Una historia de Comanches

Del terror en las praderas a las memorias de un pueblo de centauros

José Medina González Dávila

 

La simple mención del pueblo comanche evoca un lejano pasado de México y del suroeste de Estados Unidos, rodeado de leyendas y mitos locales, pero también de una historia comprobable que va más allá de lo que muchos pudieran pensar

 

 

Origen de los comanches

 

El punto de partida es su propio nombre, el término con el que se designan y reconocen: los num-an-nuu, que en su lengua significa “el pueblo que vive junto”. A partir de aquí podemos comenzar a comprender que este grupo indígena se provee de una identidad diferenciable frente a otros colectivos sociales. Es solo a través del intercambio real y simbólico entre los miembros de este pueblo que su identidad y verdadero carácter puede emerger.

 

La lengua de este grupo es el númico, que pertenece a la familia lingüística uto-aztecana y es muy cercana a las lenguas shoshoneanas. Esto es importante porque, hasta finales del siglo XVII, el pueblo que conocemos como comanche era parte de los shoshone; su territorio tradicional eran las planicies del norte del actual Estados Unidos y sur de Canadá. Su supervivencia se fundamentaba en la caza (especialmente del venado), la recolección y el comercio con otros grupos amerindios.

 

Una de las grandes ironías de la historia es que el origen de los comanches, se halla en la acción de los propios colonizadores europeos, quienes a finales de la década de 1670 llevaron al límite sus relaciones e interacciones con los indígenas “pueblo”, en el actual Nuevo México, Estados Unidos. Hacia 1680 estas tensiones llegaron a su clímax con la “Revuelta Pueblo”, un importante levantamiento indígena que dejó a cientos de españoles muertos y a muchos más desplazados, al punto de que debieron abandonar la región por décadas. Es en este contexto que los comerciantes pueblo llegaron al territorio shoshone, montados en caballos españoles. Un grupo de nativos regionales también adquirieron ese tipo de animales y fueron de los primeros amerindios en usarlos.

 

El pueblo num-an-nuu incorporó en muy poco tiempo el caballo a su cultura y forma de vida, a tal grado que las relaciones de valor y riqueza se determinaban por el número de estos animales que un hombre y su familia poseían. Al igual que los shoshone, los num-an-nuu son patrilineales y definen su estructura familiar por la afinidad de varones y de sus riquezas relativas frente a la comunidad. Sin embargo, la presencia del caballo y de lo que representa para su cultura los llevó a separarse de su territorio en búsqueda de más equinos. Esto incidió en su forma de interactuar con el entorno y determinó una migración hacia el sur, la cual cambió su forma de vida. Es así como los num-an-nuu se convirtieron en ávidos e insuperables jinetes, y su medio de subsistencia se dirigió a la cacería del búfalo. Para complementar su forma de vida seminómada adquirieron una dinámica depredadora, atacando a otros pueblos indígenas y no indígenas y desarrollando una cultura guerrera.

 

Es por ello que adquirieron el nombre por el cual se les conoce, derivado de la expresión ute kim-ant-tsi, que significa “los enemigos”. De este vocablo se deriva el nombre castellanizado comanche, que definía la percepción generalizada de su comportamiento: agresivos rivales de todos los que no pertenecían a su pueblo, insaciables en su búsqueda de expansión y control, y sanguinarios guerreros nómadas.

 

Asimilación de los externos

 

Para principios del siglo XVIII los comanches habían arribado a las planicies del norte de Texas, desplazando hacia el sur a los apaches lipanes y otros grupos amerindios regionales. Esto propició otra de sus prácticas culturales más destacadas: la incorporación a su pueblo de actores externos.

 

Por lo general, la identidad de los grupos indígenas sigue reglas de adscripción muy claras, en su mayoría determinadas por el parentesco y la vinculación sanguínea y hereditaria. Sin embargo, los comanches establecen su adscripción cultural por otros medios, en particular por el conocimiento y ejercicio de sus usos y costumbres, así como el hablar su lengua.4 Evidentemente, estos criterios se cumplen cuando un miembro de su comunidad nace de padres comanches en un entorno tribal, sin embargo, también alberga el desarrollo de otra práctica: la de tomar cautivos.

