Con sombrero en mano y sus zapatos de charol recién lustrados, veía desde el acantilado el vuelo de los tan afamados clavadistas de la Quebrada. Preguntaba a los turistas cosas conocidas de sobra por él, más por entablar conversación afectuosa que por llamar la atención. En otros tiempos hubiese sido reconocido en el acto; él mismo hubiese sido capaz de arrojarse de las elevadas rocas hasta el espumoso mar. Pero ahora su cuerpo se encontraba fatigado y disfrutaba más el observar a los jóvenes y al resplandeciente Acapulco del cual se enamoró en su juventud.
Tras finalizar su paseo cotidiano, Johnny Weissmuller regresó a sus habitaciones del famoso hotel Los Flamingos, recordando que ya había pasado más de medio siglo desde que ganara su primera presea dorada en los juegos olímpicos de París, en 1924.
En aquellos años eso lo hizo una gran celebridad en su país adoptivo y, cómo no, hasta un gran modelo para ropa deportiva. También recordaría que tras dar lo mejor de sí en Ámsterdam 1928 y ganar nuevamente una medalla de oro, ya no lo buscaban para modelar, sino para convertirlo en estrella de cine. “Muy típico de Norteamérica”, habría dicho despacio mientras se sentaba a observar una foto de los actores Orson Welles y Lupe Vélez (su ex esposa) que mantenía en el cajón de sus recuerdos.
Grandes seres humanos conoció a partir de 1932, fecha en que aceptó el papel de Tarzán que la Metro Goldwyn Mayer tanto se esforzó en procurarle, y que junto a su rol de “jungle Jim” lo tendrían vigente por más de veinte años en ese medio donde, dicho sea de paso, se le sigue considerando el mejor “rey de la selva” que ha dado la pantalla grande hasta el momento.
Weissmuller habría de recordar también que gracias a la comunidad artística de Hollywood fue que conoció el bello puerto de Acapulco, y que junto a otros importantes actores se armó de valor para convertirse en propietario de la parte alta del hotel donde ahora mismo estaba sentado y disfrutaba del crepúsculo. También se dio cuenta de que, a pesar de estar muy cerca, no llegaría a vivir ochenta años y que le gustaría pasar el resto de su tiempo en ese clima paradisiaco; tal vez lo de Tarzán se lo estaba tomando en serio para el final de sus días.
El 20 de enero de 1984 Johnny Weissmuller dejaba discretamente este mundo a los 79 años y era enterrado en la costa de sus amores. En otros tiempos una muchedumbre hubiese despedido al ganador de cinco medallas doradas y una bronceada, coreando además el tan significativo grito del rey de la selva.
“El Tarzán de Acapulco” del autor Gerardo Díaz y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 55.
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