Armillita, el famoso torero y su moderno edificio en la Condesa

Corta rabos y orejas
Carlos Silva

 

El saltillense Armillita es hasta hoy una de las figuras más importantes de la tauromaquia mexicana. Nacido en 1911, Armillita tomó la alternativa en España en la mítica Plaza de Toros de Barcelona en 1928, con lo que comenzó una temporada de triunfos que lo convirtió en un ídolo.

 

Es sabido que la fiesta brava va más allá de la propia relación entre toro y torero. Imbrica casi por entero una definición de cultura, entendida esta como cualquier actividad realizada por el hombre. En ese tenor, literatura, arte, música, fotografía, cine, sociedad y hasta arquitectura, por mencionar algunos ámbitos, poseen la capacidad de revelar un sentido taurino. 1937 es una de tantas fechas que puede dar cuenta de ello y que involucra a uno de los más grandes toreros que ha dado este país, Fermín Espinosa Armillita, y un momento, quizá un mero rumor, de su vida personal alejada de los ruedos.

De familia de toreros, Fermín nació en 1911 en Saltillo, Coahuila. Y apenas con trece años debutó como becerrista en 1924, presentándose como novillero al año siguiente, ocho días después de la despedida de otro grande, Rodolfo Gaona. A los dieciséis años, al tomar la alternativa, se convirtió en el torero más joven en la historia de la tauromaquia mexicana.

Como procedía, hizo campaña en España y tomó la alternativa en Barcelona en la primavera de 1928. Al paso de los años figuró entre los grandes en tierras ibéricas, convirtiéndose en un ídolo, al grado de que, en 1932, después de pinchar en siete ocasiones a su enemigo, Centello de Aleas, lo premiaron con una oreja por su desempeño con los trastes. Dos años más tarde, también en Barcelona, Armillita saboreó las mieles de la gloria en una corrida en que le cortó a Clavelito todos los apéndices, y en el colmo de la euforia, “las patas y las criadillas”.

Sus triunfos incuestionables en México y España provocaron en 1936 el rompimiento de las relaciones taurinas entre las dos naciones, a lo que se le conoció como el “boicot del miedo”, en parte porque las figuras hispanas comenzaban a opacarse ante la presencia de los mexicanos, entre ellos, por supuesto, Armillita, y también porque simplemente su talento lo había empoderado como el “mandón de mandones” y, se dice, hasta controlaba la elección de los carteles.

Para esos años en México también ya era “por su temple y su valor y por su arte verdadero”, “amo y señor de la fiesta”, como reza la estrofa de su paso doble que escribió el músico poeta Agustín Lara. En 1928, 1932 y 1937 ganó por sus faenas la Oreja de Oro, uno de los máximos galardones de la fiesta taurina en el país.

El 20 de diciembre de 1936, en el Toreo de la Condesa casi repitió su hazaña como años anteriores lo había hecho en España. Esa tarde cortó seis rabos, dos orejas y una pata a seis bureles de la ganadería de San Mateo.

 

Símbolo de la modernidad

 

Es justamente en esa fecha en que se entrelazan los momentos que rigen esta crónica. Por aquel tiempo Fermín comenzaba una relación de noviazgo con Ana Acuña, con quien, en menos de un año, contraería matrimonio. Una de las condiciones de Acuña fue que todos los bienes que adquirían se escrituraran a su nombre, por la razón del peligro que corría Armillita en cada tarde que saltaba al ruedo. Fermín aceptó a la petición premarital.

Una de sus primeras inversiones consistió en construir un edificio de apartamentos en la boyante colonia Condesa, que por ese tiempo comenzaba a convertirse en una de las más prestigiosas de la capital. Para ello acudió a su buen amigo, el arquitecto e ingeniero civil Francisco Serrano Álvarez de la Rosa, impulsor del art déco en México y uno de los autores de la construcción de la colonia Hipódromo la Condesa. Serrano, junto con el arquitecto José de la Lama, hizo modernos inmuebles en las nuevas zonas urbanizadas de la capital.

El edificio de Armillita se proyectó en la esquina de Insurgentes y la calle de Quintana Roo. Se trataba de un inmueble con todos los adeptos de la modernidad. Pero, ¿cuál era el significado de modernidad en aquella época? La especialista Lourdes Cruz señala:

 

“La arquitectura se debía significar porque en las habitaciones de las casas hubiera aire, luz y sol, estos tres elementos salían repetidamente en los periódicos anunciando las características de las nuevas colonias, le llamaban el “Trío de la Salud”. Igualmente, ese significado de modernidad involucraba el uso de nuevos materiales, como el concreto armado, material sinónimo de modernidad porque era fácil de construir, higiénico, aislante, económico y hasta se advertía que quien lo usaba en sus casas, pertenecía a cierta clase social. Al mismo tiempo, esa modernidad implicaba tener, al interior de la vivienda, cierto confort –así se anunciaba– el cual simbolizaba la implementación de todos los adelantos tecnológicos por el uso de la energía eléctrica: refrigerador, cocina eléctrica y después de gas, lavadora de ropa y aspiradora. El baño merece una mención especial, pues al estar dentro de la casa y no alejado de las habitaciones como a principios del siglo XX, representó el lugar por excelencia del aseo cotidiano.”

 

Así, se consideró que el edificio de Armillita pertenece al art déco, dentro de la vertiente stream line.

Contaba con una serie de terrazas y patios rematados mediante curvas. Su forma responde a la presencia de la ya desaparecida glorieta de Chilpancingo, borrada del paisaje por el congestionamiento vial que produjo el paso del tiempo.

Una de las características que dotaba de modernidad al inmueble era que, en la planta baja exterior, contaba con estacionamiento para carros y locales comerciales. Dos años después de su apertura, en uno de ellos se inauguró una tortería llamada Biarritz, que continúa abierta hasta nuestros días.

En la entrada principal del edificio existe una placa con un acrónimo: “ACRO”, el cual tiene dos significados. Uno de ellos ha sido documentado totalmente y se refiere a las iniciales de los constructores, Acuña y Rodríguez; incluso, el primer apellido puede relacionársele con la esposa de Armillita, Ana. La segunda, que por ires y venires pertenece ya al imaginario popular, le da el significado de “Armillita corta rabos y orejas”. Ambos argumentos tienen sentido, pero este último es finalmente como se reconoce.

Aquí acaba esta breve historia de un torero que llevó la fiesta brava a la modernidad por su estética y técnica con los trastes. Y también la de un inmueble que por sus adeptos y su concepción contribuyó al desarrollo de la arquitectura contemporánea de México. Finalmente, torero y ACRO representan una simbiosis en el pensamiento de la historia popular de este país.