 

Con frecuencia, los comanches raptaban a mujeres y niños, quienes de manera eventual podrían convertirse en parte de la comunidad y ser considerados de su grupo étnico, independientemente de su ascendencia sanguínea. Tal es el caso de la angloamericana Cynthia Ann Parker, raptada alrededor de sus diez años en 1836; ella fue asimilada totalmente a la banda de los Antílopes (Quahadi) de los comanches texanos y madre de uno de los grandes líderes del pueblo num-an-nuu: el famoso jefe Quannah Parker. Esta figura es tan destacada entre los comanches, no solo por su bravura, sino por ser el que firmó la paz con las autoridades estadounidenses en 1875. Este nivel de liderazgo no habría sido posible en otros grupos amerindios, como los apaches o los kiowa, por ser “mestizo”. Pero para los comanches, Parker era una figura dentro de su comunidad con plena identidad como num-an-nuu.

 

Organización social

 

La estructura social de los comanches se desarrolló plenamente en Texas, siendo la unidad básica la familia patrilineal, la cual a su vez formaba un grupo extendido fundamentado en el parentesco. Una congregación de familias extendidas formaban una “ranchería”, cuyo conjunto con otras comunidades daba lugar a una banda o rama regional. Debido a su dinámica, mientras que una banda podía estar en conflicto con distintos grupos sociales (indígenas y no indígenas), otra podía ser pacífica o estar en una alianza regional. Esto generó un entorno complejo, lo que dio la impresión a diversos historiadores de ser un grupo poco organizado, desestructurado o carente de una dinámica cultural definida. Sin embargo, tras comprender sus fundamentos y bases culturales podemos ver que eran una etnicidad con un sistema social complejo, bien estructurado, cuyo elemento de cohesión era su identidad cultural y sus prácticas religiosas.

 

Los comanches poseen una religiosidad compleja y única, la cual incorpora creencias animistas shoshoneanas, su propia idiosincrasia y mitología, y elementos del cristianismo. Debido a su interacción con otros grupos amerindios, fueron los primeros practicantes y difusores del peyotismo5 a otros grupos indígenas norteamericanos, además de que serían los precursores de la Iglesia Nativa Americana a finales del siglo XIX. Esto les permitió una mayor flexibilidad social y cultural, la cual incorporó elementos religiosos con su práctica guerrera, la que a su vez se encontraba íntimamente relacionada con el uso del caballo.

 

Perseguidos

 

Es por medio del binomio guerrero-equino que los num-an-nuu mantuvieron un dominio en Texas y el noreste mexicano a través de ataques y partidas de guerra, así como saqueos de manera periódica. Los comanches se adentraban al sur de sus territorios de manera sistemática, buscando espacios dónde maximizar sus oportunidades y obtener recursos complementarios a su forma de vida. Fue así como Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila resultaron víctimas constantes de sus ataques.

 

Sin embargo, su influencia y presencia no se vería limitada a esos estados mexicanos. Chihuahua, Durango, San Luis Potosí e inclusive territorios tan al sur como Querétaro fueron víctimas de sus ataques en el siglo XIX; acontecimientos que quedaron registrados en las memorias locales como “ataque de los indios bárbaros”, “chichimecas”, “apaches” u otros grupos indígenas hostiles. En la historia oral de los num-an-nuu dichas partidas son recordadas hasta nuestros días en cantos y danzas de una nación vigente, como parte de los logros de su pueblo

 

Desde finales de la década de 1860 el ejército de Estados Unidos buscó reubicar a los comanches en reservas, considerando que su presencia en libertad era un peligro para los habitantes de Texas y otras regiones. Tras décadas de sanguinarios enfrentamientos, los comanches, bajo el liderazgo de Quannah Parker, firmaron la paz con el ejército estadounidense y accedieron a trasladarse a la reserva de Fort Sill, en Oklahoma, donde la mayoría de ellos vive hasta nuestros días.

 

Sin embargo, en 1877 una partida de 170 num-annuu y sus familias, encabezada por su líder Caballo Negro, escapó de la reserva y se dirigió hacia la frontera con México. Tras una ardua persecución y cuantiosos enfrentamientos y escaramuzas, el ejército de Estados Unidos declaró que todos los num-an-nuu prófugos habían sido exterminados o regresados a la reserva en 1888. De acuerdo con el censo militar de 1890, en Fort Sill vivían 1 598 comanches en cautiverio.

 

 

Esta publicación es sólo un extracto del artículo "Comanches" del autor José Medina González Dávila, que se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México número 110.