del país. Se instaló en la casa-academia del connotado pianista de origen español Vicente Mañas, quien también sería su maestro en el Conservatorio y mentor, pues antes de ingresar al CNM le consiguió clases de canto y armonía con Eduardo Gabrielli. En 1901 Ponce ingresa al CNM, pero no durará mucho ahí; su desilusión por el poco avance académico de la mayor institución musical del país aparece en él casi de inmediato y a finales de ese mismo año decide retornar a Aguascalientes, donde es nombrado maestro de solfeo de la Academia de Música de la entidad.

 

La escritura y el viaje a Europa

 

El jovencísimo Ponce se recoge en el estudio y el autodidactismo. Es un gambusino del conocimiento en general, no solo del musical. Por esos años aparece en él la que será otra de sus motivaciones vitales y creativas: la escritura. Incursiona en la crónica y crítica musical en el periódico El Observador de Aguascalientes. Eso le da más presencia en el estado y comienza a tejer amistad con sus contemporáneos: López Velarde y con su vecino el pintor Saturnino Herrán. También con el joven escultor Jesús F. Contreras, que morirá en 1902 y a quien Ponce le compondrá una obra para tocarse solo con la mano izquierda en el piano, como un homenaje al escultor, quien perdió un brazo y, a pesar de ello, siguió esculpiendo.

 

Ponce incluso incursionó en la poesía y entabló amistad con grandes poetas de la época, como Enrique González Martínez –que dirigía por entonces la revista México Moderno en la que el acalitense también colaboraba–, o el gran Luis G. Urbina, con quien estableció una estrecha amistad y compartió el gusto por la literatura.

 

Manuel fue uno de los mayores críticos musicales del país; escribió a lo largo de su vida en múltiples revistas –incluso editó y dirigió algunas–, reflexionó en torno a la música, de concierto en general y mexicana en particular, dictó conferencias magistrales y publicó algunos libros, como La música y la canción. Esta vinculación con otras artes, en particular con la literatura, fue significativa en su obra y formación.

 

Paralelo a ello, en 1902 abre su propia academia de música en Aguascalientes. Estudia, se preocupa por la enseñanza y el aprendizaje. Justo esa pasión provocará que comience a crecer en él un anhelo por ir a Europa y estudiar con íconos de la música. Entonces, en 1904, emprende una serie de conciertos para recaudar fondos y auspiciarse el viaje. La gira resultará un éxito y lo llevará hasta Nueva York, donde a finales de noviembre de ese año aborda el vapor Hohenzollern rumbo a Nápoles (Italia).

 

En Europa permanecerá dos años. Por recomendación de su antiguo maestro de ascendencia italiana, Gabrielli, es recibido en Boloña por Marco Enrico Bossi, célebre pedagogo y compositor. Son años de intensa actividad académica que lo llevarán hasta el Conservatorio Stern de Berlín, donde toma clases con Edwin Fischer y Martin Krause –destacado alumno de Franz Liszt–, con lo que se convierte en el primer músico mexicano aceptado en dicha institución. En esos años descubre que lo suyo es la composición y para él es un periodo de mucha producción.

 

Retorna a México renovado. Se refugia en Aguascalientes. Continúa con su actividad académica y de escritura. En 1907 es llamado por Gustavo E. Campa para que dirija la cátedra de piano en el CNM, pues el puesto ha quedado vacante tras la muerte del virtuoso Ricardo Castro. La designación resulta una paradoja, ya que Ponce había abandonado años atrás dicha institución y no contaba con título alguno, más que su tenacidad, disciplina y talento. Allí tiene alumnos brillantes, comoCarlos Chávez o Salvador Ordóñez.

 

De romántico a nacionalista

 

Ponce es un hombre de acción, pero también de reflexión. “Genio […], poeta exquisito, alma contemplativa, juventud potente”, diría de él su amigo Urbina. Tras conocer las formas musicales en boga en Europa, ligadas al movimiento romántico imperante en la época, comienza a razonar sobre las formas de la música de concierto propias de nuestro país. Con él, dicen los estudiosos, comienza formalmente el movimiento nacionalista musical en México, pues si bien existían intereses y esfuerzos por pensar y hacer una música nacional desde principios de la independencia de España ocurrida en 1821, y sobre todo después del triunfo de la República en 1867, es hasta este momento que se comienza a esbozar, desde la academia y la profesionalización, en los sonidos mexicanos.

 

Ponce es, ya lo dijimos, el primer gran etnomusicólogo nacional. Viaja por el país, se zambulle en la música de las regiones, en las tradiciones sonoras del México profundo. Pero también hace investigación histórica y publica sus hallazgos en revistas y periódicos. En 1910 presenta su Colección de canciones mexicanas (A la orilla de un palmar, Cuiden su vida, La Adelita, La cucaracha, La pajarera, La pasadita, La Valentina, Las mañanitas, Rayando el sol) arregladas para canto y piano. Dicha actividad intelectual y musical de Ponce llega a oídos de los miembros del Ateneo de la Juventud, al que es invitado y donde abundará en su actividad de diffusion y pensamiento sobre la música mexicana de concierto.

 

 

Esta publicación es sólo un fragmento del artículo "Manuel M. Ponce" del autor Ricardo Lugo Viñas, que se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México, número 113.